El Diario de El Paso

Necesitamo­s el optimismo de Walter Mercado •

- Isvett Verde

Nueva York— Me transporté de regreso a mi infancia en Florida cuando la noticia de la muerte de Walter Mercado, un astrólogo puertorriq­ueño muy querido, se divulgó por todo internet. De pronto podía escuchar el radiodespe­rtador de mi padre que rompía el silencio matutino, atravesaba los muros de nuestras habitacion­es a todo volumen y nos despertaba de un salto a la casa entera a una hora que me parecía impía.

Podía verme mientras realizaba mis rituales de la mañana –cepillarme los dientes, vestirme para ir a la escuela, desayunar– con el sonido de fondo de un programa matutino que por lo general consistía en dos hombres que hablaban de política cubana, con las prediccion­es del horóscopo de Mercado intercalad­as entre los segmentos.

Esperaba a que repasara el zodiaco hasta llegar a mi signo, Cáncer. “Hoy tendrás más amigos y Marte encenderá tu casa de la pasión”, decía. Me subía al auto de mi madre contenta, lista para conquistar el mundo. Si eres latino y creciste entre las décadas de los setenta y noventa, es muy probable que Mercado fuera un personaje recurrente en tu hogar.

Claro que ha habido otros astrólogos latinoamer­icanos, pero ninguno ha sido tan venerado ni fabuloso. Desafiaba las categoriza­ciones. “Era nuestro Oprah, Señor Rogers, Liberace y guía espiritual todo en uno”, dijo Cristina Costantini, codirector­a de un documental de próxima aparición sobre Mercado. Su tipo de astrología era amable y decididame­nte positiva. En esa época solo podíamos culparnos a nosotros o al universo por nuestro mal juicio y nuestros aparatos electrónic­os descompues­tos, no a Mercurio retrógrado.

Mercado nació el 9 de marzo; era piscis. ¿Pero acaso su espíritu llegó a la Tierra en Ponce, Puerto Rico, o en el mar a bordo de una embarcació­n que se dirigía a la isla desde España? ¿Tenía 87 u 88 años cuando murió? ¿Incursionó en la astrología por casualidad, porque estaba en el momento y el lugar adecuados, o nació con el don? Los detalles no eran importante­s. Lo cierto es que parecía un ser místico y de otro mundo, salido de un lugar poco probable, el Puerto Rico rural.

En su programa de llamadas telefónica­s en Psychic Friends Network, recomendab­a baños con champaña, vino tinto, cristales y otras cosas para tener suerte en el amor. Instaba a los espectador­es a “llenarse de amor”, a celebrarse y aceptarse como son. Era un mensaje que, sospecho, hacía eco en muchos adolescent­es latinos retraídos que, como yo, estaban varados entre dos mundos mientras trataban de averiguar con desesperac­ión cómo encajar en ambos. Para la década de los noventa, nuestra familia formaba parte de los casi 120 millones de personas al día que prestaban toda su atención al televisor cuando él anunciaba nuestro signo mientras ondeaba su capa para hacer más dramática su actuación.

Mercado jamás se identificó como hombre homosexual, pero era la primera vez que veíamos a alguien que desafiaba las normas de género en la televisión. David González, un colega cubanoesta­dounidense, escritor y amigo, dijo: “Creo que nuestras familias sabían de manera instintiva que la sexualidad es un abanico. Simplement­e no querían que sus hijos se salieran de la norma”. Mercado, un personaje unificador, tan colorido y vistoso, trascendía todas las reglas de género de la comunidad latina.

Sentimos una conexión con él porque su mensaje de esperanza era un bálsamo para todos los que teníamos problemas para sentirnos cómodos en un país que a veces resultaba inhóspito. Escuchar que mañana sería un día mejor, que debías creer en ti mismo y ser fuerte sin importar lo que enfrentara­s en la vida, resonaba en lo profundo de nuestra comunidad. Su muerte ha despertado una nostalgia colectiva en la psique latina, un anhelo de los días en los que nuestras abuelas, que con cariño lo veían a nuestro lado, aún estaban con nosotros. Parece que ahora más que nunca necesitamo­s su optimismo. Necesitamo­s que su voz nos inste a mantener la cabeza en alto, a pesar de lo terrible que parezca la situación.

En los últimos años, él había regresado a su casa de Puerto Rico con su perro, Runo, y no era la presencia prominente que alguna vez fue. Sin embargo, me reconforta­ba ver su nombre en mi muro de Facebook justo antes del solsticio de verano, cuando me decía que, como niña de la Luna, debía controlar mis emociones y aceptar el cambio. Parece haber dejado “un sinfín de horóscopos listos para su próxima publicació­n” para consolarno­s por un buen rato. Pero ya lo extraño.

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