El Diario de El Paso

‘FUI COMPAÑERO DE AULA DEL TIRADOR’

Narra odisea Gerardo Sánchez, sobrevivie­nte mexicano de masacre en escuela de Florida

- El Universal

Parkland, Flo.— Nací en Monterrey, Nuevo León, en 1999. Hace dos años, por motivo del trabajo de mi padre, nos mudamos a Parkland, Florida, ciudad de 30 mil habitantes cerca de Miami. Tengo 18 años y estoy a dos meses de graduarme de preparator­ia. Mi sueño es ser psiquiatra algún día.

Desde que llegué de México me matriculé en la Marjory Stoneman Douglas High School y recién mi hermana Regina, de 16, entró a su noveno año de escuela. Nuestros edificios con salones están separados en el campus que alberga cerca de 3 mil estudiante­s.

Hace un año, Nikolas Cruz se sentaba al lado mío en el salón de clases. Él trabajaba en una tienda Dollar Store, al lado del cine que suelo ir con mi novia, Alejandra (Becerra). Lo veíamos tras la caja registrado­ra y lo saludábamo­s. Se portaba amablement­e y hasta nos decía: “¡Que se la pasen bien!, ¡Diviértans­e!”

Tú veías a Nikolas y pensabas que era una persona callada incluso buena onda; pero si tenías una conversaci­ón con él, empezaba a hablar de armas, de temas de cacería, cuchillos, ejército… cosas así.

Podría decir que era muy impulsivo, brusco, como bipolar. En la escuela le contestaba feo a las maestras. Llegó a arrojar piedras a las ventanas de los salones, incluso a romper cosas.

Cruz nunca te iba a hablar primero. Tú tenías que acercarte. Yo no sabía mucho de su vida. Su mamá había muerto recién de una pulmonía y su padre (adoptivo) hace tiempo. Creo que él estaba tratando salir de su propio hoyo y por eso seguía trabajando.

Cuando un día faltó Cruz a clases, el chisme que corría en el salón es que no le dejaban traer mochila porque un día la trajo con cuchillos. Así que lo veíamos siempre con sus carpetas, papel y lápiz.

La última vez que vi a Nikolas fue hace dos meses, cuando después de que lo expulsaron de la escuela –de lo que yo no me había enterado– mi papá y yo lo saludamos en la Dollar Store. Él traía puesto un yeso sobre su brazo derecho, pero nunca nos dijo qué le había pasado.

Gente como yo decía que si algún día alguien podría balear la escuela, ese sería él.

14 de febrero, de la ilusión al terror

6:30 am. El día empezó bien. Yo sabía que iba a recibir regalos. En San Valentín, todo mundo se abraza y se dan las gracias por su amistad. Debía ser un día positivo.

8:00 am. En el colegio, recién llegando, escuchamos la alarma de incendios. Era un simulacro. Todos seguimos el protocolo: salimos al patio, en línea recta formamos una fila y nos tomaron lista. Después de aguardar en un punto de reunión establecid­o, regresamos al salón. Incluso muchos cargaban ya con regalos, flores, cajas de chocolate y globos. 14:06 Un Uber recoge a Cruz en su casa. Cerca de la hora de salida, ya todos teníamos planes para salir de la escuela, pasarla con los amigos. Y yo también con mi novia.

14:19 Un Uber deja a Cruz frente a la Marjory Stoneman Douglas High School.

14:21:18 Cruz usa la escalera del lado Este del edificio 12, portando un portarifle­s negro.

14:21:30 Cruz sale de la escalera con el rifle desenfunda­do.

14:21:33 Cruz corta cartucho, acciona la alarma contra incendios a propósito, porta una máscara, mientras carga en otra maleta municiones y granadas de humo. Comienza a disparar en el pasillo y luego en los salones 1215, 1216, 1214, regresa al 2016, al 2015 y avanza al 2013.

Sonó la alarma por segunda vez. Esto nos desconcert­ó mucho, porque pensamos que era inusual. Nunca hay dos simulacros en un día.

Seguimos el protocolo y cuando comenzábam­os a salir a los pasillos, escuchamos los primeros balazos. ¡Pum!, ¡Pum!, ¡Pum!, se oía entre el camuflaje de la alarma. Pensamos que era falso, porque en alguna junta nos habían dicho que iba a haber simulacros con armas que se escucharía­n de verdad.

Al salir en fila al patio, fue cuando los policías y el personal de seguridad nos comenzaron a gritar: “¡Corran!… ¡Corran!” Un policía sacó de la cajuela de su patrulla un arma M-16 y empezó a disparar hacia donde no había estudiante­s, hacia el colegio. Mientras, nosotros nos desplazába­mos por las canchas de futbol hacia el punto de reunión en una tienda Walmart vecina.

Del otro lado del colegio estaba mi hermana. Ahí es donde el tirador estaba disparando a la gente. Saqué el teléfono y vi en la pantalla que me había escrito Regina, mientras yo estaba corriendo. Le escribí y no me contestó.

Ya no sabía si escribirle o no, porque piensas: si suena su celular y si el tirador está cerca, lo escuchará y puede dispararle.

Regina me contaría ya en casa, a salvo, que cuando escuchó la alarma y trató de salir del edificio, el coach de futbol americano Aaron Feis –37 años–, le gritó: “¡Regrésate a tu salón!” en medio del pánico de niños corriendo. Desafortun­adamente él se atravesó y se volvió una esponja de balas para todos esos niños. Entonces le dio tiempo a mi hermana para correr de regreso y esconderse en uno de los salones que quedaban abiertos.

Mientras mi hermana se refugió en un clóset con compañeros y maestros en el tercer piso. Abajo, su maestro de Geografía, Mr. Scott Biegel –35 años–, sostenía abiertas las pesadas puertas de su salón, buscando que la mayor cantidad de alumnos pudieran entrar. Mi hermana dice que llegaron a ser hasta 30 chicos.

El tirador abrió la puerta del pasillo y Mr. Biegel no tuvo tiempo de entrar. Cerró la puerta con el peso de su cuerpo y Cruz le disparó. Su cuerpo cayó frente a la puerta y entre su peso y el de la puerta, era muy difícil abrirla. Todos esos niños fueron salvados por ese maestro. Se sacrificó por ellos.

Nadie sabía que Mr. Biegel no estaba en el salón. Hasta que un niño se asomó por la ventana y le dijo a los demás: “Mr. Beigel no se está moviendo”.

Cruz sube por las escaleras al piso 2 y dispara en el salón 1234. Mata a una persona.

“Yo sentí que me iba a morir. Lo primero que pensé es cuánto me iba a doler todo lo que iba a dejar atrás”, me dijo mi hermana después. Ella me decía que ya se daba por muerta. El tirador estaba en el pasillo, disparando a través de las paredes. ¿Qué podía hacer?

Regina se sentía atrapada. Estaba llorando. No tenía escapatori­a. Sólo le quedaba que el tirador no abriera la puerta y comenzara a matar a todos. Esa era su única esperanza.

Mientras, yo les había dicho a mi mamá y papá –ella en casa preocupada aguardando noticias y él atorado en el tráfico– por mi teléfono, que no contactara­n a Regina, que yo estaría al pendiente de sus mensajes y que era más seguro para ella así.

14:24:39 Desde dentro en su escondite en un clóset, mi hermana alcanzó a escuchar a Cruz gritar: “¡Open the door! ¡Help me, I’m going to kill you all!” Exclamaba que los mataría y forcejeaba las puertas, pero no las podía abrir porque los alumnos las habían bloqueado.

Regina llegó a salir, con ayuda del equipo SWAT. Tristement­e vio toda la sangre, todos los cuerpos. Lo que dejó el asesino atrás. Ya en el patio, mi hermana buscó a sus amigos y mientras decidían qué hacían, se topó a la mamá de una amiga y se fue con ellas a casa.

15:41 Cruz es detenido por la Policía a unas cuadras de su vecindario.

Lo que todos podemos aprender de esto, es que todo comienza con la comunidad. Si uno se siente afuera, atacado o que no pertenece, esa persona puede desarrolla­r un hábito negativo, que puede ser un riesgo para la sociedad. También mi sueño es que esta tragedia sensibilic­e por lo pronto a Florida y haya un estricto control de armas, para que no todos puedan portarlas.

Yo sí quiero ir a clases. No le quiero dar la razón a ese tirador, de cimbrar miedo para no ir a la escuela. Ese es su objetivo, es como el terrorismo. No le voy a dar la razón. No voy a dejar que lo que él hizo afecte de una forma negativa a gente que queremos estudiar. Con el apoyo de la sociedad, de amigos y maestros creo que podemos salir adelante.

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SÁncHeZ (al centro) y su novia Alejandra Becerra

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