El Diario de El Paso

Agentes transforma­dores reconcilia­dos

- Víctor Corcoba Herrero

En un tiempo en el que nos desbordan las simientes de odio y se disparan por doquier las señales de menospreci­o hacia vidas humanas, hace falta propiciar eventos de diálogo y convivenci­a. En consecuenc­ia, todos esos poderosos mundos de la economía y de las finanzas, de la ciencia y el arte, de la cultura y del deporte, han de compartir, más allá de meros conocimien­tos, sus buenas prácticas, que son las que germinan de nuestros interiores.

Sin duda, tenemos que reinventar otras salidas más armónicas, que en conciencia nos fraternice­n y nos hagan avanzar, pues aquellos que todo lo confían a la fuerza y a la violencia, generan un espíritu destructiv­o incapaz de construir nada. Por tanto, hemos de ser agentes transforma­dores antes de que las miserias humanas se apoderen de nuestro corazón y nos impidan conciliarn­os con la luz, pues tras las historias de sufrimient­o y amargura, uno es capaz de renacer de sus propias cenizas y comenzar un nuevo camino.

No olvidemos que la vida es un constante proceso,un continuo verificar se en el tiempo; un nacer, morir, y un reinventar­se cada día. Y al fin; uno quisiera vivir para crecer embellecid­o, no crecer para envenenars­e a sí mismo.

Si acercar la ciencia o cualquier disciplina artística a la sociedad es fundamenta­l para que los individuos adquieran conocimien­tos y puedan elegir sus opciones profesiona­les, también esa capacidad de transforma­ción en nosotros internamen­te nace, precisamen­te, de esa autenticid­ad entre lo que hacemos y pensamos.

Tengamos en cuenta que nada permanece igual y que todo es mejorable. Contemplan­do el actual contexto mundial, es menester compromete­rse más pronto que tarde, en poner la verdad sobre nosotros, comenzando por limpiar el aire, como ha dicho el director general de la Organizaci­ón Mundial de la Salud, para reducir en dos tercios las muertes por contaminac­ión en el 2030, y concluyend­o por activar la estima entre análogos, como transforma­ción esencial de subsistenc­ia. Mal que nos pese, el afecto, es la primera condición para humanizars­e y hacerse corazón.

Pensemos en aquella célebre cita del científico, filósofo y escritor Blaise Pascal (1623-1662), de que “el primer efecto del amor es inspirar un gran respeto; se siente veneración por quien se ama”. Justamente por ello, necesitamo­s de esa pasión natural del ser humano; la del amor, que todo lo considera y reverencia.

La cuestión no está en cruzarse de brazos o en militariza­r las fronteras para disuadir a los migrantes, sino en ser mediadores de paz, a la hora de poner los talentos al servicio del bien común. Cuando se acrecienta el desconsuel­o de los inocentes, y aún así, prolifera el cinismo del poder, hay que atajarlo como sea. Ojalá aprendiéra­mos a ser agentes transforma­dores que concilien y reconcilie­n las culturas con su hábitat, y que fuésemos la civilizaci­ón del desarme, mediante la evolución y la revolución del verso y la palabra únicamente.

Con razón se dice que una expresión ya sea hablada, mímica, o escrita, molesta en ocasiones más que un puñal. Sea como fuere, el verdadero humanismo está en transforma­r las ideas en hechos, y lo que hay que derribar son las barreras inhumanas que nos aprisionan, haciendo de los deseos realidad. Por desgracia el mundo está inundado de armas y muchos países siguen afectados de algún modo por las minas terrestres. Existen unas 15 mil 395 ojivas nucleares en el mundo, suficiente­s para destruirno­s muchas veces y echar abajo la mayor parte de la vida en la Tierra. Sabemos, en suma, que las armas de cualquier tipo son instrument­os para matar; y, en lugar de dejar de fabricarla­s, continuamo­s activando el comercio. ¡Qué desolación!

Ya está bien de tantas falsedades y egoísmos esparcidos, que lo único que hacen es empañarnos la vida con estúpidos abecedario­s insensible­s, incapaces de conjugarlo­s con la mano tendida, que es lo que verdaderam­ente necesitamo­s para abrazarnos como humanidad. Desde luego, y en vista de lo cual, urge despojarse de esa codicia individual­ista, inútil y absurda, pues sólo así podremos alentarnos hacia ese otro horizonte más sereno y seguro. Ciertament­e, el cambio ha de ser profundo, en un mundo sembrado de injusticia­s, desigualda­des y guerras como jamás.

A mi juicio, los agentes transforma­dores han de ir más allá de ese vociferado derecho al desarrollo, que todo ser vivo lleva inherente a su vida, máxime en una época marcada por el vasto fenómeno de la globalizac­ión. Creo, por consiguien­te, que se ha de reencontra­r ese líder mundial, esa autoridad indispensa­ble para hacer creíbles y penetrante­s sus iniciativa­s; esa voz aglutinado­ra capaz de sensibiliz­ar los ánimos hacia la justicia, alentando a todos a trabajar por una humanidad más de servicio unos de otros, y no de tanto poder unos sobre otros; más libre y fraterna, y no atada al mercadeo de los negocios mundanos.

El “tanto tienes, tanto vales” del refranero realista, tampoco nos dignifica. Florezca, entonces, el espíritu desprendid­o y transparen­te; veremos con placidez su manantial, que la solidarida­d nos hermana y la evidencia nos da sosiego.

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