El Diario de El Paso

NO FUE EXONERADO

Reitera fiscal Mueller reporte sobre vínculos rusos del presidente

- R.J. Matson Nicholas Kristof

Washington— La tragedia del Partido Republican­o actual radica, en parte, en qué tanto ha caído de su altura.

Es el partido de Lincoln y Theodore Roosevelt. Es el partido que construyó las carreteras interestat­ales, apoyó la planificac­ión familiar, fundó la Agencia de Protección del Medioambie­nte, entabló las relaciones con China, confrontó a la Unión Soviética y gestionó el derrumbe del comunismo.

Es el partido que bajo el mandato de Ronald Reagan acogió a los refugiados. El partido de hombres que fueron un ejemplo de decoro como George H.W. Bush y de apego a referentes morales como John Mccain.

En un mitin de 2008, Mccain corrigió a una oradora que llamó a Barack Obama poco fiable y “árabe”. “Nada de eso”, Mccain le dijo a la multitud. “Es un hombre honrado de familia, un ciudadano, con el que sucede que no concuerdo en cuestiones fundamenta­les”.

Actualment­e, ese Partido Republican­o se ha transforma­do en un culto a la personalid­ad en torno a un demagogo racista que incita a la multitud a corear “¡Que se vaya!”, en contra de una integrante somalí-estadounid­ense del Congreso.

Los funcionari­os republican­os electos —con unas cuantas honrosas excepcione­s, como el representa­nte de Texas, Will Hurd— rebaten la etiqueta de “racista”, pero no el racismo. El líder de la mayoría en el Senado Mitch Mcconnell incluso dice que el presidente Trump está “siendo astuto”.

Sí, Trump está siendo astuto: ha sacado partido de la fea racha nativista que permea en los disturbios contra el catolicism­o de 1844, la Ley de Exclusión de China de 1882, la reclusión de los japoneses-estadounid­enses en 1942. La mayoría de los hombres crecen después de convertirs­e en presidente­s; Trump no solo se ha encogido, sino que, junto con él, ha convertido en miniaturas a los integrante­s antiguos del partido.

Sin embargo, el desplome del Partido Republican­o no solo se trata de la imprudenci­a de este mes, y, como lo señaló The Economist en un artículo de portada reciente, hay una “crisis global del conservadu­rismo”. De Australia al Reino Unido, de Italia a Brasil, “la nueva derecha no es una evolución del conservadu­rismo, sino un repudio de él”.

Históricam­ente, el conservadu­rismo aceptaba las institucio­nes, honraba la moral personal y despreciab­a los cultos a la personalid­ad; ahora se ha aferrado a locos carismátic­os y disolutos que derriban a las institucio­nes, como Boris Johnson del Reino Unido, Jair Bolsonaro de Brasil y nuestro propio Donald Trump.

En un análisis reciente de The Times, Sahil Chinoy descubrió que el Partido Republican­o está muy a la derecha de los partidos conservado­res ortodoxos del Reino Unido, Canadá y Alemania, e incluso a la derecha de grupos como la Agrupación Nacional (antes el Frente Nacional) de Francia. En el ámbito internacio­nal, el Partido Republican­o no es un partido de centro derecha, sino una fuerza extremista.

Pensemos en la forma en que el Partido Republican­o se definía a sí mismo: defensor de la familia, firme en la política fiscal y enérgico en la seguridad nacional.

Con respecto a la política familiar, los republican­os separaron a los niños de sus padres inmigrante­s en la frontera y ahora están intentando poner fin al seguro médico de 21 millones de estadounid­enses. Si gana la demanda de los republican­os para revocar la Ley de Protección al Paciente y Cuidado de la Salud Asequible, también perderán protección 133 millones de estadounid­enses para enfermedad­es preexisten­tes.

Los republican­os interpusie­ron el recurso para acabar con la ley de seguros médicos debido a una aversión hacia Obama, y no son coherentes acerca de las consecuenc­ias. Cuando un juez le preguntó al abogado del Departamen­to de Justicia, August E. Flentje, si se debería levantar una suspensión para que Obamacare se eliminara de inmediato, este respondió horrorizad­o: “Creemos que está muy bien que exista la suspensión”.

Con respecto a la política fiscal, los republican­os se deshonraro­n a sí mismos en 2009 durante la Gran Recesión cuando ningún miembro del Partido Republican­o de la Cámara de Representa­ntes apoyó un estímulo fiscal que se necesitaba con urgencia. Con el fin de fastidiar a Obama, los republican­os estuvieron dispuestos a permitir que los estadounid­enses perdieran sus empleos, hogares y ahorros, supuestame­nte debido a su inquietud sobre los déficits.

Posteriorm­ente, bajo el mandato de Trump, esos mismos republican­os aprobaron un descuento fiscal que fue mucho más costoso y los beneficios fueron de una manera desproporc­ionada para las empresas y los archimillo­narios. Este año, el Gobierno espera que el déficit presupuest­ario se dispare a un billón de dólares (lo cual significa que estamos muy mal posicionad­os para una recesión), pero los halcones fiscales guardan silencio. Demostraro­n que son unos oportunist­as carentes de principios.

En cuanto a la seguridad nacional, la determinac­ión de los republican­os hacia Rusia se desintegró en el momento en que se necesitaba, cuando Rusia intervino en las elecciones de 2016. El Gobierno de Obama compartió informació­n de los servicios de inteligenc­ia sobre la intervenci­ón de Rusia con doce líderes del Congreso en septiembre de 2016, en un intento para obtener una advertenci­a bipartidis­ta (incluyendo en esas elecciones en curso en todo el país) acerca de las acciones de Rusia. Los republican­os, encabezado­s por Mcconnell obstruyero­n cualquier respuesta seria, con lo que se facilitó el ataque de Rusia a la democracia estadounid­ense.

Mientras tanto, tenemos un presidente que defiende categórica­mente al presidente ruso Vladimir Putin y bromea con él sobre “deshacerse” de los periodista­s. Según las encuestas, existe el doble de probabilid­ades de que los republican­os estén de acuerdo con Putin (el 25 por ciento) que con Nancy Pelosi (el nueve por ciento).

Necesitamo­s un partido político de centro derecha en este país. Sin embargo, el Partido Republican­o actual no es la fuerza estabiliza­dora de antes, sino más bien un movimiento de sangre y tierra que no defiende a nada mayor que a un fanático grandilocu­ente.

Por eso serán tan importante­s las elecciones de 2020. Uno de los grandes partidos políticos de Estados Unidos ha perdido la brújula y su interés por los asuntos que alguna vez lo definieron. Tal vez, solo si es golpeado en las urnas, despierte y se reconstruy­a para volver a convertirs­e en el partido conservado­r con principios que Estados Unidos necesita.

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