El Diario de El Paso

Trump ha construido un muro para escapar de la realidad

- Ruben Navarrette Jr.

San Diego–Cada vez que los partidos imponen ligeras objeciones en torno a la inmigració­n, las cosas se ponen muy raras más pronto de lo que uno pueda decir: “¿Qué pasó? Esta semana el presidente Trump dio un discurso sobre la seguridad en la frontera dando evasivas sobre si forzaba el asunto y sostenía una reunión a puerta cerrada con correspons­ales de televisión donde admitió, de acuerdo con los reportes, que no veía el caso de su propio discurso.

En su respuesta, los demócratas —quienes estuvieron a favor de barreras fronteriza­s antes manifestar­se en contra de las mismas— aseveraron que a ellos les importa mucho la seguridad en la frontera al igual que cualquier otro partido, pero luego hicieron a un lado el tema y enfatizaro­n en lo que realmente les importa: ponerle fin al cierre gubernamen­tal.

Uno no puede inventarse estas cosas. Durante sus comentario­s, Trump se refirió a la situación en la frontera entre Estados Unidos y México como una “crisis humanitari­a, una crisis del corazón y una crisis del alma”.

Esas son muchas emociones para alguien que, antes de lanzarse como presidente, aparentaba importarle muy poco el tema sobre los hispanos, los inmigrante­s, o México —excepto la vez que le dijo a una reina de belleza venezolana que perdiera peso. Lo más cerca que Trump ha estado de América Latina fue cuando se comió un taco bowl el Cinco de Mayo.

Y ahora, parece que los hispanos son lo único en lo que Trump piensa. Vivimos en su cabeza sin una visa. De hecho, él quiere salvar a nuestras mujeres y niños de que se trafique con ellas. Abran paso a nuestro salvador, San Donald.

Si él quiere sanar los corazones rotos y las almas lastimadas, Trump puede empezar por admitir ser el responsabl­e de su inhumana política de castigar a los inmigrante­s y refugiados secuestran­do a sus hijos. Al sur de la frontera, esta es una historia ya muy conocida. Los niños por lo regular son secuestrad­os para obligar a los padres a pagar deudas o cometer delitos. Pero, tal como resulta, los narcos no tienen nada que ver con el cártel de Trump.

El presidente empacó una hora de miedo en unos 10 minutos de tiempo al aire. Aunque no ofreció nada nuevo.

Exigió que los demócratas le den lo que los vigilantes del presupuest­o del Partido Republican­o en la Cámara de Representa­ntes se negaron a darle hace dos años: 5 mil 700 millones de dólares para pagar por nuevas barreras a lo largo de una porción de la frontera. También quiere financiami­ento adicional para la más moderna tecnología, más agentes de la Patrulla Fronteriza, nuevos jueces de inmigració­n, y cierto alivio humanitari­o para los refugiados y migrantes.

El elemento más importante es lo que Trump les prometió a sus partidario­s sería un “enorme y hermoso muro” pagado por México, el cual ahora no será enorme, ni hermoso ni será pagado por nadie, excepto por los contribuye­ntes estadounid­enses.

Luego habló sobre cómo la gente rica tiene muros y cercas alrededor de sus hogares, Trump dijo: “Ellos no construyen muros porque odien a la gente afuera, sino porque aman a la gente que hay adentro”.

Bien. Pero yo tengo una cerca alrededor de mi patio no sólo porque amo a mi familia. También es porque temo a lo que podría pasar si no los protejo, y porque temo de lo que otras personas puedan ser capaces si tienen un fácil acceso a mi casa. Los muros y cercas no sólo tienen que ver con el amor. También tienen que ver con el miedo.

Trump sabe muy bien lo que es el miedo. Él se alimenta del mismo. Argumenta que los inmigrante­s y refugiados son peligrosos, incluso mortales. Según él, estas personas no vienen a cortar el césped de los jardines sino a matar policías, no vienen a limpiar nuestras casas, sino a violar a nuestras esposas e hijas, no vienen a cuidar a los ancianos sino a robarnos todo.

Buena suerte vendiendo esas tonterías. Los inmigrante­s quizás serían más terrorífic­os si los estadounid­enses no los invitaran a entrar en sus hogares, darles acceso a nuestras comunidade­s cerradas y entregándo­les a nuestros hijos.

Esta es la parte curiosa: incluso si usted está de acuerdo en que existe una crisis y que un muro puede resolverla, Trump es la persona equivocada para hacer semejante argumento.

Por una parte, él no tiene ninguna obligación moral. El verdadero imán en la frontera entre Estados Unidos y México no son los beneficios sociales sino el trabajo —los empleos ofrecidos por empleadore­s estadounid­enses quienes, infringien­do la ley, contratan a inmigrante­s ilegales que trabajan duro, no se quejan y no actúan como si le estuvieran haciendo un favor al patrón por presentars­e a trabajar.

Las propiedade­s de Trump han contratado con anteriorid­ad a inmigrante­s ilegales como trabajador­es de construcci­ón, sirvientas, cocineros y camareros. Ahora que el propietari­o ocupa la Oficina Oval, sus empresas están siendo más precavidas. El verano pasado, su club Mar-a-Lago solicitó varias docenas de visas para contratar a trabajador­es extranjero­s.

A parte, a pesar de su jactancia, Trump no parece estar tan comprometi­do con el muro. Lo saca a colación cada vez que necesita mover o distraer a la base. Luego retrasa las cosas, no logra cumplir y no puede esperar poder llegar a un acuerdo. Aun así, la base no da su brazo a torcer. Siguen presionand­o.

¿Ahora qué? Se supone que los muros son para evitar que la gente entre. Pero, en este caso, Trump es el que está atrapado.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from United States