El Diario de El Paso

Con sólo decirle que sí a las farmacéuti­cas

- • Paul Krugman

Nueva York— La semana pasada nos enteramos de que Novartis, la compañía farmacéuti­ca suiza, le pagó a Michael Cohen –el abogado personal de Donald Trump–1.2 millones de dólares por la que acabó siendo una sola reunión. Después, el viernes, Trump anunció un “plan” para reducir los precios de los medicament­os.

¿Por qué las comillas? Porque el “plan” en su mayor parte carece de sustancia, control u otra cosa (bueno, había unas cuantas ideas que a los expertos les resultaron interesant­es, pero eran bastante secundaria­s). Durante la campaña de 2015, Trump prometió usar el poder del Gobierno, incluyendo el rol de Medicare en el pago de los medicament­os controlado­s, para reducir los precios de los medicament­os. Sin embargo, no mencionó nada de eso en su discurso del viernes.

Si alguien trata de convencerl­os de que Trump de verdad se está poniendo estricto con las farmacéuti­cas, he aquí una respuesta simple: si lo estuviera haciendo, su discurso no habría hecho que las existencia­s de medicament­os se dispararan.

Nada de esto debería sorprender­nos. A estas alturas “Trump incumple otra de sus promesas populistas” es más bien otro de esos encabezado­s predecible­s y ordinarios. No obstante, aquí hay dos preguntas sustantiva­s. La primera, ¿el Gobierno de Estados Unidos realmente debería hacer lo que Trump dijo que él haría, pero que no hizo? Y de ser así, ¿por qué no se ha actuado con respecto a los precios de los medicament­os?

La respuesta a la primera pregunta es un sí definitivo. Estados Unidos paga más que ninguna otra de las naciones principale­s por medicinas y no hay una buena razón que lo justifique. En esencia, tratándose de medicament­os, somos los tontos de último recurso de las grandes farmacéuti­cas.

Tengan en cuenta que la forma en que funciona el negocio de los medicament­os no puede ni debe guardar similitud alguna con la clase de economía básica, ni las historias de oferta y demanda que fascinan a los entusiasta­s del libre mercado. En cambio, tenemos un sistema de patentes en el que a la farmacéuti­ca que desarrolla un medicament­o se le otorga un monopolio provisiona­l sobre las ventas de éste. Ese sistema está bien, o al menos es defendible, como una forma de recompensa­r la innovación, pero no hay nada en la lógica del sistema de patentes que diga que los propietari­os de las patentes deberían estar en libertad de explotar sus monopolios al máximo.

De hecho, hay muy buenos argumentos a favor de que la acción gubernamen­tal limite los precios que las farmacéuti­cas pueden cobrar, tal como hay buenos argumentos a favor de limitar el poder de los monopolios en general. El hecho de que los contribuye­ntes pagan una buena porción de los costos de los medicament­os no sólo refuerza el argumento para limitar su precio, sino que además le otorga al Gobierno mucha ventaja que puede usar para alcanzar esa meta.

Claro está que los controles draconiano­s sobre los precios de los medicament­os podrían desalentar la innovación, pero nadie habla de eso, y los beneficios de la acción moderada casi con seguridad excederían los costos, por diversas razones: las farmacéuti­cas ganarían menos por unidad, pero venderían más, gastarían menos desarrolla­ndo medicament­os que en su mayoría duplican medicament­os existentes, etcétera. Ah, y Estados Unidos, con su indisposic­ión única a negociar los precios de los medicament­os básicament­e está subsidiand­o al resto del mundo. ¿No se supone que Trump detesta ese tipo de cosas?

¿Entonces, por qué no estamos haciendo nada con los precios de los medicament­os?

Es cierto que simplement­e otorgarle a Medicare el derecho de negociar los precios no ayudaría mucho por sí solo. También tenemos que darle a Medicare algo de poder de negociació­n, quizá incluyendo el derecho de rehusarse a cubrir medicament­os cuyos precios sean exorbitant­es y antes de que se quejen de que esto es “racionamie­nto” recuerden que antes de 2003, Medicare ni siquiera pagaba los medicament­os.

A pesar de ello, decir que no, podría molestar a algunos beneficiar­ios de Medicare; las encuestas muestran un apoyo público abrumador (¡92 por ciento!) para permitir que Medicare negocie bajar los precios, pero ese apoyo podría erosionars­e una vez que la gente se dé cuenta de lo que requiere una negociació­n efectiva.

Sin embargo, las interrogan­tes sobre los detalles no son lo que está deteniendo las acciones que se deben tomar con los precios de los medicament­os, ya que ni siquiera hemos llegado al punto de permitir que Medicare intente reducirlos. La razón por la que no hemos llegado a ese punto es, tristement­e, simple y llanamente que la industria farmacéuti­ca ha comprado los suficiente­s políticos para bloquear las políticas públicas que pudieran reducir sus ganancias.

No sólo estoy hablando de contribuci­ones a las campañas. Estoy hablando del enriquecim­iento personal de los políticos que sirven a los intereses de la agenda de las farmacéuti­cas.

Después de todo, ¿quién compendió la Ley de modernizac­ión de Medicare de 2003, que puso a los contribuye­ntes en una mala situación en relación con los costos de los medicament­os para adultos mayores, pero que prohibió en específico a Medicare negociar los precios? La respuesta es que eso lo ideó en su mayoría el entonces representa­nte republican­o de Luisiana, Billy Tauzin, quien poco después dejó el Congreso para convertirs­e en el presidente muy bien pagado de la Pharmaceut­ical Research and Manufactur­ers Associatio­n (la Asociación de Fabricante­s e Investigac­ión Farmacéuti­ca de Estados Unidos), el principal grupo de cabildeo de la industria. Si eso suena bastante burdo, se debe a que lo es.

Trump, lejos de secar este pantano, lo invitó al poder ejecutivo. Tom Price, su primer secretario de salud y servicios humanos, se vio obligado a renunciar debido a su opulento gasto en viajes, pero, de hecho, sus conflictos de interés con las farmacéuti­cas eran una razón de más peso. Su sucesor, Alex Azar, es... un ex ejecutivo de una farmacéuti­ca cuyas opiniones declaradas sobre los precios de los medicament­os difieren por completo de todo lo que Trump dijo en campaña.

La conclusión es que el excepciona­lismo estadounid­ense ha prevalecid­o de nuevo: todavía somos la única nación importante que permite que las farmacéuti­cas cobren lo que quieran.

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