Demócratas, alarde de ambición, pero ¿qué más?
Washington— Lo que me impactó acerca de los primeros debates entre los 20 candidatos de la nominación demócrata a la Presidencia fue cuánto se parecieron a un grupo de graduandos.
Todos parecían articulados e inteligentes. Todo tenía un dominio del material del salón de clase –en este caso, de los programas que estaban defendiendo u oponiéndose.
Todos se vieron palpablemente ambiciosos, dispuestos a demostrar que estaban mejor preparados que sus rivales, sin parecer demasiado ególatras o inflexibles. Aunque ninguno, tuvo una apariencia “presidencial”.
En este escenario, tal vez eso es inevitable. El tiempo va a transcurrir y las fortalezas o debilidades de los candidatos serán más aparentes. Usualmente, la política electoral se parece a los deportes.
Si es así, entonces estamos en la primera entrada, y el pitcher abridor va a enfrentar al primer bateador. Aunque ya me estoy sintiendo incómodo de que esta campaña pueda dejarnos especialmente mal informados. Me preocupan tres temas.
El primero es: la atención de la campaña está enfocado mayormente –o casi exclusivamente– en los problemas y programas domésticos, pero los asuntos más difíciles que esperan al próximo presidente probablemente involucrarán la política exterior.
¿Cómo vamos a juzgar la competencia y juicio de los candidatos rivales en asuntos en los que tienen poca experiencia? Asumiendo por el momento que el presidente Trump no va a ganar la reelección, ¿de qué manera su sucesor va a lidiar con China, Rusia, Irán, Corea del Norte y nuestros aliados, que ya se han separado un poco de nosotros, así como también con nuestro comercio y las relaciones económicas con ellos?
Con la conspicua excepción del ex vicepresidente Joe Biden, ninguno de los candidatos tiene mucha experiencia internacional. Para ser justos, usualmente ése es el caso, pero las consecuencias parecen mucho más grandes en este momento, precisamente debido a que el marco de la post Segunda Guerra Mundial se encuentra fracturado.
Su reemplazo necesita lidiar con la realidad de una respuesta populista –tanto en Estados Unidos como en otras sociedades avanzadas–, así como también la necesidad de seguir involucrados globalmente.
En un mundo reducido por la tecnología y el comercio, no podemos darnos el lujo de un neo aislamiento y neo proteccionismo, aun cuando Trump piensa que sí podemos.
Segundo: un dilema similar aflige nuestras políticas domésticas. Como sociedad, estamos comprometidos con más programas y subsidios que lo que fácilmente podemos financiar. A pesar de eso, los candidatos parecen dispuestos a hacer más experimentos caros en cuanto a la política social.
Poco antes de los debates de la semana pasada, la Oficina del Presupuesto del Congreso, CBO por sus siglas en inglés, dio a conocer la versión más reciente de su panorama anual del presupuesto a largo plazo.
Aun cuando la economía está cerca de lograr “un empleo total”, el Gobierno federal tiene déficits masivos anuales en el presupuesto, lo cual significa que gastamos más de lo que ingresamos por concepto de impuestos.
En este momento, esos déficits representan aproximadamente el 4 por ciento del producto interno bruto o aproximadamente un trillón de dólares anuales.
De acuerdo con las actuales políticas de impuestos y gastos, los déficits aumentarán durante décadas. La deuda que resultará –que es la acumulación de los anteriores déficits anuales –es actualmente del 78 por ciento del producto interno bruto, respecto al 35 por ciento que había en el 2007.
Para el 2029 se proyecta que será del 92 por ciento del producto interno bruto.
En su reporte, el CBO hace notar que la deuda “ha excedido en un 70 por ciento del producto interno bruto al otro periodo en la historia de Estados Unidos –de 1944 al 1950”, el cual reflejó el impacto de la Segunda Guerra Mundial.
Una sociedad prudente se defendería a sí misma en contra de una concebible crisis financiera reduciendo los déficits presupuestarios. No expandiéndolos. Aunque eso es lo que proponen los candidatos demócratas.
¿Una atención médica universal? No hay problema. ¿Colegiaturas gratuitas? Por supuesto. ¿Pagarles igual a las mujeres que a los hombres? Desde hace tiempo debió haberse hecho. ¿Un Plan Marshall para Centroamérica? Es una idea sensible. ¿Empleos ecológicos –electricidad eólica y solar? Son absolutamente necesarios. ¿Una condonación de la deuda colegial a los estudiantes? Una excelente sugerencia. Y la lista continúa.
Las agendas de los demócratas asumen que las bajas tasas de interés e impuestos a los acaudalados pueden pagar los nuevos beneficios.
Sin embargo, aun cuando esta alegre afirmación resulte cierta, nos dejarán déficits masivos debido a los programas presentes.
Lo que está delante en este camino es la desilusión, ya que los compromisos de los gastos no igualan las promesas de campaña.
Inevitablemente, la misma desalentadora aritmética enfrenta Trump, ahora y en el futuro.
Tercero: el liderazgo. El poder presidencial, que el desaparecido científico político Richard Neustadt constantemente argumentó, es la capacidad para persuadir –es decir, convencer a las demás personas que lo que el presidente quiere es lo que ellos deben querer para su propio bien y el de la nación.
El imperativo de Neustadt aplica tanto al poder individual de los negociantes como a los grupos masivos de votantes.
En este ejército de candidatos, ¿tenemos a alguien que puede ejercer ese tipo de liderazgo, especialmente cuando la mayoría de la persuasión que necesita hacerse involucra dar noticias que relativamente no son bienvenidas?
¿Quién sabe? Aún estamos en la primera entrada, y tal vez un bateador se aparezca en la caja de bateo.