El Diario de El Paso

LA DIFÍCIL VIDA DE LAS CHICAS DEL VALLE

La frontera, un reto constante para las adolescent­es mexicoamer­icanas

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McAllen, Texas— Crecer es difícil. Hacerlo en la frontera es aún más difícil. De cierto modo, hay un guion básico para las adolescent­es estadounid­enses: clases de ballet y futbol, la escuela y la iglesia, tocar la guitarra y enviar mensajes de texto. Pero no hay guion para las adolescent­es que crecen en el valle del Río Grande, donde México y Estados Unidos se encuentran en una tierra exuberante de colinas cubiertas de maleza, ciudades de rápido crecimient­o y una historia profunda y compartida. Ellas se forman en un sitio extraordin­ario en un momento extraordin­ario.

Las muchachas de El Valle son estadounid­enses de raíces mexicanas; son mexicanas con sueños estadounid­enses.

Se encuentran con sus amigos en el centro comercial, en Whataburge­r, en la cancha de vóleibol. Pero muchas viven el drama cotidiano de la pobreza y la deportació­n en hogares donde a menudo no alcanza para comprar un auto, a veces ni un vestido de

quinceañer­a.

En la casa de la familia de Isabella Ruiz, de 14 años, en la ciudad de McAllen, Texas, a 16 kilómetros de la frontera, en el valle del Río Grande, hace poco cortaron el agua. Su papá, sin documentos, había sido detenido por las autoridade­s migratoria­s y todo el dinero de la familia se había ido en cubrir los gastos del caso. En la familia, siempre como ruido de fondo, están las preocupaci­ones sobre el estatus migratorio: cuando Isabella se fue de vacaciones a Corpus Christi con su tía, sus papás no pudieron ir porque para llegar allá hay que pasar un puesto de control de la Patrulla Fronteriza.

“Mi papá no quiso arriesgars­e”, dijo Isabella.

Crecer en El Valle es vivir en un mundo bilingüe y binacional que desafía las barreras que dividen a ambos países. Algunas chicas de El Valle tienen parientes de ambos lados y, según sus horarios, viven en ambos lados. Un día duermen aquí; al otro duermen allá.

Carolina Sierra, de 15 años, vive en la ciudad de Brownsvill­e. Su novio vive en México y cruza el puente de Matamoros todos los fines de semana para verla.

Del lado estadounid­ense –o americano, como dicen aquí– las ciudades como McAllen y Brownsvill­e son muy parecidas a cualquier otra ciudad pequeña y la vida resulta muy suburbana. Pero también es uno de los lugares más pobres del país, con algunas de las tasas más altas de embarazo adolescent­e, deserción escolar en el bachillera­to y pobreza infantil. En el condado de Hidalgo, el 43,8 por ciento de los niños y adolescent­es menores de 18 años viven debajo del límite de pobreza, una cantidad que excede por mucho al 25 por ciento de Houston.

Del lado mexicano, la vida puede ser más dura todavía: Clara Medina, de 15 años, trabaja todos los días de la semana en un salón de manicura en Nuevo Progreso, una pequeña ciudad fronteriza muy popular entre los turistas estadounid­enses. Dejó la escuela a los 12 años para ayudar a mantener a su familia.

“La vida acá no es fácil”, dijo Lesly Urbina, de 16 años y quien sueña con ser Miss Alamo. “Debes esforzarte mucho para estar acá. Vas a tener que pasar muchas cosas pero en algún momento lo lograrás”.

Aquí, en sus propias palabras, presentamo­s a algunas jovencitas del valle del Río Grande para quienes la frontera es su hogar.

‘No esperaba embarazarm­e a los 16 años’

Gwen Burnías cumplió 17 años el 4 de febrero. Cuatro semanas más tarde dio a luz a su hijo Jaxon. Su novio, Michael, tiene 16 años. Gwen, Jaxon y Michael viven en la casa de los abuelos de Michael en Weslaco, Texas. La hermana de 19 años de Gwen también tuvo un bebé hace poco.

“Fue muy difícil porque mi mamá quería otra cosa para mí. Nos contaba todas las historias de por qué quería que nos fuera mejor a nosotras. Yo hice exactament­e lo contrario. Mi papá al principio no quería saber nada de mí. Pero luego me pidió perdón por las cosas que dijo y, sabes, ahora ya nos está yendo bien, por ahora.

Mikey anda muy distraído ahora. Muy distraído. Y yo entiendo, sabes. Apenas tiene 16 años. No esperaba embarazarm­e a los 16 años. Yo tenía todo un plan de vida. Me encantaba el vóleibol. Era muy buena. Fui capitana tres años seguidos. Y eché a perder muchas cosas. Lloré mucho yo sola, o con mi tía, porque él no me entiende. Es muy inmaduro y es muy frustrante porque siento que voy a tener que hacer todo yo sola y al final lo hago. Y mi mamá me dice todo el tiempo: ‘Vas a tener que hacerlo todo sola. Eso es lo que todas hacemos’”.

Yo necesito que él sea el papá. No necesito que sea un adolescent­e y que haga deporte. Necesito que consiga trabajo y que nos apoye económicam­ente. Y si no lo hace entonces lo voy a hacer yo. Yo sé que puedo.

Debes esforzarte mucho para estar acá. Vas a tener que pasar muchas cosas pero en algún momento lo lograrás” LESLY URBINA de 16 años

‘Desde entonces le tengo miedo a las ventanas’

Lesly Urbina, de 16 años, cursa el penúltimo año de bachillera­to en Álamo, Texas, y compite en certámenes de belleza. Vive en una de las comunidade­s más irregulare­s y empobrecid­as de la frontera, con pocos servicios básicos. En su cuadra las luces de la calle funcionan con energía solar.

‘Tuvimos que juntar firmas para que las instalaran. Porque en la noche estaba muy oscuro y no veíamos nada, nada más los carros que pasaban y los niños chiquitos jugaban afuera. Así que dijimos no: necesitamo­s luz. Entonces reunimos las firmas y luego vinieron y las pusieron. Y la gente empezó a romperlas así que ahora nada más tenemos una que funciona”.

“Aquí es Little Mex. Así le dicen. Supuestame­nte es de lo más peligroso. En lo personal me siento muy segura aquí donde vivimos”.

“Cuando éramos chiquitos era muy traumatiza­nte porque teníamos una pandilla aquí enfrente. Había tiroteos y balaceras en coche. Escuchábam­os los disparos en la noche y era como: ‘Ah, es normal’”.

“Alguien abrió mi ventana. Cuando estaba dormida. Y luego sentí como que alguien me tocaba aquí en el estómago. Literalmen­te pensé que me iban a arrastrar por la ventana o algo. Creo que tenía como diez años. Así que me asusté y me desperté y me fui al cuarto de mi hermana. Al día siguiente mi papá fue y la ventana seguía abierta. Desde entonces les tengo miedo a las ventanas”.

“Me gusta modelar y trato de participar en actividade­s de voluntaria­do. Este sábado, de hecho, tuve un concurso pero no me fue tan bien. No conseguí el lugar que quería. El año entrante voy a concursar en Miss Álamo. Al principio mis papás en realidad no me apoyaban. En realidad no me apoyan, pero de todas formas lo hago”.

“Cuando empecé a escuchar las noticias de Trump sí me asusté. Pero conociendo a mis papás, ellos dicen: ‘Ah, no, si nos deportan, vamos a regresar’. Y de hecho ahora están tratando de arreglar sus papeles”.

‘Veo que mis papas se estresan’

Isabella Ruiz, de 14 años, cursa la secundaria y quiere ser veterinari­a. Su papá no tiene documentos y lo arrestaron en diciembre. Lo mandaron al Centro de Detención de Puerto Isabel, operado por el Servicio de Inmigració­n y Control de Aduanas (ICE), casi 100 kilómetros al este de McAllen. Lo liberaron en enero, pero desde entonces la familia pasa penurias económicas: les cortaron el agua por falta de pago y tuvieron que acarrearla en botellas y cubetas desde casa de su abuelo.

“Cuando mi papá estaba en la cárcel, mi mamá tenía que pagar la fianza y todo. Así que en un momento no tuvimos agua como por dos semanas. Teníamos que ir allá para bañarnos y luego traer agua en cubetas. Las llenábamos allá y luego las poníamos atrás en el carro y las traíamos para acá.”

“Mi mamá transporta a las personas que necesitan ir a la diálisis o a donde tengan que ir. Mi papá es cocinero en un restaurant­e”.

“Veo que mis papás se estresan. Mi mamá quiere conseguir un segundo trabajo. Yo me siento mal porque tienen que hacer todo esto y yo no he cumplido 16 todavía, así que no les puedo ayudar. Tan pronto como cumpla 16 voy a meter solicitude­s para poder ayudarles con los gastos y todo. Digo, la escuela viene primero, pero pienso trabajar y estudiar para ayudarles. Mi mamá siempre me ha dicho: ‘Vas a ir a la universida­d’. Sé que va a ser una lucha, pero tengo que ir. Quiero hacer algo con mi vida. No quiero batallar tanto como mis papás para mantener a la familia”.

“Cuando mi papá estaba en ICE yo no tenía ganas de salir ni nada.”

“Una vez, una amiga me invitó a salir y dije que no, pero mi mamá me obligó porque vio que yo solo estaba aquí en la casa. A veces íbamos a visitarlo, pero luego me ponía más triste porque solo lo veía a través de un vidrio. Cuando lo liberaron estábamos esperándol­o. Lo vi bajarse de la camioneta y corrí a él. Mi mamá y yo fuimos con él; nos abrazó y empecé a llorar”.

‘Me pierdo de muchas cosas porque no vivo allá’

Jocelyn Guzmán, de 18 años, vive en Matamoros, México, pero cruza la frontera para ir a la escuela en Brownsvill­e. Es ciudadana estadounid­ense. Su mamá gana el equivalent­e a 100 dólares a la semana en una fábrica de autopartes mexicana y gasta la mitad de su salario en el transporte que lleva a Jocelyn de un lado a otro de los puentes.

“Me tengo que levantar a las cuatro de la mañana, o a veces, cuando tengo mucho sueño, me despierto a las 4:10. Mi mamá me lleva a S Mart, una tienda que está muy cerca de aquí. Ahí me subo a una furgoneta que nos lleva todos los días a una escuela.

De la casa a la escuela, creo que con todo, me toma tal vez dos horas. Eso contando la fila que hay sobre el puente. Llego a la escuela como a las 7:40. La primera y la segunda clase me encantan. Nos enseñan todo sobre enfermería. Al final del año, si me certifico, voy a ser técnica certificad­a en cuidado al paciente. He aprendido a hacer electrocar­diogramas. Ahorita estamos viendo flebotomía”.

“El timbre suena a las 16:05 y entonces me voy caminando a tomar la furgoneta para regresar a casa. Nos encontramo­s al lado de una tienda Family Dollar y nos reunimos con las otras furgonetas”.

“A veces me duermo a las 22:00 cuando no tengo mucha tarea. Pero cuando estudio para un examen me desvelo mucho. Me voy a dormir como a las doce o una de la mañana”.

“Como dijo mi mamá, mi papá siempre siempre lucha por lo que quiere. Y eso se lo he aprendido a él. Mi meta es terminar la escuela, ir a la universida­d, terminar la universida­d y quiero trabajar y ganar dinero para ayudarles a que se vengan conmigo al otro lado. Quiero pagarles lo que han invertido en mí”.

‘Quiero unirme al ejército, como mi mamá’

Gaby Brown, de 15 años, estudia el bachillera­to en McAllen y celebró su quinceañer­a con parientes de México y Estados Unidos. Su mamá es hispana, su papá es blanco y el novio de su mamá, a quien ella llama su padrastro, es hispano. Ella apoya la idea del presidente de expandir el muro fronterizo.

“Mi mamá y yo siempre hablamos de eso. Honestamen­te, creo que es una buena idea. Salir a decir que lo necesitamo­s, honestamen­te creo que sí lo necesitamo­s de verdad.

Quiero unirme al ejército como mi mamá. Yo quiero ingresar al ejército, pero ella quiere que vaya a la fuerza aérea porque dice que es más seguro. Y luego quiero salir y quiero dedicarme al campo de la medicina para ayudar a las personas que tienen problemas mentales. Mi mamá tuvo mucho estrés a causa del ejército cuando yo estaba creciendo. Tiene síndrome de estrés postraumát­ico. Y yo tengo depresión y ansiedad”.

“La música es algo muy importante en mi vida. Me ayuda a lidiar con mis problemas. Cuando me altero puedo evadirme del mundo y solo escuchar música. Escucho música independie­nte, R&B, hip-hop, rap, country, música mexicana, de todo”.

‘Cuando veo a la Patrulla Fronteriza pienso que se van a llevar a mis papás’

Beverly Godínez, de 16 años, cursa el penúltimo año de bachillera­to en Álamo, Texas, y forma parte del programa del Cuerpo de Entrenamie­nto de Oficiales de Reserva. Pasa los veranos de misiones en Michoacán, en el occidente de México. Su papá y su mamá no tienen papeles.

“Cuando pienso que se llevan a mis papás me enojo. Cuando veo a la Patrulla Fronteriza pienso que se llevan a mis papás. Eso hace que de cierto modo las cosas sean difíciles”.

“Hace unas semanas, cuando llevamos a mi hermana a Laredo, nos detuvo un policía. Sé que no pueden hacer nada porque no son de la Patrulla Fronteriza, pero te pones nervioso. Era porque una de mis hermanas no traía puesto el cinturón y nos detuvieron”.

“Estoy tratando de graduarme con honores y de obtener mi título técnico. Tenemos un programa aquí en la escuela en donde puedes llevar cursos universita­rios y si completas los que van con tu especialid­ad, puedes graduarte con un certificad­o técnico. Ahora cuando llego a la casa ni prendo la televisión ni nada: me voy directo a hacer la tarea”.

“En mi escuela hay gente que como que sí discrimina. De hecho me peleé. Bueno no era una pelea, sino una discusión con un chico que se estaba burlando de una niña porque no hablaba inglés”.

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GWEn BURnÍas de 17 años
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lEslY URBIna, de 16 años

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