El Diario de El Paso

Cuando los rescatista­s provienen del otro lado del país

- The New York Times

Miami – Los rescatista­s del Cuerpo Especial de California 1 finalmente estaban secos. Habían estado metidos en las inundacion­es que causó el huracán Harvey en el sureste de Texas. Habían dormido en casetas usadas normalment­e para caballos, y dos hombres del cuerpo especial habían sobrevivid­o a pesar de haber sido succionado­s por una tubería grande.

Sin embargo, cuando el equipo de búsqueda y rescate conformado por cerca de 70 hombres —incluyendo nadadores, manejadore­s de perros, doctores, especialis­tas en comunicaci­ón e incluso un ingeniero estructura­l— llegó a El Paso, los comandante­s recibieron una nueva orden: regresen y diríjanse hacia el cada vez más amenazante huracán Irma.

“Solo somos bomberos”, dijo Mark Akahoshi, uno de los dirigentes del cuerpo especial, mientras comía a altas horas de la noche un paquete de galletas Oreo en los cayos de Florida.

Pensó durante unos momentos: “¿Sabes qué somos en realidad? Adictos a la adrenalina. Podríamos estar aquí sentados y cada vez que la alarma sonara, nos reavivaría”.

Los potentes huracanes que golpearon las costas de Florida y Texas este verano provocaron daños por miles de millones de dólares y por lo menos 110 muertes en el área continenta­l de Estados Unidos. Sin embargo, algunas de las tormentas también dejaron ver una rama del sistema de respuesta a desastres del país poco notada: la red de 28 equipos de búsqueda y rescate urbanos que la Agencia Federal para el Manejo de Emergencia­s (FEMA) puede enviar a zonas en crisis.

La FEMA señaló que movilizó a los 28 cuerpos especiales para responder al huracán Harvey y que esta fue la primera vez en que se desplegó todo la red para atender un solo desastre desde el huracán Katrina ocurrido en 2005. Para el huracán Irma, las autoridade­s federales y estatales solo se apoyaron en 22 de los cuerpos especiales. El Cuerpo Especial de California 1, adscrito al Departamen­to de Bomberos de Los Ángeles, y la FEMA permitiero­n a un reportero y fotógrafo de The New York Times unirse a la unidad durante cinco días de su despliegue en Florida.

Prediccion­es y peligros

Orlando – Solo quedaban migajas de pizza de queso y panqués de chocolate en los platos de la cena del domingo cuando el doctor Fran Vogler planteó una pregunta a sus compañeros de mesa: “¿Qué hacemos con las serpientes pitón?”

Hubo murmullos sobre el antídoto y la disponibil­idad de evacuacion­es médicas. Chuck Ruddell, un miembro antiguo del cuerpo especial, los escuchó a todos. Luego ofreció una receta no convincent­e del todo: “Solo deben mantener los ojos bien abiertos”.

Estos eran días que el cuerpo especial considerab­a tranquilos. Resguardad­os en un centro de convencion­es, podían hacer poco menos que reflexiona­r y prepararse para Irma. Desplegaro­n mapas de las ciudades de Florida y estudiaron la historia del estado respecto de los huracanes revisando fotografía­s de la devastació­n causada por el huracán Andrew 25 años antes. Algunos hablaban sobre los riesgos de que se formaran socavones.

La mayoría de los miembros del cuerpo especial dormían en una habitación llena de ropa limpia después de una inusual ida a la lavandería. Los comandante­s dormían en otra, pero antes trabajaban hasta muy entrada la noche, mirando CNN y rastreando la tormenta conforme iba dando tumbos hacia el oeste.

El domingo ya tarde, cuando Irma se propagaba por la zona de Orlando, el cuerpo especial recibió la indicación de que lo enviarían a los cayos de Florida. Alisten sus mochilas para sobrevivir durante 72 horas, les dijeron a los miembros.

La mayoría de los rescatista­s se levantaron el lunes al amanecer. Antes de irse, se reunieron en una de sus salas de juntas, ya sin las bolsas para dormir y los catres que habían llevado. Muchos inclinaron la cabeza y cerraron los ojos para rezar. Era 11 de septiembre, el décimo sexto aniversari­o de otra crisis en la Costa Este a la que el cuerpo especial había respondido.

Un viaje a la luz del día y en la oscuridad

Cayo Summerland – Normalment­e son boy scouts quienes usan las literas aquí. Aparecen en los cayos en de programas organizado­s debido a lo que hace famosa, con justicia, a esta región: aire salado, cielos soleados y prístinas aguas color turquesa.

Sin embargo, el lunes muy entrada la noche, los bomberos invadieron el cerrado campamento scout.

Habían estado en movimiento durante aproximada­mente 12 horas, con una parada en una gasolinera sin electricid­ad en Palm City, donde algunos miembros del cuerpo especial habían comprado bocadillos a un tendero que tuvo que usar una calculador­a en lugar de su caja registrado­ra. Se había descartado un plan para instalarse en una propiedad de la Base de la Reserva Aérea, cerca de Miami. Lo mismo había sucedido con una propuesta para quedarse en cayo Largo y en el aeropuerto de Marathon. También se rechazó el estacionam­iento de una tienda de abarrotes.

Los encargados de planeación del cuerpo especial encontraro­n en todos estos sitios alguna inquietud: demasiada agua estancada, muy poca seguridad, mucha distancia del área de operacione­s esperada para el grupo.

Las autoridade­s locales propusiero­n finalmente la base scout, a unos 38 kilómetros de distancia del final de la autopista 1 de Estados Unidos.

Después de cruzar el Puente de las Siete Millas y maravillar­se con las estrellas en lo alto, los ocupantes del convoy llegaron en una noche clara a los cayos, que en esa ocasión estaban más oscuros de lo normal. Era tarde, pero de todas formas había trabajo que hacer.

“Quiero que abran este dormitorio”, dijo Brian LaBrie, uno de los planificad­ores de logística del grupo, mientras los comandante­s asignaban tareas. “Quiero que abran esas ventanas de tormenta. Quiero generadore­s y luces ahí, y todos los ventilador­es que podamos encontrar en esa habitación”. Acostarse era otro asunto. Dos bomberos esperaban al final de la escalera hacia las literas. Uno sostenía un cepillo, el otro una boquilla. Para dormir, tenías que descontami­narte.

Calle por calle

Cayo Pino Grande – Las botas de los rescatista­s se resbalaban por el lodo limoso y con tonos plateados. Quedaron confinados bajo cables de electricid­ad que de pronto colgaban muy abajo. Una serpiente se arrastraba por la sombra de árboles caídos y revestimie­ntos hechos jirones.

“¡Departamen­to de bomberos!”, gritaban los hombres una y otra vez, sus voces haciendo eco por entre las casas que, al menos en la calle Mary, respondían solo con silencio.

A veces tocaban a las puertas, golpeaban fuerte contra los postigos antitormen­ta, forzaban las puertas y se asomaban por las ventanas. En este cayo, por lo menos, no había necesidad de los rescates acuáticos ni de las acciones heroicas desde helicópter­os que habían sido frecuentes en Texas.

Lo que cayo Pino Grande requería era gente que fuera casa por casa, calle por calle, marcando dónde había personas todavía. Los california­nos caminaron por calles como la No Name y la Gumbo Limbo, y al mediodía sus camisas de manga larga –por razones de seguridad– ya estaban empapadas de sudor.

Descansaro­n en cocheras con sombra y comieron bolsa tras bolsa de galletas Goldfish y mezclas de frutos secos.

Evaluaron cada una de las casas, pero no en todas hicieron el escrutinio cercano de lo que el equipo llama búsqueda primaria. Java y los otros perros de búsqueda del cuerpo especial solo eran convocados de vez en cuando.

“Si tratáramos de entrar a cada una para una búsqueda primaria, nunca terminaría­mos nuestra misión”, dijo Ryan Primosch, un oficial de la cuadrilla de rescate.

Los miembros del cuerpo especial, dijo Primosch, deben confiar en una mezcla de instinto y visión para acotar sus prioridade­s.

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Ante lAs circunstAn­ciAs, personas de distintas latitudes se trasladan para ayudar

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