Trump ha construido un muro para escapar de la realidad
San Diego–Cada vez que los partidos imponen ligeras objeciones en torno a la inmigración, las cosas se ponen muy raras más pronto de lo que uno pueda decir: “¿Qué pasó? Esta semana el presidente Trump dio un discurso sobre la seguridad en la frontera dando evasivas sobre si forzaba el asunto y sostenía una reunión a puerta cerrada con corresponsales de televisión donde admitió, de acuerdo con los reportes, que no veía el caso de su propio discurso.
En su respuesta, los demócratas —quienes estuvieron a favor de barreras fronterizas antes manifestarse en contra de las mismas— aseveraron que a ellos les importa mucho la seguridad en la frontera al igual que cualquier otro partido, pero luego hicieron a un lado el tema y enfatizaron en lo que realmente les importa: ponerle fin al cierre gubernamental.
Uno no puede inventarse estas cosas. Durante sus comentarios, Trump se refirió a la situación en la frontera entre Estados Unidos y México como una “crisis humanitaria, una crisis del corazón y una crisis del alma”.
Esas son muchas emociones para alguien que, antes de lanzarse como presidente, aparentaba importarle muy poco el tema sobre los hispanos, los inmigrantes, o México —excepto la vez que le dijo a una reina de belleza venezolana que perdiera peso. Lo más cerca que Trump ha estado de América Latina fue cuando se comió un taco bowl el Cinco de Mayo.
Y ahora, parece que los hispanos son lo único en lo que Trump piensa. Vivimos en su cabeza sin una visa. De hecho, él quiere salvar a nuestras mujeres y niños de que se trafique con ellas. Abran paso a nuestro salvador, San Donald.
Si él quiere sanar los corazones rotos y las almas lastimadas, Trump puede empezar por admitir ser el responsable de su inhumana política de castigar a los inmigrantes y refugiados secuestrando a sus hijos. Al sur de la frontera, esta es una historia ya muy conocida. Los niños por lo regular son secuestrados para obligar a los padres a pagar deudas o cometer delitos. Pero, tal como resulta, los narcos no tienen nada que ver con el cártel de Trump.
El presidente empacó una hora de miedo en unos 10 minutos de tiempo al aire. Aunque no ofreció nada nuevo.
Exigió que los demócratas le den lo que los vigilantes del presupuesto del Partido Republicano en la Cámara de Representantes se negaron a darle hace dos años: 5 mil 700 millones de dólares para pagar por nuevas barreras a lo largo de una porción de la frontera. También quiere financiamiento adicional para la más moderna tecnología, más agentes de la Patrulla Fronteriza, nuevos jueces de inmigración, y cierto alivio humanitario para los refugiados y migrantes.
El elemento más importante es lo que Trump les prometió a sus partidarios sería un “enorme y hermoso muro” pagado por México, el cual ahora no será enorme, ni hermoso ni será pagado por nadie, excepto por los contribuyentes estadounidenses.
Luego habló sobre cómo la gente rica tiene muros y cercas alrededor de sus hogares, Trump dijo: “Ellos no construyen muros porque odien a la gente afuera, sino porque aman a la gente que hay adentro”.
Bien. Pero yo tengo una cerca alrededor de mi patio no sólo porque amo a mi familia. También es porque temo a lo que podría pasar si no los protejo, y porque temo de lo que otras personas puedan ser capaces si tienen un fácil acceso a mi casa. Los muros y cercas no sólo tienen que ver con el amor. También tienen que ver con el miedo.
Trump sabe muy bien lo que es el miedo. Él se alimenta del mismo. Argumenta que los inmigrantes y refugiados son peligrosos, incluso mortales. Según él, estas personas no vienen a cortar el césped de los jardines sino a matar policías, no vienen a limpiar nuestras casas, sino a violar a nuestras esposas e hijas, no vienen a cuidar a los ancianos sino a robarnos todo.
Buena suerte vendiendo esas tonterías. Los inmigrantes quizás serían más terroríficos si los estadounidenses no los invitaran a entrar en sus hogares, darles acceso a nuestras comunidades cerradas y entregándoles a nuestros hijos.
Esta es la parte curiosa: incluso si usted está de acuerdo en que existe una crisis y que un muro puede resolverla, Trump es la persona equivocada para hacer semejante argumento.
Por una parte, él no tiene ninguna obligación moral. El verdadero imán en la frontera entre Estados Unidos y México no son los beneficios sociales sino el trabajo —los empleos ofrecidos por empleadores estadounidenses quienes, infringiendo la ley, contratan a inmigrantes ilegales que trabajan duro, no se quejan y no actúan como si le estuvieran haciendo un favor al patrón por presentarse a trabajar.
Las propiedades de Trump han contratado con anterioridad a inmigrantes ilegales como trabajadores de construcción, sirvientas, cocineros y camareros. Ahora que el propietario ocupa la Oficina Oval, sus empresas están siendo más precavidas. El verano pasado, su club Mar-a-Lago solicitó varias docenas de visas para contratar a trabajadores extranjeros.
A parte, a pesar de su jactancia, Trump no parece estar tan comprometido con el muro. Lo saca a colación cada vez que necesita mover o distraer a la base. Luego retrasa las cosas, no logra cumplir y no puede esperar poder llegar a un acuerdo. Aun así, la base no da su brazo a torcer. Siguen presionando.
¿Ahora qué? Se supone que los muros son para evitar que la gente entre. Pero, en este caso, Trump es el que está atrapado.