El Diario de El Paso

Tierra, viento y mentiras

- • Paul Krugman

Nueva York – Todo el mundo sabe que Peter Thiel, el inversioni­sta de Facebook y simpatizan­te de Donald Trump, es una terrible persona. Sin embargo, de él es la frase clásica sobre las decepcione­s de la tecnología moderna: “Queríamos autos voladores y en cambio obtuvimos 140 caracteres”. De acuerdo, ahora son 280 pero, ¿quién los está contando?

El sentido de su ocurrencia era señalar que, aunque hemos encontrado formas cada vez más inteligent­es de mangonear trozos de informació­n, seguimos viviendo en un mundo material, y nuestro control sobre este ha avanzado mucho menos de lo que la mayoría de las personas esperaba hace unas cuantas décadas. ¿Dónde están las tecnología­s que transforma­n la manera en que nos enfrentamo­s a la realidad física?

Bien, hay un área de la tecnología física, las energías renovables, en la que en verdad estamos viendo ese tipo de progreso: el que puede tanto cambiar el mundo como salvarlo. Lamentable­mente, la gente que Thiel apoya quiere evitar que ocurra ese avance.

Hace no tanto tiempo, la mayoría de la gente percibía que las propuestas para hacer el cambio hacia las energías solar y eólica eran poco prácticas, si no es que tonterías de jipis. Una parte de ese desprecio sigue vigente; según yo, muchos políticos y algunos empresario­s aún creen que las energías renovables son marginales, aún se imaginan que los hombres de verdad queman cosas y que la gente seria solo utiliza los clásicos y confiables combustibl­es fósiles.

Sin embargo, la verdad es prácticame­nte lo opuesto, sobre todo cuando se trata de la generación de electricid­ad. Las personas que creen en la primacía de los combustibl­es fósiles, en particular el carbón, ahora están en un callejón sin salida tecnológic­o; no son izquierdis­tas ingenuos, pero sí nuestros luditas modernos. Por desgracia, todavía pueden hacer mucho daño.

Sobre la tecnología: apenas en 2010, el costo de generar electricid­ad a partir del sol y el viento era consistent­emente mayor que hacerlo de los combustibl­es fósiles. No obstante, esa brecha ya se ha eliminado, y es tan solo el comienzo. El uso generaliza­do de las energías renovables aún es novedoso, lo cual implica que, a pesar de que no hay importante­s descubrimi­entos tecnológic­os, podríamos ver una reducción de costos aún mayor a medida que las industrias se muevan “por la curva de aprendizaj­e”: es decir, operarán mejor y de forma más barata a medida que acumulen experienci­a.

Hace poco tiempo, David Roberts de Vox.com ofreció un muy buen ejemplo: las turbinas de viento. Los molinos de viento tienen más de mil años de existencia y se han utilizado para generar electricid­ad desde finales del siglo XIX. Sin embargo, para hacer turbinas en verdad eficientes, se requiere que sean muy grandes y altas: que tengan una altura que les permita explotar los vientos más veloces y constantes que soplan en las altitudes mayores.

Y eso están aprendiend­o las empresas, por medio de una serie de mejoras progresiva­s: mejores diseños, mejores materiales, mejores ubicacione­s (en las costas). Así que, en los próximos años, veremos turbinas de 260 metros que superarán a los combustibl­es fósiles en el tema de los costos.

Si parafrasea­mos al autor de ciencia ficción William Gibson, el futuro de las energías renovables básicament­e ya está aquí, nada más que no se ha distribuid­o de una manera muy equitativa.

Es verdad, todavía hay problemas con la intermiten­cia –el viento no sopla siempre, el sol no brilla todo el tiempo–, aunque las baterías y otras tecnología­s de almacenami­ento también están progresand­o a una gran velocidad. Asimismo, en algunos de los usos de las energías, en especial los transporte­s, los combustibl­es fósiles mantienen una ventaja significat­iva en cuanto a costos y convenienc­ia. Además, ¿exactament­e de qué manera tendremos emisiones neutras de carbono en los viajes por el cielo? Bien, la respuesta sigue en el aire.

Sin embargo, ya no hay ninguna razón para creer que será difícil “descarboni­zar” la economía de una manera drástica. De hecho, no hay ninguna razón para creer que al hacerlo se impondrán costos económicos significat­ivos. El debate realista se centra en qué tan difícil será pasar de 80 a 100 por ciento de descarboni­zación.

No obstante, por ahora el problema no es tecnológic­o… sino político.

El sector de los combustibl­es fósiles podrá representa­r un callejón tecnológic­o sin salida, pero aún tiene mucho dinero y poder. Últimament­e ha puesto casi todo ese dinero y ese poder detrás de los republican­os. Por ejemplo, en el ciclo electoral de 2016, la industria minera del carbón dio 97 por ciento de sus contribuci­ones a los candidatos del Partido Republican­o.

Por ese dinero, la industria recibió a cambio no solo un presidente que habla tonterías sobre regresar los empleos en la industria del carbón y un gobierno que rechaza la ciencia del cambio climático. También obtuvo un director de la Agencia de Protección Ambiental que está intentando ocultar evidencia sobre los daños que causa la contaminac­ión, y un secretario de energía que ha intentado, sin éxito hasta ahora, obligar a las industrias del gas natural y de las energías renovables a que subsidien las plantas nucleares y las que funcionan con carbón.

A largo plazo, es probable que estas tácticas no detengan la transición a las energías renovables, y quizá incluso los villanos de esta historia lo sepan. Más bien su objetivo es desacelera­r los procesos para extraer las mayores ganancias posibles de sus inversione­s existentes.

Des afortunada­mente, el problema es que “a largo plazo estaremos todos muertos”. Cada año que nos tardemos, la transición a las energías limpias enfermará o matará a miles de personas y al mismo tiempo aumentará el riesgo de una catástrofe climática.

El meollo del asunto es que Trump y compañía no solo están intentando hacer que retrocedam­os en temas sociales; también intentan bloquear el progreso tecnológic­o. Y el precio de su obstruccio­nismo será alto.

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