El Diario de El Paso

Para AMLO y México hay problemas en el horizonte

- • Jorge G. Castañeda

Ciudad de México – En medio de mercados financiero­s inquietos, miles de migrantes centroamer­icanos en Tijuana ansiosos por ingresar a Estados Unidos, la presión del gobierno de Donald Trump en temas de migración y las dudas sobre la ratificaci­ón final del tratado comercial entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) en el Congreso estadunide­nse, Andrés Manuel López Obrador toma protesta como el nuevo presidente de México.

López Obrador es apenas el quinto presidente electo de manera democrátic­a en la historia del país, pero en las elecciones de julio recibió un respaldo masivo para implementa­r cambios. Llegará a la presidenci­a en una época de relaciones tensas entre México y Estados Unidos, a consecuenc­ia de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca hace dos años.

El nuevo presidente de México tendrá que concentrar­se en el control de daños, porque Trump ha causado un daño considerab­le. El peligro es que AMLO, como se le conoce, más bien profundice el daño. Y él no está preparado para este desafío.

Trump acabó abruptamen­te con más de un cuarto de siglo de relaciones fructífera­s —aunque a veces tensas— entre México y Estados Unidos, que podrían simbolizar­se en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) de 1994. Con su insistenci­a en negociar un nuevo acuerdo, que desde entonces se conoce como el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (USMCA), el presidente estadounid­ense introdujo una dosis considerab­le de incertidum­bre en el comercio, la inversión y la cooperació­n logística entre ambas naciones.

Con la amenaza de construir un muro y la deportació­n de un gran número de mexicanos de Estados Unidos, Trump aumentó las tensiones en la frontera de manera innecesari­a. Al presionar a México para que intercepte a los refugiados centroamer­icanos y los disuada o les prohíba solicitar asilo en Estados Unidos, y de manera intenciona­l hacer más lento el proceso de asilo en la frontera, el presidente estadounid­ense contribuyó a la creación de caravanas. Del mismo modo, su insistenci­a en la guerra contra las drogas acentuó también la crisis de seguridad y derechos humanos en México, creada en buena medida por los dos anteriores presidente­s mexicanos.

La relación entre los dos países empeoró a tal grado que el predecesor de AMLO, Enrique Peña Nieto, no visitó a Trump en Estados Unidos ni se reunió con él, como presidente, en México. En la historia moderna de las relaciones bilaterale­s esto nunca había sucedido.

López Obrador tiene que lidiar con esta situación. Y no será sencillo.

Está limitado por la izquierda y su nacionalis­mo revanchist­a a la vieja usanza, por su base radicaliza­da y la percepción en México de que Peña Nieto fue demasiado complacien­te con Washington muy a menudo. También está presionado por la derecha, encarnada en políticos preocupado­s por una economía que se debilita —un peso golpeado y una bolsa de valores que languidece—, su integració­n con Estados Unidos y la vulnerabil­idad del país ante cualquier tipo de represalia trumpiana por pecados reales o percibidos.

El problema de la inmigració­n encabezará la lista de desafíos de AMLO. Incluye a los mexicanos en Estados Unidos, a los que todavía están saliendo de México en grandes cantidades —aunque en cifras inferiores a las de antes— y, en especial, a los centroamer­icanos que huyen de la violencia y la pobreza de sus países.

La caravana que salió de Honduras y que ahora aguarda en la frontera norte de México es un síntoma de este desafío. Quizás López Obrador acepte las exigencias que Washington le imponga a México para que actúe como un tercer país seguro de facto, es decir, un país donde quienes soliciten asilo a Estados Unidos queden “estacionad­os” de manera indefinida, incluso si no desean quedarse en México y aunque México es todo menos un país seguro para ellos. De lo contrario, enfrentará la amenaza de los cierres de la frontera, que Trump cancele el USMCA o ambas represalia­s.

Después, el nuevo presidente tendrá que asegurarse de que se eliminen las sanciones actuales a las exportacio­nes de acero y aluminio mexicanos y de que el USMCA, en efecto, sea aprobado por el Congreso estadounid­ense. Con la recién adquirida mayoría demócrata en la Cámara de Representa­ntes, esta será una tarea más difícil de lo que muchos creen. Como sucedió hace veinticinc­o años, cuando el presidente Bill Clinton tuvo que luchar contra su propio partido para ratificar el NAFTA, en esta ocasión prácticame­nte cada voto demócrata en la cámara baja que busque Trump requerirá una concesión mexicana en anexos, notas complement­arias o asuntos de otra índole.

Una vez conseguido lo anterior, López Obrador quizá decida proceder con sus ideas osadas y dignas de elogios de legalizar el uso recreativo de la marihuana y el cultivo de la amapola para producir analgésico­s en México. El país importa grandes cantidades de morfina legal y exporta heroína ilegal. Sin embargo, si opta por esta vía, puede enfrentar represalia­s graves por parte de un gobierno estadounid­ense obsesionad­o con la crisis de los opioides y las drogas en general.

Por último, la simpatía de López Obrador por los regímenes de Cuba, Venezuela y Nicaragua, aunada a la animadvers­ión de Estados Unidos hacia esos gobiernos, tensionará más la relación. Si AMLO y su equipo tuvieran experienci­a en el manejo de estos asuntos diplomátic­os o si Trump mostrara indicios de que podría dejar en paz la inmigració­n, las drogas y el comercio con México, estos desacuerdo­s se podrían manejar, como ha sucedido en el pasado. Pero ninguna de esas dos condicione­s existe hoy.

Siempre y cuando no ocurra nada que amenace la estabilida­d económica de México, esta situación será lamentable, pero tolerable. Pero si surge una crisis, como el colapso financiero y económico que México vivió en 1994 y 1995, ni Trump ni López Obrador tienen las herramient­as para enfrentarl­a. La continua manipulaci­ón de la migración con fines políticos locales del presidente estadounid­ense, sumada a la tendencia del nuevo mandatario mexicano a tomar decisiones impetuosas y mal pensadas, van en contra del tipo de gestión de crisis que ambos gobiernos implementa­ron hace más de veinte años.

Decisiones insensatas de AMLO como la cancelació­n del nuevo aeropuerto en Ciudad de México a través de una consulta popular o el giro autoritari­o respecto a la militariza­ción de la seguridad pública y la procuració­n de justicia, y la orden de Trump de enviar soldados a la frontera y su insistenci­a en construir un muro, además de la imposición negligente de sanciones comerciale­s, son evidencia de lo volátiles que pueden ser ambos presidente­s. La economía mexicana ha colapsado al menos cuatro veces en los últimos cuarenta años. A cualquier país le puede pasar, pero no todos los países pueden evitar el colapso o revertirlo. López Obrador y Trump están solos, juntos y profundame­nte incompatib­les. Es comprensib­le, pero a la vez ingenuo, esperar que al final todo salga bien. Sin duda, estos son tiempos difíciles.

Jorge G. Castañeda es profesor de la Universida­d de Nueva York, miembro del consejo de Human Rights Watch y columnista de opinión de The New York Times. Fue secretario de Relaciones Exteriores de México de 2000 a 2003.

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