El NAFTA ha muerto: que viva el NAFTA
Washington – Cuando el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica entró en vigor en 1994, fue ampliamente aceptado – tanto por amigos como por enemigos – como un experimento ambicioso en la ingeniería económica.
Para los que estaban a favor, prometía los beneficios de un crecimiento económico más fuerte para los tres países que lo integraban: Canadá, México y Estados Unidos.
Para sus adversarios, amenazaba con la pérdida de empleos bien remunerados en la industria manufacturera de Estados Unidos y favorecía a los países que tenían bajos salarios.
Aun antes de que fuera presidente, Donald Trump fue uno de los críticos más feroces del NAFTA. Durante la campaña, se comprometió a reformarlo o salirse de él.
Ahora, ya cumplió su promesa, dando a conocer un nuevo y tentativo acuerdo comercial entre Estados Unidos y México.
Los críticos aseguran que aumentará los precios de los automóviles, mientras que Trump y sus aliados argumentan que promoverá buenos empleos en Estados Unidos.
La siguiente tarea de Trump será coaccionar o persuadir a Canadá para que se una al acuerdo y luego eliminar la etiqueta NAFTA.
“Quiero llamarle a este tratado Acuerdo Comercial entre Estados Unidos y México. Yo creo que es un nombre elegante”, dijo durante la conversación telefónica que tuvo con el presidente mexicano Enrique Peña Nieto.
“Yo creo que NAFTA tiene muchas malas connotaciones para Estados Unidos, porque no fue un buen acuerdo”.
Sin embargo, con cualquier etiqueta, cualquier acuerdo comercial reformado se parecerá mucho al NAFTA. La administración Trump asegura que tuvo éxito al proteger “la propiedad intelectual” como patentes, derechos de autor, secretos comerciales y el abrir mercados para la tecnología digital.
El tiempo dirá si esos argumentos son muy importantes. Por otra parte, los logros importantes del NAFTA – eliminando la mayoría de las tarifas entre los tres países – podrían permanecer.
La única área en donde el nuevo acuerdo es marcadamente más proteccionista involucra a los autos y camionetas. Durante todo el tiempo, Trump había tenido como objetivo cambiar más producción de países con bajos salarios a los altos salarios de Estados Unidos.
Podría lograr ese objetivo imponiendo una variedad de condiciones que los fabricantes de vehículos tendrían que cumplir para quedar exentos de una tarifa del 2.5 por ciento.
Primero, el contenido local de los vehículos que califican – que se requiere ser producidos en Estados Unidos – podría incrementarse del nivel existente del 62.5 por ciento al 75 por ciento. Lo que sigue es que podría haber el requisito de que entre el 40 y 45 por ciento del contenido de los vehículos tendrá que provenir de trabajadores que ganan por lo menos 16 dólares la hora.
Eso podría ser un importante impulso para muchos trabajadores mexicanos de la industria automotriz, en donde el salario por hora promedio es de aproximadamente 3 dólares, según reportó Heather Long de The Washington Post. Por el contrario, el salario promedio por hora de los trabajadores automotrices de Estados Unidos es de 22 dólares.
El punto, señala el documento de hechos de la administración, es “apoyar mejores empleos para los productores y trabajadores de Estados Unidos al requerir que una parte significativa del contenido de los vehículos sea elaborado con una mano de obra que gane un alto salario”.
Los requisitos del contenido podrían presionar a muchos proveedores de autopartes a mantener sus operaciones en Estados Unidos o regresar al país las fábricas que han movido al extranjero, de acuerdo al documento de hechos.
Eso no es todo, comentó el economista Jeffrey J. Schott del Instituto Peterson, quien es un crítico del acuerdo. “Hay muchas capas de requisitos”, hace notar.
Por ejemplo, el 70 por ciento del acero, aluminio y vidrio de los vehículos debe provenir de fuentes norteamericanas.
De hecho, los requisitos son tan complejos que muchas empresas automotrices podrían decidir que no vale la pena meterse en problemas para cumplirlas, aseguró Schott. Las empresas podrían determinar que el pagar una tarifa del 2.5 por ciento es la alternativa menos costosa.
Sin embargo, ése no podría ser el final de la historia. Trump también está considerando incrementar los aranceles de los autos, tanto como un 25 por ciento, debido a que se dice que esa industria es vital para la seguridad nacional.
Eso podría, muy probablemente, resultar en un considerable incremento de precios y frenar la producción, afectando a los consumidores, trabajadores y empresas automotrices estadounidenses.
En el peor de todos los posibles casos, todos perderán.