Sí puede ser destituido
Washington – “No pueden destituir a alguien que está haciendo un gran trabajo. Así es como yo lo veo”, según dijo el presidente Donald Trump el viernes en una maratónica conferencia de prensa en el Jardín de las Rosas.
Esta es la manera en que el presidente se reconforta a sí mismo, ahora que se ha empezado a hablar cada vez más sobre la destitución entre la nueva mayoría demócrata en la Cámara de Representantes —y en el caso de la representante de primer año, Rashida Tlaib, demócrata de Michigan, de manera más profana, también.
El grado en el que esto está en la mente del presidente se hizo evidente por primera vez en un tuit que posteó el viernes por la mañana: “¿Cómo pueden destituir a un presidente que ganó quizás una de las más grandiosas elecciones del todos los tiempos, que no ha hecho nada malo (ningún complot con Rusia, fueron los demócratas los que conspiraron), tuvo los dos primeros años más exitosos que cualquier otro presidente, y es el republicano más popular en la historia del partido, 93 por ciento?
Hagamos a un lado la precisión de esa serie de aseveraciones que Trump hace sobre sus logros e inocencia. El hecho es que, no existe una definición en la Constitución de Estados Unidos de lo que se consideran “delitos de alto nivel y delitos menores”, lo cual es lo que los legisladores presentan como base para solicitar la destitución. Los delitos de alto nivel y delitos menores son lo que sea que el Congreso considere que son.
Tampoco el desempeñó presidencial funciona como repelente contra la destitución. Un presidente que está haciendo un buen trabajo aún puede ser destituido. De hecho, uno lo fue, recientemente.
Durante toda la saga que conllevó finalmente a la destitución de Bill Clinton en 1998, había una profunda desconexión en la opinión que el público tenía de él. Los estadounidenses no pensaban que Clinton fuera honesto o confiable. Pero pensaban que estaba haciendo un muy buen trabajo como presidente. La semana en la que la Cámara de representantes, bajo el control republicano, votó a favor de dos artículos de destitución en su contra (acusándolo de mentir bajo palabra y de obstrucción de la justicia) su aprobación laboral, tal como fue medida por la Organización Gallup alcanzó el 73 por ciento —la puntuación más alta de su presidencia.
Después de que la Cámara destituyera a Clinton, fue luego absuelto por el Senado, donde faltaron dos tercios de los votos necesarios para condenarlo. Mientras tanto, los republicanos de la Cámara, que se apresuraron a recurrir a la destitución fueron castigados por los votantes en las elecciones de mitad de término de 1998, donde perdieron cinco escaños. Esa fue la razón por la que el entonces presidente de la Cámara, Newt Gingrich, quien abogó por una estrategia para la destitución, fue obligado a renunciar a su cargo.
Manteniéndose enfocado en su trabajo —todo mundo llamaba a aquello “compartimentalización” en ese entonces— fue la estrategia de supervivencia de Clinton, y eso fue lo que lo salvó, lo cual es algo que Trump debería considerar ahora. Los estadounidenses continuaron manteniendo sentimientos muy cándidos sobre el desempeño de Clinton: Dejó la presidencia con una aprobación laboral del 66 por ciento, la cifra más alta jamás registrada por Gallup que de cualquier otro jefe ejecutivo desde Franklin D. Roosevelt.
En comparación, las cifras de Trump son abismales y así lo han sido durante toda su presidencia. Gallup encontró que Trump aún está bajo el agua, con una aprobación que se mantiene por debajo del 40 por ciento y una desaprobación que está en los mediados 50.
Hace unos años atrás, le pregunté a Gingrich lo que pensaba sobre todo esto, en retrospectiva. Me dijo que sus propias hijas habían intentado convencerlo que no destituyera a Clinton. “No hay nada que te pueda ayudar como el masivo crecimiento en el empleo”, dijo Gingrich. “Mis hijas me explicaron eso en 1998. ‘No queremos nada que afecte a nuestros 401 mil. No busques peleas. La economía está muy bien’”.
Eso es algo que probablemente los demócratas deban tener en mente justo ahora, también. Aún no sabemos qué es lo que nos tiene preparado el consejero especial Robert Mueller, razón por la cual cada vez más demócratas de alto rango en la Cámara, desde la nueva instalada presidente, Nancy Pelosi, demócrata de California, hasta los más bajos niveles, intentan aminorar toda discusión en torno a la destitución. A la mayoría de ellos les tocó vivir lo que sucedió en la última ofensiva a favor de la destitución de un presidente, y vieron las consecuencias de ello, tanto para las instituciones del gobierno como para el partido que se apresuró a ello. Los legisladores le dieron al Congreso un amplio margen para determinar qué constituye ser un delito que justifique la destitución de un mandatario. Pero confiaron en los legisladores, quienes debieron de tener la conciencia para saber que este poder debe ser utilizado con frugalidad.