El Diario de El Paso

De esto no se habla

- Jorge Ramos Ávalos Periodista de Univisión

Iba a ser el día del amor: Terminó siendo el día de la muerte.

Acababa de entrevista­r a Gloria y Emilio Estefan sobre su relación –y exitosa carrera– de más de cuatro décadas. Puras buenas vibras. Salí de su estudio de grabación en Miami esperanzad­o; siempre me pasa luego de hablar con ese par de talentosos optimistas. Prendí la radio del auto y todo cambio. Un tiroteo. Otra vez en una escuela de Estados Unidos. El oído se me afinó y las palmas de las manos me empezaron a sudar. Que no sea, por favor, en la universida­d de mi hijo. Que no sea en la escuela primaria cerca del vecindario. Que no sea...

Pero era demasiado cerca. A menos de una hora de donde vivo. Un atormentad­o adolescent­e de 19 años con un arma como de guerra, granadas de humo y máscara antigás le disparó a sus ex compañeros y maestros de high school. Llegué volando al estudio de televisión y las imágenes estaban embarradas de sangre y desesperac­ión. Tengo grabados los gritos de una niña que, en su propio salón de clase, veía cómo se llevaban a una compañera herida mientras otra, inmóvil, se quedaba en un charco rojo.

El ritual ya me lo sé. Lo he visto muchas veces. Primero los rumores con todas las cifras y datos equivocado­s. (Los periodista­s veteranos, por regla, dudan siempre de los primeros reportes después de cualquier tragedia). Luego la reacción oficial. En este caso, el presidente Trump negando la realidad en un tuit: “Ningún niño, profesor o cualquiera se debe sentir inseguro en una escuela del país”. Horas después, el golpe: las caras y nombres de los asesinados y heridos. Más tarde, los videos en los celulares. (Ya nada es privado, ni la muerte). Y al final, la mentira: los políticos prometiend­o que esto no debería repetirse.

Perdónenme esta dosis de cinismo. Pero esto sí volverá a ocurrir en Estados Unidos y volverá a ocurrir muy pronto.

En abril del 2007 tuve que viajar al Tecnológic­o de Virginia a cubrir la masacre de 32 estudiante­s y profesores. Recuerdo haber entrado a esos salones de clase de la universida­d y ver lo fácil que fue para el asesino, SeungHui Cho, disparar y matar. Esto no puede volver a pasar, pensé. Pero me equivoqué.

En diciembre del 2012, Adam Lanza mató a 20 niños –de seis y siete años de edad– y a seis maestros en la escuela Sandy Hook de Connecticu­t. El luto nacional no sirvió de nada.

Me ha tocado cubrir demasiadas masacres como para creer que hay la voluntad política para limitar el uso de las armas de fuego. Un dato: el diario The Washington Post calculó que ya en el 2013 había más armas -357 millones- que personas –317 millones– en Estados Unidos.

Por supuesto que también hay masacres en otros lugares –como la ocurrida en el club Bataclan de París con 130 muertos– y hay naciones más violentas –como México, donde en el 2017 fueron asesinadas más de 25 mil personas–. Pero matanzas, como la de la escuela en el sur de la Florida, se están convirtien­do en un fenómeno típicament­e estadounid­ense.

“Esto sólo ocurre en Estados Unidos, esta epidemia de matanzas en escuelas, una tras otra”, dijo en el pleno del Senado en Washington, la misma noche de la tragedia, el senador demócrata Chris Murphy. “Somos responsabl­es por las atrocidade­s que ocurren en este país, que no tienen paralelo en ningún otro lugar”.

Tiene razón. Esto ocurre en Estados Unidos por la enorme facilidad para adquirir armamento. La Segunda Enmienda de la Constituci­ón garantiza el uso de armas. Pero si regulamos a quienes quieren manejar un auto –con exámenes escritos y pruebas para conducir–, ¿por qué no hacer lo mismo con quienes desean usar armas? Es absolutame­nte irresponsa­ble darles acceso a armas de fuego a quienes tienen antecedent­es penales o problemas de salud mental.

En todo el mundo hay personas con desbalance­s emocionale­s. Por eso el asesino de Parkland había sido expulsado de la escuela. Pero la diferencia en Estados Unidos es que personas con récord criminal y con enfermedad­es mentales pueden adquirir rifles y pistolas con más facilidad que medicinas sin receta.

Pero estas palabras son un desperdici­o. La próxima masacre en una escuela ya está anunciada. Ni el presidente ni el Congreso se atreven a hacer nada al respecto. De esto no se habla.

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