Entusiasma poco el muro a habitantes de la frontera
Los residentes de Columbus, Nuevo México, tienen otras preocupaciones
C olumbus, Nuevo México – A unos minutos de la frontera, en una cafetería del poblado rural de Columbus, Nuevo México, se lee en la pared ‘En la frontera la vida es buena’.
“Éste es el lugar más tranquilo que se le pueda ocurrir”, dijo Adriana Zizumbo, de 31 años, copropietaria del establecimiento criada en Columbus. “La única crisis que tenemos es la escasez de mano de obra. Ahora está cruzando la frontera para trabajar menos gente que antes, y los estadounidenses no quieren hacer el trabajo duro”.
El martes el presidente Trump dijo que los habitantes fronterizos estaban sufriendo una “crisis humanitaria” y describió un panorama marcado por la violencia y donde acechan “crueles polleros y pandillas despiadadas”. Pero Zizumbo no ve así la situación. La gente de Columbus, dijo, se opone a la idea del muro por “margen de 90 a 10”.
“Ya basta de hablar sobre el muro”, dijo. “Aquí tenemos otros problemas que necesitan solución”.
Extendiéndose casi a lo largo de dos mil millas (3 mil 100 kilómetros) desde el Sur de Texas hasta el Océano Pacífico, la frontera de Estados Unidos con México es tan larga y variada como su terreno. Los lugares remotos en el desierto como Columbus, de mil 600 habitantes y aproximadamente a 80 millas (130 kilómetros) de El Paso, son muy tranquilos. En las ciudades grandes como El Paso y San Diego, el creciente número de familias migrantes que desea entrar a Estados Unidos ha generado muchedumbres y polémica, con migrantes hacinados en centros de detenciones y centrales de autobuses así como enfrentamientos en las vallas entre inmigrantes que arrojan piedras y agentes federales.
El New York Times envió corresponsables al lado mexicano de la frontera y a cuatro entidades del lado estadounidense, encontrando poca gente que compartiera la sensación de alarma del presidente Trump.
Muchos dijeron ser cierto que estaba teniendo lugar una crisis humanitaria, pero culparon a la administración Trump de empeorarla mediante políticas dirigidas a desanimar a los migrantes centroamericanos para que no hagan la travesía. Dichas políticas no han logrado poner fin al flujo de migrantes. Pero sí han elevado las tensiones, saturado los albergues sostenidos con voluntarios y puesto a los solicitantes de asilo en riesgo de peligros para su salud y otros problemas en cuanto llegan a Estados Unidos.
La frontera es escenario de una historia muy estadounidense, un lugar binacional de contradicciones y comercio. Hace varios meses, cierta tarde un adolescente hispano caminaba por la central camionera de McAllen, Texas, donde las autoridades dejan a diario a cientos de inmigrantes aprehendidos. El menor no acababa de ser detenido. Había nacido en Texas, estaba visitando a unos familiares y traía una camiseta negra aclarando malentendidos sobre su identidad. En ella se leía ‘Tranquilo Trump, soy legal’.
Así era el ambiente en numerosas partes de la frontera antes del discurso de Trump.