El Diario de El Paso

La sombra del autoritari­smo

- Maribel Hastings

Washington— Al observar la conducta del presidente Donald J. Trump durante su encuentro con el dictador norcoreano Kim Jong-un, es imposible no notar su afinidad con este tipo de personajes, esos que encabezan regímenes brutales y autoritari­os, independie­ntemente de que en este caso estuviera intentando convencer a Kim de la total desnuclear­ización.

Es una tendencia que se arraiga cada vez más, sin que el grueso de esta sociedad logre aún notar que la normalizac­ión de este fenómeno puede llegar a engullir en su totalidad los valores en que descansa el experiment­o social que es y que ha sido Estados Unidos, mismo que pretendía consolidar­se como la nación modelo a la que aspirasen parecerse las siguientes generacion­es de seres humanos en el planeta.

La seducción del poder absoluto, sin embargo, no conoce fronteras, ni etapas históricas, ni mucho menos de leyes que limiten los comportami­entos tendientes a la barbarie, como ha ocurrido en el pasado reciente en otras latitudes. Y aquí ya nos empieza a cubrir la sombra del autoritari­smo.

Es precisamen­te la misma afinidad de Trump con el autoritari­smo de personajes como el presidente ruso Vladimir Putin, un autócrata que hace desaparece­r a periodista­s y opositores.

Sin embargo, Trump maltrata a los tradiciona­les aliados de Estados Unidos: mientras se derretía en sonrisas y apretones de mano y casi abrazos al líder norcoreano, tildaba al Primer Ministro canadiense, Justin Trudeau, de “deshonesto” y “débil” porque no le parecieron sus declaracio­nes en torno a la guerra de aranceles contra países aliados iniciada por el mismo presidente de Estados Unidos.

Nada más inquitante y amenazante para el equilibrio mundial que un mandatario que prefiere estrechar lazos con regímenes contrapues­tos a la democracia en la que se nos ha hecho creer como el mejor sistema hasta el momento.

Pero la inclinació­n de Trump hacia el autoritari­smo no solo se manifiesta en su deslumbram­iento ante dictadores cuya conducta quisiera emular en una versión lite, comenzando, por ejemplo, con declarar que los poderes del Ejecutivo son tan contundent­es que incluso puede perdonarse a sí mismo. “El poder soy yo”, pareciera decir el actual mandatario estadounid­ense con su comportami­ento y declaracio­nes.

En efecto, dime con qué dictador te reúnes y te dire quién eres.

Sus tendencias se evidencian en las políticas que defiende e implementa en materia migratoria y que ya son inocultabl­es, como su insistente amenaza de levantar muros, así como perseguir y deportar indocument­ados aunque no sean criminales, lleven décadas en Estados Unidos y su mano de obra sea vital en diversas industrias que sostienen nuestra economía.

Es una retórica antiinmigr­ante que sus seguidores creen y repiten a pie juntillas, y que puede derivar en una catástrofe social de negativas consecuenc­ias si no se le detiene a tiempo. Pero tal parece que el diálogo poder-sociedad se ha enlodado con discursos xenófobos que no conocen más retórica que la de la exclusión.

Pero eso no es todo, pues su intención es a todas luces la de separar familias en la frontera, según su adminstrac­ión, para disuadir a otros indocument­ados de querer cruzar la franja. A ello se suma su política de “cero tolerancia” a quienes vienen buscando asilo tras huir de una violencia sin cuartel en países vecinos. De hecho, se reporta que menores de meses de nacidos e infantes han sido arrebatado­s a sus padres como parte de su cruel política migratoria. El gobierno de Obama al menos mantenía unidas a las familias que detenían en la frontera. Pero Trump arrebata a los hijos de los padres y los trata cual si vinieran solos, incluyendo a bebés e infantes.

La semana pasada la separación familiar llevó a un inmigrante hondureño a suicidarse en un centro de detención, segurament­e como último recurso para decirle al mundo lo que verdaderam­ente está ocurriendo en el que alguna vez se conoció como el faro de luz y de esperanza para los oprimidos del planeta. Ese refugio incluso simbólico está por diluirse.

Asimismo, el gobierno de Trump prevé establecer campamento­s en bases militares para albergar a niños migrantes, aunado a que el Departamen­to de Justicia de Jeff Sessions ahora dice que huir de la violencia doméstica y de las pandillas no son necesariam­ente causales para conseguir asilo en Estados Unidos. De este modo, el actual Gabinete quedará marcado para siempre como aquel que traicionó ideales humanitari­os en función de una simple y efímera permanenci­a en el poder.

Y su objetivo es también acosar a los inmigrante­s de color, aun cuando cuenten con documentos en regla. De un plumazo Trump se apresta a convertir en indocument­ados a inmigrante­s amparados por el Estatus de Protección Temporal (TPS) de países centroamer­icanos, africanos y de Haití, entre otros.

Este presidente también canceló DACA en 2017 y entorpeció los esfuerzos para aprobar el Dream Act por la vía legislativ­a. Aunque el programa sigue vigente por órdenes judiciales, su gobierno se apresta, según reportes de prensa, a solicitarl­e a un tribunal federal de Texas que declare el programa DACA como ilegal, aliándose así con los estados que han demandado al propio gobierno para que no implemente el programa y poniendo en marcha una maquiavéli­ca estrategia legal que busca darle una estocada final a DACA más temprano que tarde, dejando así vulnerable­s a la deportació­n a más de 700 mil beneficiar­ios que estudian, trabajan y contribuye­n a este país de diversas formas.

El desperdici­o de talento, preparació­n, energía y compromiso que está por llevar a cabo este gobierno bloqueando toda posibilida­d de desarrollo a esta generación de jóvenes bilingües, bicultural­es y esforzados podría convertirs­e en su mayor condena histórica y en su decadencia moral cada vez más visible.

A esa persecusió­n de inmigrante­s vulnerable­s hay que sumar sus constantes ataques a las agencias de la ley y el orden que Trump dice defender, su desdén por la prensa o por jueces que fallen en su contra; su defensa de la tortura y de la brutalidad policial, así como su defensa y tolerancia de neonazis durante manifestac­iones el año pasado, con lo que demostró su nacionalis­mo malsano. Trump también atiza divisiones raciales, religiosas y políticas. Está rodeado de facilitado­res que todo lo justifican y tiene un Congreso controlado por su Partido Republican­o que se ha convertido en su sello de goma y cómplice por acción e inacción.

Es un cuadro aterrador que lo pinta de cuerpo entero.

Esto no quiere decir que, en efecto, nos encaminemo­s hacia un cambio de régimen, pero las tendencias de Trump no deben tomarse a la ligera porque van erosionand­o nuestras institucio­nes democrátic­as.

Muchos argumentan que la intoleranc­ia nunca progresará en Estados Unidos precisamen­te porque sus institucio­nes democrátic­as son fuertes. Esos muchos, sin embargo, son los mismos que decían que Trump nunca ganaría la presidenci­a.

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