Trump el vulnerable
Nueva York – Ahora que ya se instaló el nuevo Congreso, el conteo de votos en las elecciones intermedias de 2018 es definitivo. Quedó demostrado que los demócratas ganaron el voto popular nacional en las contiendas para la Cámara de Representantes por casi nueve puntos porcentuales. Se trata de un margen impresionante; en comparación, es más alto que el de cualquier contienda presidencial desde el triunfo aplastante de Ronald Reagan para su reelección en 1984.
No se ha hablado mucho acerca de las dimensiones de esta victoria porque el drama de la noche de las elecciones todavía está muy presente en la mente de los ciudadanos. El día de las elecciones por la noche, más de diez resultados de la Cámara de Representantes todavía no eran seguros y los demócratas habían sufrido decepcionantes derrotas en muchas contiendas para el Senado y para gobernadores (la mayoría en estados republicanos).
Sin embargo, debe quedar muy claro que las intermedias de 2018 fueron una señal de alarma gigantesca para el Partido Republicano, también conocido como el Partido de Trump.
Si la reputación del presidente Donald Trump no mejora de manera significativa, lo más seguro es que no sea el candidato favorito en 2020. Hay que recordar que en las elecciones presidenciales participan más electores que en las intermedias, y un electorado mayor es conveniente para los demócratas. Lo más probable es que en las siguientes elecciones presidenciales voten por lo menos diez millones más (y quizá muchos más) de electores que en las intermedias de 2018. Esos votos adicionales, muchos de ellos de estadounidenses jóvenes o de raza distinta de la blanca, podrían complicar todavía más la reelección para Trump.
Además, Trump no será el único afectado. Si sus cifras de aceptación no aumentan en los siguientes años, muchos republicanos del Senado podrían tener problemas. Desde hace tiempo he pensado que Susan Collins, de Maine, podría reelegirse cuantas veces quisiera. Pero quizá no lo logre si Trump pierde Maine por quince puntos porcentuales (que fue el déficit republicano combinado en las dos contiendas intermedias para el Congreso).
También están los casos de Cory Gardner de Colorado (donde los republicanos perdieron el voto popular en 2018 por más de diez puntos porcentuales), Joni Ernst de Iowa (donde el déficit de los republicanos fue de cuatro puntos) y Martha McSally de Arizona (donde fue de dos puntos).
Si la popularidad de Trump baja, otro grupo de senadores (de Carolina del Norte, Texas y Georgia, tres estados donde los republicanos lograron ganar el voto popular en 2018 por una diferencia mínima) también correrían riesgos. Incluso Kansas eligió un gobernador demócrata el año pasado y dejará un escaño abierto en el Senado para 2020. El viernes, Pat Roberts, el republicano que ha ocupado el cargo, anunció que no se postulará de nuevo.
Durante el fin de semana, publiqué una columna en la que expuse las razones por las que Trump merece que lo retiren del cargo: ha violado leyes federales y su juramento constitucional, es evidente que no es apto para desempeñar el cargo de presidente y su permanencia en el mismo representa un peligro para el país. Por supuesto, sin importar estos peligros ni sus pecados, permanecerá en el cargo en tanto los republicanos del Congreso quieran que esté allí, y sé que muchas personas, de todas las ideologías, creen que Trump mantiene una posición segura entre los republicanos.
Yo creo que es más vulnerable de lo que muchos piensan.
En primer lugar, están los riesgos políticos que crea su reputación actual para otros republicanos. Es cierto que su porcentaje de aprobación se ha mantenido muy estable alrededor del 40 por ciento, pero también es cierto que se trata de un porcentaje muy bajo. A eso se debe la paliza que sufrieron los republicanos en las intermedias.
En segundo lugar, es más probable que la fortuna política de Trump se deteriore este año a que mejore. No se vislumbra que la economía vaya a fortalecerse mucho. Las distintas investigaciones no van a caer en el olvido. Encima, lo más seguro es que Trump cometa más errores espontáneos, como el cierre del gobierno. “Todavía es difícil predecir cómo va a acabar todo esto”, escribió el viernes el politólogo Jonathan Bernstein acerca del cierre. “Eso sí, sería difícil que acabara bien para los republicanos”.
En tercer lugar, quizá el apoyo republicano para Trump todavía sea amplio, pero es superficial. Trump ha sido objeto de muchas más críticas al interior de su partido que la mayoría de los presidentes, y esas críticas parecen haber aumentado desde las elecciones intermedias. La renuncia de Jim Mattis, el secretario de Defensa, fue también una crítica a Trump. Mitt Romney ingresó al Senado gracias a que, una vez más, se opuso a Trump. Collins y Gardner ya comenzaron a refunfuñar por el cierre del gobierno.
Conforme los republicanos comiencen a planear con nerviosismo sus acciones para 2020, quizá estén más dispuestos a distanciarse de Trump. En algunos casos, quizá su supervivencia política dependa de eso. De ser así, es muy posible que el porcentaje de aceptación del presidente comience a desplazarse por debajo del 40 por ciento, y entonces las malas noticias generarán un círculo vicioso.
Por supuesto, nada garantiza que la situación se desarrolle así. Los demócratas podrían extralimitarse; si inician un proceso de juicio político en contra de Trump con premura, podrían provocar que los republicanos se unan. También podría ocurrir que Trump tenga un desempeño sorprendentemente bueno en los siguientes meses. Aunque, para ser sinceros, tampoco es lo más probable.
Las reglas normales de la política en realidad sí se aplican a Trump. Obtuvo una inesperada victoria en 2016 y a sus contrincantes les ha faltado confianza desde entonces. Es tiempo de que cambien de actitud.
Donald Trump todavía goza de gran poder como presidente de Estados Unidos. Pero si a presidentes vamos, en realidad es muy débil. Sus opositores (demócratas, independientes y republicanos conscientes del daño que le está causando al país) deberían sentirse llenos de nuevas energías.