Munich o el réquiem para Occidente
Múnich– Si la Conferencia de Seguridad de Múnich tuviera un alma, esta estaría encarnada en el senador John McCain, que siempre fue una presencia estimulante en Estados Unidos y un ferviente defensor de la alianza transatlántica. Él ya se ha ido, y también la idea de la inevitable convergencia liberal demócrata, remplazada por una gran competencia de poder en la era de los dictadores.
La reunión viene inmediatamente después de un extraño encuentro en Varsovia, Polonia —sí, en Varsovia— convocado por Estados Unidos y dedicado a la “paz y la seguridad en Medio Oriente”. Tal vez mejor se hubiera llamado “sueños inalcanzables en el Vístula” o “el Estados Unidos de Trump golpea a Europa”.
En la reunión de Varsovia, el vicepresidente Mike Pence atacó a Alemania, Francia y al Reino Unido por intentar “violar las sanciones de Estados Unidos” contra Irán. Parecía tan indignado por el comportamiento indebido de Europa como por el de Irán, un extraño caso en el que Estados Unidos contribuye a la agenda disgregadora de Vladimir Putin en Europa.
La verdad es que el gobierno de Trump violó el acuerdo nuclear con Irán, con lo que menoscabó la palabra de Estados Unidos, cuyo valor ha descendido en todo el mundo tan bruscamente como la moneda de Irán durante los últimos dieciocho meses.
Alemania, Francia y el Reino Unido creen en las pruebas de que el acuerdo nuclear está funcionando, y que la República Islámica lo está cumpliendo. Nunca se pretendió que el acuerdo transformara a Irán de la noche a la mañana ni que esparciera polvos mágicos en Medio Oriente. Su objetivo era impedir que Irán tuviera armas nucleares. Y eso está haciendo.
En una infortunada misión para convertir en políticas los caprichos de Trump, el secretario de Estado Mike Pompeo declaró: “No se puede alcanzar la paz ni la estabilidad en Medio Oriente sin enfrentar a Irán”. Pero esto es al revés: la paz y la estabilidad en Medio Oriente son imposibles sin Irán.
La República Islámica es demasiado grande y tiene demasiado poder como para dejarla fuera. No irá a ninguna parte. Decir esto no significa defender el apaciguamiento. Después de 40 años desde su revolución, Irán está agobiado por sus contradicciones internas y es rapaz en el extranjero. Más bien, significa reconocer que, al igual que con la exitosa política Ostpolitik durante la Guerra Fría, la colaboración con una potencia enemiga podría ser la mejor forma de cambiar ese poder y atenuar la confrontación. Esta convicción está detrás del acuerdo nuclear. Está grabada en el ADN de la Alemania de la posguerra.
Las relaciones de Alemania con Estados Unidos se encuentran en un mal momento. El multilateralismo no era solo una política para la Alemania de la posguerra. Era una creencia central. En la construcción de un orden mundial basado en reglas y afianzado por organizaciones internacionales, incluyendo la Unión Europea y la OTAN, yace la convicción de que la historia no podría repetirse.
Trump nunca se ha topado con un multilateralismo que no aborrezca. Para su gobierno, el mundo es un lugar donde los enemigos “compiten para obtener una ventaja”. El presidente apoya un multilateralismo fuerte en un mundo hobbesiano. La comunidad global es una ficción; Angela Merkel, la canciller alemana, una causa perdida.
Le han quitado el sentido a la relación que afianza al mundo que la Conferencia de Seguridad de Múnich quería apuntalar.
Por esto Wolfgang Ischinger, el antiguo embajador de Alemania en Estados Unidos, escribió en sus palabras de bienvenida acerca de “una reorganización de las piezas claves del orden internacional” y de un “vacío de liderazgo”. ¿Quién alza la bandera del liberalismo y sus valores con algo parecido a las convicciones autócratas de los nuevos dictadores: Vladimir Putin en Rusia, Xi Jinping en China, Recep Tayyip Erdogan en Turquía, y Donald Trump en Estados Unidos?
Ya no vale la pena fingir que Trump no está en el bando autoritario. El impacto ya pasó. Los europeos han interiorizado el cambio. Lo mejor que pueden ofrecer como un modelo de libertad en el lugar que ocupaba Estados Unidos es a Emmanuel Macron, el presidente de Francia, y a Merkel. A él le están poniendo chalecos amarillos, y ella está en su ocaso.
Si existe algún presagio en especial sobre esta conferencia, radica en el hecho de que el sonderweg, o (de manera libre) el otro camino, de los Estados Unidos de Trump se ha presentado justo cuando Europa se fragmenta. El brexit está a unas semanas de ocurrir. España acaba de convocar a otras elecciones. En Francia, Alemania y España los principales partidos políticos están perdiendo poder o se están desintegrando, desafiados por los xenófobos nacionalistas, y están dejando una topografía política fragmentada. La inestabilidad es inevitable.
Trump está a favor de esa fragmentación porque cree que hará que las potencias europeas más débiles sean más susceptibles a su estrategia de intimidación en la que el vencedor se queda con todo. Los europeos no se hacen ilusiones sobre esto. El antiguo orden se ha rasgado al punto de la disolución. Estaba basado en la convicción de que las palabras tienen significado. Para Trump no es así, como lo destaca su declaración de una “emergencia nacional” en la frontera sur con México. Sin significado, ninguna ley ni tratado vale el papel sobre el cual está escrito. Este es el verdadero peligro que enfrenta Occidente.
Durante el espectáculo de Varsovia, Roxana Saberi de CBS News increpó a Pompeo acerca de la hipocresía de Estados Unidos al denunciar abusos a los derechos humanos en Irán mientras defiende al príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohamed bin Salmán, quien, según la evaluación de la CIA, mandó matar a Jamal Khashoggi, columnista de The Washington Post. Pompeo perdió los estribos y dos veces llamó “pregunta absurda” al cuestionamiento legítimo de Saberi.
Las potencias europeas ven esta fanfarronería como lo que es. Están contemplando el mundo sin su anclaje estadounidense de la posguerra. Aquí viene el dictador que declara emergencias. Ha acampado en Washington, ni más ni menos.