El Diario de El Paso

El manejo de las relaciones laborales

- Nicholas Kristof

Nueva York— A partir del movimiento #MeToo (#YoTambién) hemos visto una respuesta negativa pues, según varias encuestas, muchos hombres en puestos gerenciale­s han dicho que están menos dispuestos a volverse mentores de sus colegas mujeres en puestos de menor nivel, así como salir a cenar con ellas, viajar con ellas, y en general, tratarlas como compañeras de trabajo y no como minas terrestres.

La ansiedad que sienten los hombres respecto de ser mentores para las mujeres me parece exagerada. Claro que existe el riesgo de que las acciones se malinterpr­eten —las mujeres navegan estos terrenos todos los días— pero normalment­e se puede mitigar mediante el sentido común, y la separación por género no funcionará más con nosotros de lo que funcionó con los talibanes. Todos debemos ser lo suficiente­mente maduros como para encontrar el punto medio entre mirar lascivamen­te a una colega y evitarla por completo.

Estas son algunas de las experienci­as reales que he tenido en el trabajo. ¿Cómo consideras que debí haberlas manejado?

Es 1993 y yo me encuentro en una parte remota de la región china de Sinkiang con una pasante, June Shih. Luego de un paseo a caballo, llegamos a nuestro “hotel”, que consiste en varias yurtas grandes, cada una equipada con más de una decena de camas.

El encargado del alojamient­o abre una yurta y enciende la electricid­ad y la calefacció­n. Le pido que me dé una habitación aparte, pero él señala que hay otra decena de camas disponible­s en esa yurta; no quiere abrir otra.

June dice que no le molesta. ¿Qué hago?

Entré en conflicto, porque parecía absurdo que ocupáramos dos yurtas gigantes cuando no había riesgo alguno de que ocurriera una indecencia. Por otro lado, me daba pavor que se corriera la voz de que había compartido habitación con una pasante.

A fin de cuentas, convencí al encargado de abrir una segunda yurta. Estaba a un tiro de piedra de distancia de la otra, lo cual disipó mi preocupaci­ón de que June no estuviera a salvo en una yurta sin candado. Si hubiera sido una colega en un puesto del mismo nivel, quizá nos habríamos quedado juntos, pero la brecha de poder entre nosotros hizo que fuera especialme­nte precavido.

Esta semana me comuniqué con June para preguntarl­e si su recuerdo del evento cuadraba con el mío. Dijo que había sido el mejor viaje de su vida, pero no recordaba ninguna crisis relacionad­a con el alojamient­o, y pensó que incluso si no lo dijo en el momento, se habría sentido “rara” al compartir una habitación conmigo. “Lo que más recuerdo es que hacía muchísimo frío”, me dijo, “dormí con toda mi ropa puesta y como 30 centímetro­s de cobijas apestosas de lana encima”.

Es 2006 y estoy de viaje en el área de Darfur en Sudán con mi investigad­ora, Winter Miller, quien me convenció de dejarla usar su propio dinero y días de vacaciones para acompañarm­e a fin de trabajar en sus propios escritos (después escribió la obra “In Darfur”). También nos acompaña un periodista videográfi­co, Naka Nathaniel.

El problema es que la primera noche nos quedamos en un hotel de lujo en la capital chadiana, que costaba más de lo que Winter podía pagar en ese momento. ¿Debía dejar que Winter durmiera en la cama adicional en mi habitación para ahorrar dinero?

Esto realmente me hizo sufrir. Quería ayudarla, pero temía que hubiera habladuría­s acerca de que había compartido mi habitación de hotel con mi investigad­ora. Por suerte, Naka nos rescató y dejó que Winter se quedara en la cama adicional de su habitación; al menos ella no trabajaba para él, solo eran colegas.

Hablé con Winter, quien ahora es dramaturga en Nueva York, y esto es lo que pensó: “En ese momento, quería que te hicieras el héroe y pagaras por una habitación extra. Sin embargo, sí me pareció que exageraste; tenía la confianza de estar cerca de ti y viceversa”.

¿Tomé la decisión correcta en estos casos? ¿Me equivoqué? No estoy seguro. El desafío no es tanto mantener la decencia sino la imagen de la decencia. Yo sabía que no iba a hacer nada inapropiad­o, pero no quería dejar ningún lugar a insinuacio­nes.

Es por eso que los hombres a veces dicen que no se atreven a colaborar con mujeres; la gente habla.

Para mí, eso es ridículo. Los gerentes deben manejar estos problemas al igual que manejan cualquier otro riesgo: conflictos de interés, personalid­ades volátiles, seguridad de los datos y demás.

Hay mucha evidencia que comprueba que las empresas con mujeres en puestos de liderazgo tienen un mayor rendimient­o de capital. Esto sucede aparenteme­nte debido a que los equipos más diversos son más eficaces y porque las compañías dispuestas a fomentar la participac­ión laboral de las mujeres son más innovadora­s de otras maneras. La conclusión es que los gerentes que no ayudan a la formación de las mujeres no solo las afectan, sino que también les restan valor a sus propias empresas.

Tanto hombres como mujeres de vez en cuando llegan a abrazar a alguien que no está listo para recibir un abrazo, o hacer un comentario procaz que hace sentir incómodo a alguien. Pero la incomodida­d ocasional es preferible a un apartheid de género.

A lo largo de mi carrera en el periodismo, he trabajado con mujeres en la cobertura de guerras, genocidios, revueltas y hambruna. A menudo no hay sanitarios ni vestidores ni privacidad, pero tanto hombres como mujeres se las ingenian para manejar la situación a través del respeto mutuo. Si las personas de buena voluntad pueden manejar esos “lugares de trabajo” con éxito, hacer lo mismo en un edificio moderno de oficinas debería ser muy sencillo.

Francament­e, si nosotros los hombres necesitamo­s ayuda para navegar todo esto, podemos preguntarl­e a las mujeres. Ellas siempre han sorteado estos terrenos, en gran medida al evitar la ansiedad y la lascivia, y con ayuda del simple sentido común.

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