ENTRE LA SOLIDARIDAD Y EL MIEDO
Puerto Rico se reconstruye de los destrozos causados por el huracán María, en un ambiente solidario, aunque abundan los rumores sobre robos
Toa Baja, Puerto Rico— Un pequeño grupo de amigos y vecinos se había reunido al atardecer frente a una casa de un barrio costero inundado. Se sentían aliviados de estar vivos después del huracán María, y orgullosos de la forma en que se habían ayudado mutuamente, pero les preocupaba que se rompiera la frágil paz que se vive en la isla devastada.
Wilmer Rivera Negron, de 34 años, mostró el generador que estaba compartiendo con una pareja de ancianos que vive a unos 22 metros de su casa. La hija de la pareja, Luz Collazo Pagán, de 55 años, señaló una enorme pila de ramas que los vecinos habían cortado con machetes para sacarlas de las calles.
Collazo, que es abogada, mostró también unas carpetas llenas de documentos con trámites para ayudar a sus amigos que quieren comprar legalmente armas de fuego.
“Básicamente estamos bebiendo vino y hablando de cómo podemos armarnos mejor y proteger a nuestras familias”, dijo José Camacho Santiago, un paramédico de 36 años.
Incluso antes del huracán María los puertorriqueños ya estaban en crisis: en mayo de este año, el gobierno se había acogido a una especie de bancarrota por una deuda de aproximadamente 74 mil millones de dólares.
Pero los destrozos causados por la tormenta les han recordado la fuerza de su cultura, su carácter solidario y el orgullo de ser puertorriqueños. Abundan las historias de residentes limpiando sus calles y compartiendo electricidad, medicinas y alimentos. Aunque se produjeron algunos saqueos, especialmente después de la tormenta, los funcionarios insisten en que no han aumentado las estadísticas de robo.
“Estoy muy orgulloso de los ciudadanos de esta isla”, dijo Héctor Pesquera, secretario de Seguridad Pública de Puerto Rico. “Siempre hay un segmento menor de la sociedad que tiene esa inclinación criminal, con huracán o sin huracán, y siempre está presente. Pero durante una época de crisis, como ocurrió en Nueva York y otros lugares después del 11 de septiembre, todos estamos juntos, y eso es algo”.
Al mismo tiempo, muchos se preguntan cuánto estrés puede soportar la isla debido a los problemas sociales que ya enfrentaba antes de la tormenta, entre ellos un 45 por ciento de pobreza, un 10 por ciento de desempleo y el segundo peor índice de homicidios en la nación en 2016, detrás de Washington.
Diana López Sotomayor, profesora de arqueología y antropología en el Campus Rio Piedras de la Universidad de Puerto Rico, teme que el tejido social pueda empezar a fragmentarse si los residentes se ven obligados a lidiar con meses de desempleo sin un suministro confiable de alimentos y energía.
“Hay un nuevo sentimiento en Puerto Rico, un nuevo ‘nosotros’”, dijo, refiriéndose al espíritu de reconstrucción que se vive en la isla por estos días. “Hay más gente en la calle que saluda con ‘Buenos Días’ y surgen amistades durante las largas horas de filas. En las mismas filas hay ricos y pobres. Se están rompiendo las barreras de clase”.
Sin embargo, añadió, “cuando la gente se muere de hambre se vuelve violenta. Si las cosas no mejoran, el nuevo ‘nosotros’ se va a romper”.
Las estadísticas publicadas por el Departamento de Policía de Puerto Rico muestran que se cometieron 18 homicidios en la isla durante los primeros 10 días después de la tormenta. Existen rumores de saqueos que a veces son confirmados por los hechos. Pesquera dijo que cerca de ocho personas fueron arrestadas en los primeros días después del huracán por violar el toque de queda para delinquir.
En Arecibo, una ciudad costera del norte que fue muy afectada por la tormenta, los trabajadores del supermercado Pueblo dijeron que la gente sacaba licor y cigarrillos.
En la ciudad sureña de Ponce, María Lugo, una mujer de 37 años que vive en el barrio Punta Diamante, dijo que limpió su refrigerador y lo dejó en el balcón para que se secara pero un vecino se lo robó.
El lunes, Kasalta —una icónica panadería de San Juan muy conocida por delicias como sus medianoches y quesitos— abrió por primera vez desde que pasó el huracán. El propietario, Jesús Herbón, dijo que los vecinos le contaron que un grupo de unas ocho personas entró al negocio a través de una ventana rota y se robaron televisores y la mayor parte de los alimentos y licores de la panadería.
La oficina de Herbón fue saqueada, destruyeron sus computadoras y archivos, y tuvo que botar más de 265 mil dólares en comida podrida porque los ladrones dejaron abiertos los refrigeradores.
“Lo que no rompieron, se lo llevaron”, dijo. “Me siento desconsolado, con una sensación de impotencia”.
En una conferencia de prensa celebrada el lunes, el gobernador Ricardo Rosselló dijo que solo el 30 por ciento de los oficiales del Departamento de Policía de Puerto Rico se reportó en su trabajo después de la tormenta, “porque también fueron víctimas de la devastación” y tuvieron que lidiar con la ruina de sus viviendas y los caminos bloqueados.
El sargento William Colon, un oficial cuya estación ahora está ubicada en un refugio porque la sede oficial se inundó, dijo que sus colegas tuvieron que huir para salvar sus vidas usando una cuerda para rescatar a los policías que no sabían nadar.
“Tomamos todas las armas”, dijo. “Sabíamos que no podíamos dejarlas”.
Pero Rosselló dijo que había aumentado el número de oficiales activos. Las fuerzas también están recibiendo ayuda del Departamento de Policía de la Ciudad de Nueva York y de la Policía militar con varias unidades de la Guardia Nacional.
La generala Giselle Wilz dijo el domingo que más de 100 policías militares estaban en la isla, y “un par de cientos vienen en camino desde los estados de apoyo”. Estos oficiales han sido desplegados alrededor de los convoyes de combustible y las gasolineras.
“Sí, nuestra gente está viendo algo de frustración en las filas de gas”, dijo. “La calle está caliente. Pero no ven ninguna de las actividades violentas de las que se habla” en las redes sociales. “No estoy diciendo que eso no suceda, pero nuestra gente no está experimentando eso”.
El nivel de profesionalismo de la policía puertorriqueña es más cercano al de los efectivos estadounidenses que el de otros cuerpos de seguridad de América Latina como México, donde la confianza pública en la policía es muy baja. Pero, al igual que pasa con otras fuerzas policiales de Estados Unidos, la policía de Puerto Rico ha luchado con una historia de discriminación, violencia y corrupción.
En 2013, el Departamento de Policía de Puerto Rico formalizó un decreto de consentimiento con la división de Derechos Civiles del Departamento de Justicia que sigue vigente y requiere la revisión de políticas sobre el uso de la fuerza, la interacción con transexuales y la capacitación, entre otros asuntos pendientes.
Para muchos puertorriqueños, los picos de preocupación llegan con el anochecer, cuando los barrios están sumidos en la oscuridad. Miguel Rosario, un hombre de 52 años que vive en Ponce, permanece en una casa cuyo techo quedó destruido casi por completo. “No puedo irme porque los vándalos están por aquí tratando de robar lo poco que uno ha dejado”, dijo. “Hemos unido a tres o cuatro vecinos para estar de guardia porque es muy oscuro”, concluyó.