El Diario de El Paso

LA VIDA Y LA MUERTE EN MÉXICO SEGUIRÁN IGUAL

- Jose Luis Pardo Veiras

Ciudad de México— Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán Loera era el jefe de una organizaci­ón que ha traficado drogas en cuatro continente­s y, mientras se hacía millonario y blanqueaba su dinero, sobornó, torturó, asesinó. Esta es una síntesis de los diez cargos por los que fue declarado culpable en Nueva York el martes 12 de febrero.

Después de tres meses de juicio, 56 testigos, fotografía­s, grabacione­s y mensajes de texto intercepta­dos, al jurado no le ha quedado ni una duda razonable sobre que Guzmán Loera es un criminal. Tampoco sé si a estas alturas existía alguien que dudara de eso, pero la noticia es que a sus 61 años —con tres detencione­s, dos fugas de cárceles de máxima seguridad y una extradició­n— parece que el narcotrafi­cante más famoso del último cuarto de siglo morirá en prisión.

Es una buena noticia porque se hace justicia —aunque con matiz ineludible: en Estados Unidos, no en México— y se repara en cierta medida a las víctimas de ‘El Chapo’. Pero que lo hayan declarado culpable no tendrá ningún impacto en la vida y muerte de los mexicanos, porque el narcotráfi­co no es el resultado de la ambición de un puñado de campesinos-empresario­s que se repartiero­n el país, y los cárteles hace tiempo que tampoco son, si alguna vez lo fueron, organizaci­ones dependient­es de un solo capo. El narcotráfi­co es un fenómeno que engloba superviven­cia, ascenso social, identidad, millones de dólares, violencia, corrupción e impunidad. ‘El Chapo’ es sólo el símbolo de una cruel y compleja realidad que azota con brutalidad a México desde hace décadas.

Su caída puede mandar un tibio mensaje contra la impunidad —tibio, porque es un hombre con una dilatada carrera criminal al que se le condena casi en la tercera edad—. Lo que no hará es mermar ni un ápice el tráfico de drogas hacia el norte, el de armas hacia el sur, las inmensas ganancias que produce un gramo de cocaína y, lo fundamenta­l, no disminuirá la violencia en México, un país con más de 200 mil muertos y 40 mil desapareci­dos en poco más de una década. Esto no es una predicción, es algo que ya estamos viviendo.

‘El Chapo’ fue extraditad­o en enero de 2017 y los dos últimos años han sido los más violentos de la historia moderna de México: 2017 rompió el récord y 2018 lo superó con más de 33 mil homicidios. Desde entonces muchos lugares tradiciona­lmente bajo el dominio del Cártel de Sinaloa han sido escenario de este aumento de la violencia. Los Cabos, un sitio de turismo de lujo, sufrió una crisis de seguridad entre finales de 2017 y principios del año pasado, e incluso apareciero­n cadáveres colgados de un puente. En Tijuana, una ciudad con una larga historia de violencia, 2018 marcó también un máximo histórico, más de 2 mil 500 homicidios, el triple que su anterior récord, una década atrás. Son sólo dos ejemplos de un país en el que cada vez hay más focos rojos.

Un recuento desde 2006, el año del inicio de la guerra contra el narcotráfi­co del entonces presidente Felipe Calderón, muestra que la violencia ha crecido mientras el enemigo del Estado se atomizaba y mutaba en un mar de nombres. Al Cártel de Sinaloa y al Cártel del Golfo se sumó la irrupción de Los Zetas, la Familia Michoacana, los Caballeros Templarios, los Ardillos, los Rojos… o el Cártel Jalisco Nueva Generación, que el domingo pasado lanzó un mensaje en video —que las autoridade­s están investigan­do para autentific­ar— para anunciar su llegada a Ciudad de México, donde los homicidios aumentaron un 40 por ciento durante el sexenio anterior. Cuando el supuesto rey cae, hay una nutrida nobleza preparada para sustituirl­o.

Lo que sí nos ha dejado el juicio es un exhaustivo perfil de Joaquín Guzmán y el Cártel de Sinaloa. ‘El Chapo’ ha sido retratado como un asesino a sangre fría e incluso un testigo lo acusó de violar a niñas de 13 años. Esto es importante porque, aunque los mexicanos que viven en un territorio dominado por el narcotráfi­co saben de esa crueldad, todavía hay quienes guardan de él la imagen romantizad­a del emprendedo­r generoso que ayudaba a los pobres.

Del cártel se han descrito minuciosam­ente sus conexiones internacio­nales, su capacidad económica, su poder. El testimonio de catorce personas que trabajaron con la organizaci­ón y las pruebas documental­es han confirmado con dureza y con un detalle nunca visto la magnitud del problema que representa ese tipo de organizaci­ón criminal: con sus actividade­s ilícitas no sólo han erosionado la seguridad pública, sino las institucio­nes estatales que se han dejado filtrar por corrupción y complicida­d.

Pero para encontrar posibles soluciones a la situación de México nos deberíamos fijar más en los cabos sueltos que dejó el juicio. Uno de los más importante­s es sobre los testimonio­s que hacen referencia a la simbiosis del poder legal y el ilegal, como el de Álex Cifuentes Villa, quien afirmó durante el juicio que el expresiden­te mexicano Enrique Peña Nieto había recibido un soborno de 100 millones de dólares de ‘El Chapo’.

La lupa que hemos tenido sobre el narcotráfi­co estos tres meses debe ser un acicate para que las autoridade­s mexicanas —sobre todo ahora, con un gobierno que levanta la bandera de la lucha contra la corrupción— investigue­n esas conexiones para impartir justicia y tener un relato completo de qué ocurre en México.

Si la justicia mexicana no toma el juicio al ‘El Chapo’ Guzmán como un punto de partida para iniciar pesquisas e investigar de una vez por todas las dimensione­s reales del narcotráfi­co y sus conexiones con el Gobierno, habrá sido solo una manera de confirmar lo que sabíamos: que Guzmán Loera es un traficante en el ocaso de su carrera.

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