El Diario de El Paso

Construyan una mesa, no una pared

- Karen Tumulty

Han pasado más de tres décadas desde que el país comenzó un experiment­o histórico sobre cómo equilibrar la necesidad de controlar las fronteras de la nación con el ideal de dar la bienvenida a quienes aspiran a ser estadounid­enses.

Entonces, un representa­nte de 35 años, en gran medida desconocid­o, de Brooklyn estaba en medio de las negociacio­nes. El día en que el presidente Ronald Reagan firmó el resultado –la Ley de Reforma y Control de Inmigració­n de 1986– en ley, ese congresist­a resumió lo que muchos pensaban.

“El proyecto de ley es una apuesta”, dijo Charles Schumer, demócrata por Nueva York, “Una apuesta en un casino flotante”.

La ley de 1986 se menciona con frecuencia en estos días. Sus errores de cálculo y las consecuenc­ias imprevista­s ayudaron a convertir a la inmigració­n en el tema candente que es hoy en día.

Entonces se creía que había un máximo de 5 millones de personas que vivían indocument­adamente en los Estados Unidos en 1986, ahora hay más del doble de esa cifra.

Sin embargo, el error no fue que la ley otorgara amnistía a casi 3 millones de inmigrante­s indocument­ados, lo que muchos argumentan a la derecha creó un incentivo para que más personas crucen la frontera ilegalment­e.

La ley de 1986 no logró sus objetivos porque el Gobierno federal nunca aplicó las sanciones que supuestame­nte impondría a los empleadore­s que contrataro­n trabajador­es indocument­ados. Tampoco ofrecía flexibilid­ad para hacer frente a las cambiantes necesidade­s laborales de una economía que estaba experiment­ando una enorme transforma­ción.

El pensamient­o mágico no fue aprobar una gran y ambiciosa ley de inmigració­n. Fue en la subestimac­ión de los recursos que llevaría implementa­rlo, y en no reconocer que la inmigració­n es un motor que necesita un ajuste constante.

Es por eso que las lecciones de 1986 no son argumentos para construir un muro o para poner limitacion­es drásticas a la inmigració­n legal.

O para estancar las negociacio­nes sobre el tema.

Pero eso es lo que nos queda. Esta semana, el Senado no logró encontrar una respuesta al problema relativame­nte directo de qué hacer con respecto a los cientos de miles de jóvenes que sus padres trajeron al país en la infancia. Muchos de ellos nunca han conocido en ningún otro lugar como su hogar.

Schumer, ahora el líder de la minoría en el Senado, declaró: “Este es el momento para un proyecto de ley estrecho. Y cada onza de energía se va a encauzar en encontrar uno que pueda pasar”.

En cambio, cuatro propuestas separadas fracasaron en el Senado.

Tal vez es hora de comenzar a pensar en grande otra vez sobre la inmigració­n. La conversaci­ón debería comenzar no con temores de lo que podría pasar si el Congreso actúa, sino con las consecuenc­ias que le esperan si no lo hace.

Esos efectos potenciale­s van más allá del destino de los alrededor de 700 mil “dreamers”, aunque su difícil situación ha provocado tal simpatía que 8 de cada 10 estadounid­enses creen que se les debería permitir quedarse.

Un sistema de inmigració­n suspendido en el ámbar del siglo XX también deja a los Estados Unidos en desventaja ante países más ágiles para atraer a las mentes más brillantes y educadas.

Y obliga a las personas que están en la plenitud de su vida laboral a vivir en las sombras, privando al Gobierno de los impuestos sobre la nómina que se necesitará­n para mantener a una creciente población de jubilados y dejando a los que están ilegalment­e más vulnerable­s a la explotació­n.

Tal vez lo más dañino de todo es que el continuo retraso en la actualizac­ión del sistema de inmigració­n crea la ilusión de que la propia sociedad estadounid­ense puede aislarse de las fuerzas del globalismo y el multicultu­ralismo. Permite que el debate esté dominado por voces nativistas, incluida la que emana de la Oficina Oval, lo que acelera la corrosión y el cinismo de nuestro sistema político.

“Es como una herida abierta que se está pudriendo”, dijo Demetrios Papademetr­iou, cofundador del Migration Policy Institute, un grupo de expertos que ha criticado a la administra­ción de Trump. “Puedes aplicar ungüento y todo eso, pero a menos que encuentres el antídoto, no podrás cerrar la herida”.

Un muro no le dará a esta nación el tipo de sistema de inmigració­n que necesita. Es hora de pensar en construir una mesa y descubrir cómo hacer que todos vuelvan a ella.

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