Plan de Trump desconcierta a muchos en la frontera
McAllen – A diario han estado cruzando ilegalmente hasta esta localidad fronteriza docenas de inmigrantes, en su mayoría centroamericanos. Casi todos son capturados por agentes de la Patrulla Fronteriza, quienes les dan una fecha para presentarse en los juzgados y una tobillera que permite monitorearlos y luego los dejan en la central camioneta. A partir de ahí, unos voluntarios los llevan a un cercano centro de asistencia, donde ellos vuelven a ponerse el cinturón, comen un plato de cereal, eligen entre ropa donada y les cambian el pañal a sus bebés.
En el drama que la travesía de los migrantes constituye, esto es la pausa —el limbo de la espera para que la travesía vuelva a empezar—. Y continúa, siete días a la semana, día y noche, independientemente de las noticias de Washington.
La presente semana, el día cuando los funcionarios de la Casa Blanca anunciaron que el presidente Trump planeaba destacamentar a la Guardia Nacional en la frontera sur, el centro ayudó a 170 inmigrantes recién liberados. El día anterior, la cifra fue de cerca de 140.
El jueves Trump volvió a arremeter contra el flujo de inmigrantes indocumentados que se internan por la frontera pero en Twitter se atribuyó a sí mismo la reducción de los cruces a su nivel más bajo en 46 años “Estamos poniéndonos más estrictos en la frontera”, dijo Trump en Virginia. “Los estamos expulsando por cientos”.
Esta semana había poca evidencia de ello en la frontera, de cuyo centro de detenciones un flujo sostenido de inmigrantes salía rumbo a centro de apoyo y, desde ahí, hasta ciudades ubicadas alrededor del país. En el último año han aumentado ligeramente las aprehensiones, pero el jueves el Departamento de Seguridad Interna anunció que los cruces fronterizos se habían elevado en marzo: las 37 mil 393 personas detenidas en la frontera sur representaron 203 por ciento más respecto al mismo periodo del 2017, si bien la cifra fue menor que en marzo de 2013 y de 2014.
Las políticas inmigratorias de la administración Trump rara vez se mencionaban en el comedor del centro de asistencia en McAllen. Aunque los voluntarios estaban ocupados, ninguna de las personas dedicadas a atender a los inmigrantes parecía creer necesitar el apoyo de la Guardia Nacional. Estos inmigrantes eran madres y padres, adolescentes y bebés.
Al parecer muchos de los otros estadounidenses radicados aquí —los que se refieren a la frontera como su hogar— compartían la misma postura: no hay ninguna crisis de seguridad, sólo el reto diario de satisfacer las necesidades básicas de los migrantes que siguen llenando el centro de McAllen.
“No estamos en una situación donde en nuestras comunidades hagan falta zonas militares”, dijo Sergio Contreras, presidente de un grupo empresarial regional. “No se trata de algo que ayude. Queremos demostrar que existen otros medios de proteger la frontera”.
Migrantes que fueron aprehendidos recientemente, habitantes que llevan largo tiempo viviendo en la frontera y funcionarios locales de McAllen y otras ciudades a lo largo del Valle del Río Bravo dijeron que, con o sin Guardia Nacional y con la Casa Blanca aumentando o no su retórica antiinmigrante, seguiría cruzando gente. A dichas personas les preocupa que desplegar soldados perjudique la economía regional e intensifique la percepción imprecisa de inseguridad en las ciudades fronterizas texanas.
“Aquí nadie está cerrando con llave sus puertas y tapando sus ventanas”, dijo Tony Martínez, el alcalde de Brownsville, Texas. “No es cuestión de seguridad. Los inmigrantes no quieren migrar. Tienen que hacerlo. Esta farsa de que Washington, o Trump en especial, esté imponiéndose en la frontera no es más que retórica vacía”.