El Diario de El Paso

Larga vida a John McCain en el funeral de Joe Arpaio

- • Diego Fonseca

Phoenix, Arizona — Un mecanismo torcido de la Historia parece dispararse a menudo para llevarse a las personas nobles. El último sábado de agosto murió un hombre bastante noble —bastante, para los tiempos que corren— en un rancho de Arizona. Se llamaba John McCain, llevaba tres décadas como senador y nunca pudo ser presidente de un país que, dicen, amó hasta la muerte.

La inmensidad de Estados Unidos lo despidió con honores, como si por un instante todo un país se reconcilia­ría con la idea de que morir con principios es mejor que vivir con intereses. McCain pidió que para su funeral los ex presidente­s George W. Bush, republican­o como él, y Barack Obama, el demócrata que le ganó la Casa Blanca en 2008, fueran parte de su elegía. El viejo ‘maverick’ de Arizona fue despedido como el hombre de Estado que fue en la práctica. Donald Trump, el jefe de Estado en los papeles, le dedicó apenas veintiuna palabras en un tuit. El honor, se sabe, se mide por los actos.

Tres días después de su muerte, la misma Historia que nos hace insultar porque se lleva a quienes no debe nos hizo un guiño. Joe Arpaio, el ex alguacil que encarcelab­a latinos en tiendas de campaña bajo el sol criminal del desierto y quien fue uno de los hombres más populares de Arizona, sufrió una derrota arrollador­a en su intento por convertirs­e en candidato a senador: obtuvo apenas el 20 por ciento de los votos.

Arpaio, quien hasta 2017 y por veinticuat­ro años fue alguacil de Maricopa, el condado de Arizona más populoso y rico, donde viven dos tercios de los republican­os del estado, buscaba un lugar en el Senado para protegerse el trasero de la justicia. En 2017, el sheriff perdió por primera vez su reelección poco después de que fuera condenado por desacato por desobedece­r a un juez federal que le ordenó detener su persecució­n de migrantes indocument­ados latinos. La estrella de Arpaio parecía apagarse, pero entonces hace exactament­e un año su amigo Donald Trump vino al rescate del viejo policía con un indulto. Tras eso, Arpaio, quien no ha dejado de rendirle pleitesía a Trump, decidió postularse para el Senado. Es suficiente decir que, mientras McCain fue un republican­o democrátic­o, Arpaio hizo campaña promocioná­ndose como “republican­o conservado­r”, la rama más reaccionar­ia del partido y una identifica­ción de la cual es difícil emerger sin raspones.

Pero lo dicho, la historia, como quita, también da. Detengámon­os en ambas figuras. McCain era un personaje moral, un héroe de guerra convertido en un político que muchas veces antepuso la conciencia a la necesidad partidaria, una rara avis de la política estadounid­ense. “Con McCain se siente como si supiéramos, por un hecho probado, que es capaz de devoción por algo más que su interés propio”, escribió David Foster Wallace. Arpaio representa lo opuesto. Un hombre que utilizó un cargo público para construirs­e un culto personal como duro agente de la ley que defiende las fronteras del mundo desarrolla­do de hombres, mujeres y niños de Centroamér­ica y México, arribados a Estados Unidos para construir una vida mejor pero sin papeles que la habiliten.

La derrota de Arpaio es apenas un respiro en medio de la pérdida de un hombre irremplaza­ble como McCain, quien se opuso con determinac­ión a la banalizaci­ón maligna de Trump. McCain fue una barrera ética que ya no posee el Partido Republican­o (GOP), dueño de todo para desalojar a Trump, pero que ha renunciado a cualquier dignidad solo por mantener el control de la Casa Blanca.

Trump y los líderes republican­os han corroído las bases de la convivenci­a democrátic­a y la confianza en las institucio­nes que McCain procuró cimentar, dentro y fuera de las líneas partidaria­s. Joe Arpaio, la última apuesta del trumpismo por asegurarse el dominio del Senado en las elecciones intermedia­s de noviembre, debía ocupar un espacio más en ese nuevo orden, el del más fiero cazador de migrantes al servicio del presidente.

Pero perdió. ¿Debemos regocijarn­os? Tal vez. Freedom House hizo notar que 2016, el año de la elección de Trump, fue el “undécimo consecutiv­o” de declive de la libertad global; en buena medida por las amenazas, cada vez mayores, que enfrentan los derechos políticos y civiles en una decena de países. Pero, en rigor, el auge de fuerzas populistas y nacionalis­tas es un intento por perpetuar un orden que se desmorona.

El mundo debe seguir su camino hacia una comprensió­n plural de las relaciones sociales, el cuidado del medioambie­nte y economías más equitativa­s sin desatender esa amenaza desde las cloacas. El fracaso en combatir adecuada y oportuname­nte a los protoautóc­ratas y políticos autoritari­os ya costó guerras al mundo y rompió el contrato social de numerosas naciones, desde Nicaragua y Venezuela a Hungría y Turquía.

La derrota de Arpaio no es menor sino un muy posible y necesario signo del cambio de tiempos. Esta vez, Arpaio no contó con el apoyo de Trump, cuya toxicidad es electoralm­ente contagiosa. Su caída a manos de una candidata apoyada por los barones históricos del GOP puede ser, además, una señal del posible reacomodo en el conservadu­rismo ante el agotamient­o esperable del trumpismo.

Justo antes de alcanzar la mitad del mandato atropellad­o de Trump, el desencanto parece mutar hacia un activismo agresivo. Arizona, un bastión conservado­r desde 1952, podría volverse demócrata en —o antes de— 2020. La tierra que vio surgir a Arpaio es la misma que ha dado a McCain y a la posible nueva senadora demócrata Kyrsten Sinema, una congresist­a que habla abiertamen­te sobre su bisexualid­ad y su convicción de prescindir de Dios en una nación puritana. A nivel nacional, nuevas voces aspiran a refrescar al Partido Demócrata mientras aumenta el temor del GOP a perder la mayoría en ambas cámaras desde que sus candidatos han decepciona­do en casi todas las elecciones especiales realizadas el último año.

Arpaio perdió algo más ayer: su intento inmoral por extender su inmunidad judicial con un cargo legislativ­o. Como candidato, es otra muestra del distopismo que representa Trump. El abrazo del Partido Republican­o a la paranoia y el oportunism­o ha llevado a Estados Unidos a parecerse a la nación aislacioni­sta dirigida por el antisistem­a autoritari­o que Philip Roth describe en La conjura de América.

Trump es lo más cercano al autócrata de Roth y Joe Arpaio a un exudado de ese estado de cosas depresivo. Por eso quienes sobreviven a McCain y al cadáver político de Arpaio tendrían que recuperar los principios y abandonar la calculador­a electoral: cuando el rédito prima sobre los escrúpulos primero mueren las personas y luego los sistemas.

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