NO FUE EXONERADO
Reitera fiscal Mueller reporte sobre vínculos rusos del presidente
Washington— La tragedia del Partido Republicano actual radica, en parte, en qué tanto ha caído de su altura.
Es el partido de Lincoln y Theodore Roosevelt. Es el partido que construyó las carreteras interestatales, apoyó la planificación familiar, fundó la Agencia de Protección del Medioambiente, entabló las relaciones con China, confrontó a la Unión Soviética y gestionó el derrumbe del comunismo.
Es el partido que bajo el mandato de Ronald Reagan acogió a los refugiados. El partido de hombres que fueron un ejemplo de decoro como George H.W. Bush y de apego a referentes morales como John Mccain.
En un mitin de 2008, Mccain corrigió a una oradora que llamó a Barack Obama poco fiable y “árabe”. “Nada de eso”, Mccain le dijo a la multitud. “Es un hombre honrado de familia, un ciudadano, con el que sucede que no concuerdo en cuestiones fundamentales”.
Actualmente, ese Partido Republicano se ha transformado en un culto a la personalidad en torno a un demagogo racista que incita a la multitud a corear “¡Que se vaya!”, en contra de una integrante somalí-estadounidense del Congreso.
Los funcionarios republicanos electos —con unas cuantas honrosas excepciones, como el representante de Texas, Will Hurd— rebaten la etiqueta de “racista”, pero no el racismo. El líder de la mayoría en el Senado Mitch Mcconnell incluso dice que el presidente Trump está “siendo astuto”.
Sí, Trump está siendo astuto: ha sacado partido de la fea racha nativista que permea en los disturbios contra el catolicismo de 1844, la Ley de Exclusión de China de 1882, la reclusión de los japoneses-estadounidenses en 1942. La mayoría de los hombres crecen después de convertirse en presidentes; Trump no solo se ha encogido, sino que, junto con él, ha convertido en miniaturas a los integrantes antiguos del partido.
Sin embargo, el desplome del Partido Republicano no solo se trata de la imprudencia de este mes, y, como lo señaló The Economist en un artículo de portada reciente, hay una “crisis global del conservadurismo”. De Australia al Reino Unido, de Italia a Brasil, “la nueva derecha no es una evolución del conservadurismo, sino un repudio de él”.
Históricamente, el conservadurismo aceptaba las instituciones, honraba la moral personal y despreciaba los cultos a la personalidad; ahora se ha aferrado a locos carismáticos y disolutos que derriban a las instituciones, como Boris Johnson del Reino Unido, Jair Bolsonaro de Brasil y nuestro propio Donald Trump.
En un análisis reciente de The Times, Sahil Chinoy descubrió que el Partido Republicano está muy a la derecha de los partidos conservadores ortodoxos del Reino Unido, Canadá y Alemania, e incluso a la derecha de grupos como la Agrupación Nacional (antes el Frente Nacional) de Francia. En el ámbito internacional, el Partido Republicano no es un partido de centro derecha, sino una fuerza extremista.
Pensemos en la forma en que el Partido Republicano se definía a sí mismo: defensor de la familia, firme en la política fiscal y enérgico en la seguridad nacional.
Con respecto a la política familiar, los republicanos separaron a los niños de sus padres inmigrantes en la frontera y ahora están intentando poner fin al seguro médico de 21 millones de estadounidenses. Si gana la demanda de los republicanos para revocar la Ley de Protección al Paciente y Cuidado de la Salud Asequible, también perderán protección 133 millones de estadounidenses para enfermedades preexistentes.
Los republicanos interpusieron el recurso para acabar con la ley de seguros médicos debido a una aversión hacia Obama, y no son coherentes acerca de las consecuencias. Cuando un juez le preguntó al abogado del Departamento de Justicia, August E. Flentje, si se debería levantar una suspensión para que Obamacare se eliminara de inmediato, este respondió horrorizado: “Creemos que está muy bien que exista la suspensión”.
Con respecto a la política fiscal, los republicanos se deshonraron a sí mismos en 2009 durante la Gran Recesión cuando ningún miembro del Partido Republicano de la Cámara de Representantes apoyó un estímulo fiscal que se necesitaba con urgencia. Con el fin de fastidiar a Obama, los republicanos estuvieron dispuestos a permitir que los estadounidenses perdieran sus empleos, hogares y ahorros, supuestamente debido a su inquietud sobre los déficits.
Posteriormente, bajo el mandato de Trump, esos mismos republicanos aprobaron un descuento fiscal que fue mucho más costoso y los beneficios fueron de una manera desproporcionada para las empresas y los archimillonarios. Este año, el Gobierno espera que el déficit presupuestario se dispare a un billón de dólares (lo cual significa que estamos muy mal posicionados para una recesión), pero los halcones fiscales guardan silencio. Demostraron que son unos oportunistas carentes de principios.
En cuanto a la seguridad nacional, la determinación de los republicanos hacia Rusia se desintegró en el momento en que se necesitaba, cuando Rusia intervino en las elecciones de 2016. El Gobierno de Obama compartió información de los servicios de inteligencia sobre la intervención de Rusia con doce líderes del Congreso en septiembre de 2016, en un intento para obtener una advertencia bipartidista (incluyendo en esas elecciones en curso en todo el país) acerca de las acciones de Rusia. Los republicanos, encabezados por Mcconnell obstruyeron cualquier respuesta seria, con lo que se facilitó el ataque de Rusia a la democracia estadounidense.
Mientras tanto, tenemos un presidente que defiende categóricamente al presidente ruso Vladimir Putin y bromea con él sobre “deshacerse” de los periodistas. Según las encuestas, existe el doble de probabilidades de que los republicanos estén de acuerdo con Putin (el 25 por ciento) que con Nancy Pelosi (el nueve por ciento).
Necesitamos un partido político de centro derecha en este país. Sin embargo, el Partido Republicano actual no es la fuerza estabilizadora de antes, sino más bien un movimiento de sangre y tierra que no defiende a nada mayor que a un fanático grandilocuente.
Por eso serán tan importantes las elecciones de 2020. Uno de los grandes partidos políticos de Estados Unidos ha perdido la brújula y su interés por los asuntos que alguna vez lo definieron. Tal vez, solo si es golpeado en las urnas, despierte y se reconstruya para volver a convertirse en el partido conservador con principios que Estados Unidos necesita.