McCain sabía que los inmigrantes trabajan más que los estadounidenses
San Diego — En tributo a John McCain, este fin de semana del Día del Trabajo hablaré sin pelos en la lengua sobra la ética laboral estadounidense.
McCain era, claro está, un defensor de una reforma inmigratoria comprensiva —incluyendo un camino rumbo a la ciudadanía para ciertos inmigrantes indocumentados.
El senador de Arizona contaba con un poderoso aliado: la realidad. Los manifestantes se atrevían a encararlo y a impugnar su aseveración de que los inmigrantes ilegales hacen el trabajo que los ciudadanos estadounidenses nunca harían.
Fastidiado, en cierto punto, McCain le hizo a su público una oferta personal. El senador les dijo: “Les ofrezco a todos los que están aquí un salario de 50 dólares la hora si acuden a la pizca de la lechuga en Yuma… por toda una temporada. Así que adelante, ¿quién se apunta?” No hubo exactamente multitudes que quisieran aplicar.
Hoy, en el eje agrícola del centro de California, los agricultores me dicen que pagan 30 dólares la hora en la pisca del tomate y 40 dólares la hora en la pisca de melones. En la costa, pagan 60 dólares la hora en la pisca del aguacate. Y aun así no pueden encontrar suficientes trabajadores.
¿Es esta la gloriosa ética laboral estadounidense que celebraremos este fin de semana?
Apartar un día de asueto al año para honrar a los trabajadores de la nación —y participar en actividades de ocio tales como carnes asadas y acudir a la playa— parece un tanto bizarro. Esto es especialmente cierto cuando hay una escasez de mano de obra y más trabajos vacantes que personas que estén dispuestas a realizarlos.
¿Recuerdan tan sólo hace algunos años, cuando la gente solía decir que no había trabajo y que nadie estaba contratando?
Miren a sus alrededores en sus poblados. ¿Cuándo ustedes habían visto tantos anuncios de “se solicita”? Restaurantes, lavanderías, florerías, farmacias. Todos necesitan empleados.
¿Quién va a hacer ese trabajo? Nuestros hijos probablemente no lo harán. El porcentaje de los adolescentes con empleo para el verano de este año fue el más bajo que jamás se haya visto.
Dado que estamos criando otra generación de menores con una muy pobre ética laboral, y quienes por lo regular piensan que tienen derecho a pasear libremente por la vida, propongo que le cambiemos el nombre a la celebración a lo que realmente significa: “Día del fracaso de nuestros padres”.
¿Cuándo han escuchado a un político que diga eso? No se necesitan agallas para decirles a un montón de votantes que México está invadiendo a Estados Unidos. Pero sí se requieren agallas para decirle a la gente que no sirven como padres de familia.
Cuando escucho a los estadounidenses intentar justificar por qué no aceptan dicho empleo, o aquel otro, al final de cuentas todo recae en el dinero. Algunos trabajos no valen siquiera nuestro tiempo, al parecer.
Muchas personas insisten que los empleadores no consideran a los trabajadores estadounidenses para mejor contratar trabajadores extranjeros —ya sea mal capacitados o sobre-capacitados— porque supuestamente resultan ser una mano de obra mucho más barata.
Puras sandeces. Hablen con cualquier gerente de recursos humanos, y ya verán lo que les dirá. No sólo es que los trabajadores inmigrantes y extranjeros cuestan lo mismo, sino que también tienen el mismo costo de vida y los mismos gastos que los trabajadores nacidos estadounidenses, y los primeros por lo regular le cuestan más dinero al empleador al principio debido a los precios de las visas.
¿Cuántos periodistas salen y hablan con los empleadores para conocer su lado de la historia? Yo lo hago. Lo escucho decir de la boca de los empleadores todo el tiempo —en discursos, en mi inbox y en los lugares de trabajo.
Lo que escucho no habla nada bien de los trabajadores estadounidenses.
Los empleadores me dicen que los trabajadores estadounidenses no salen bien en sus análisis antidoping, llegan tarde a trabajar, se retiran apurados a la hora de salida, mienten sobre estar enfermos cuando no quieren acudir al trabajo, se rehúsan a hacer ciertas tareas, y por lo general actúan como si le estuvieran haciendo al empleador un favor por sólo presentarse a trabajar.
La propietaria de una pequeña empresa me dijo que cuando ella contrata a trabajadores estadounidenses, lo primero que ellos preguntan es sobre el salario y el tiempo libre. Con los inmigrantes, todo lo que ellos quieren saber es cuánto trabajo pueden hacer. ¿A quienes creen ustedes que ella preferirá contratar?
En cuanto a los críticos que solían acosar a McCain, el senador se llevó la última carcajada.
Para el 2007, Jon Kyl, su colega y senador de Arizona, se había unido a la lucha por la reforma inmigratoria, y pronto ambos tuvieron que lidiar con las protestas afuera de sus oficinas en el Senado.
Yo vi un video de un memorable incidente. Claramente molestos por la oferta retadora de McCain, un grupo se hizo presente en su oficina portando cabezas de lechuga. “Mire, nosotros podemos piscar lechugas, también”, dijo uno de los manifestantes.
Eran hermosas cabezas de lechuga. De hecho tenían una apariencia tan prístina, asumo que fueron compradas en alguna tienda, en lugar de que fueran tomadas de algún campo agrícola.
Apuesto a que semejante espectáculo hizo sonreír a McCain. Y, en su honor, el resto de nosotros deberíamos ponernos a pensar.