Destrozó narco coexistencia de mormones en México
Por décadas mantuvieron frágil tregua con cárteles; masacre de 9 miembros de familia Lebaron lo cambió todo
La Mora, Sonora— Durante décadas, este pequeño pueblo de mormones estadounidenses en las montañasdelnoroestedeméxico coexistió pacíficamente con el cártel de drogas más poderoso de la región.
Los estadounidenses bajaban las ventanas de sus vehículos en los puntos de control del cártel. Le hacían reverencia a los sicarios en las carreras locales de caballos y compartían sus granadas durante la cosecha. Cuando los vehículos del cártel necesitaban reparación, el mecánico estadounidense de La Mora los arreglaba por la misma tarifa que cobraba a sus vecinos.
Hasta esta semana, vivir como estadounidense en una de las zonas más desleales de México significaba mantener una tregua incómoda con los traficantes: “Básicamente era: ‘No te molestaremos si no nos molestas’”, dijo Adam Langford, cuyo bisabuelo fue uno de los primeros mormones estadounidenses en mudarse a México en 1880.
Luego, el lunes, quedó claro que ningún pacto podría aislar a La Mora de la creciente violencia de México. Esa mañana, hombres armados detuvieron tres vehículos en un camino de terracería a las afueras de la ciudad y mataron a tres mujeres y seis niños, dispararon a bebés a corta distancia y atacaron a una madre mientras rogaba por la vida de sus hijos.
El Gobierno mexicano ha sugerido que los vehículos fueron atacados por error. Pero aquí en La Mora, esa explicación tiene poco sentido, y ha enfurecido a los residentes. Dicen que las familias fueron atacadas intencionalmente por un cártel del vecino estado de Chihuahua, tal vez como venganza por la proximidad de la comunidad al cártel local en Sonora, donde se encuentra La Mora.
La masacre se produce en medio de una guerra territorial cada vez más intensa entre los cárteles que los residentes habían observado nerviosamente durante más de un año.
“Vimos cómo las cosas se ponían más tensas, pero pensamos lo mismo que siempre hacíamos: no atacarán a los americanos”, dijo Amber Langford, de 43 años, una partera en La Mora. “Nos detendrían en un retén y nos preguntarían qué teníamos. Diríamos miel o papas, y nos dejarían ir”.
La Mora se estableció en la década de 1950, como parte de un movimiento de mormones fundamentalistas que se separó de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (LDS). Durante décadas, permanecieron en gran parte aislados de los Estados Unidos y el resto de México, sin electricidad ni agua corriente. Los niños soldaban sus propias bicicletas con varillas de metal.
Los residentes desarrollaron granjas y ranchos nogaleros y trajeron el dinero producto de su trabajo estacional a través de la frontera, y en la década de 1990, la comunidad estaba prosperando. Construyeron casas diseñadas para los suburbios de Estados Unidos.
Cuando amigos en Estados Unidos les preguntaron sobre su seguridad, muchos explicaron que rara vez cerraban sus puertas. Permitieron que sus hijos vagaran libremente por las estribaciones de la Sierra Madre. Tenían dos escuelas, una en español y otra en inglés, y los estudiantes, con fluidez en ambos idiomas, dividían su tiempo de manera equitativa.pero en medio del idilio, los residentes de La Mora reconocieron la importancia estratégica de su comunidad. Estaba directamente en un camino de tierra sin control que conducía a la frontera con Estados Unidos: una joya en la corona de cualquier traficante.
En 2009, dos hombres relacionados con las familias de La Mora pero que vivían en Chihuahua fueron secuestrados y asesinados, supuestamente por el mayor cártel de drogas del estado.
Fue un duro golpe, lo que sugiere que tal vez la doble ciudadanía de la comunidad no fue suficiente para blindar a sus miembros del aumento de la violencia.
Pero muchos aquí creían que su relación improbable con el cártel en su estado los protegería. Aunque había poca presencia policial en el área, algunos sintieron que el cártel, a veces conocido como el Cártel de Sonora, había llegado a servir como una especie de fuerza policial en la sombra.
“El hecho es que el estado no proporcionó la ley y el orden, pero el cártel sí”, dijo Adam Langford, dos veces alcalde del municipio.
A veces, los hombres en los puestos de control se disculpaban después de detenerlos. “Decían: ‘Lo siento muchachos, sólo estamos protegiendo nuestro territorio’”, dijo Kenneth Miller, de 32 años.
En los últimos meses, hubo indicios de que la paz se estaba deteriorando. Por primera vez, el cártel local exigió que las familias de La Mora dejaran de comprar combustible en Chihuahua, lo que financiaría al cártel rival.
Hombres desconocidos atendían los retenes habituales. Parecían más nerviosos, a veces apuntando con armas a los transeúntes. Se difundieron rumores sobre la intensificación de la guerra territorial entre grupos criminales. (Kevin Sieff/ The Washington Post)