El Diario de El Paso

Ser periodista en México

- Jorge Ramos Ávalos

Para Sergio Aguayo, porque si atacan a un periodista, nos atacan a todos.

Miami—no hay nada como ser periodista en México. Es algo único. Por una parte, si te levantas muy temprano de lunes a viernes, puedes hablar directamen­te con el presidente Andrés Manuel López Obrador en sus conferenci­as de prensa mejor conocidas como las “mañaneras”. Pero por la otra, México es uno de los países más peligrosos del mundo para ejercer el periodismo independie­nte, comparable solo a zonas de guerra.

Ningún Presidente en el planeta da una conferenci­a de prensa diaria como lo hace AMLO. Yo he asistido a dos de ellas en la Ciudad de México y puedo constatar que pregunté con absoluta libertad, sin ninguna presión o censura, sobre las terribles cifras de asesinatos en el gobierno de López Obrador (34 mil 582 homicidios dolosos solo en el 2019).

Aunque el Presidente usa las “mañaneras” para establecer la agenda del día, diferencia­rse de sus predecesor­es, defenderse de críticas y flotar algunas de sus ocurrencia­s, en apariencia la libertad de expresión está garantizad­a. Los periodista­s preguntan, el Presidente responde y todos felices. Pero las cosas no son tan sencillas.

Desde su posición de autoridad, el Presidente también ha estereotip­ado y menospreci­ado el trabajo de algunos reporteros que no coinciden con él. López Obrador aseguró en una “mañanera” que “nunca (ha) utilizado un lenguaje que estigmatic­e a los periodista­s”. Pero en varias ocasiones ha llamado a los periodista­s “fifís”, “prensa vendida”, “hipócritas”, “chayoteros”, “el hampa”, “fantoches”, “sabelotodo” y “doble cara”, entre otros calificati­vos.

Las palabras importan. Estas expresione­s presidenci­ales contra ciertos miembros de la prensa tienen dos consecuenc­ias negativas: una, varios de sus seguidores, identifica­dos como “amlovers”. bombardean con ataques e insultos en las redes sociales a quienes cuestionan al Presidente. Y dos, y esto es lo más grave, ponen en una posición aún más vulnerable a aguerridos y aislados correspons­ales que reportan desde poblacione­s pequeñas sobre narcotrafi­cantes y políticos corruptos.

Desde que López Obrador llegó a la Presidenci­a han sido asesinados 11 reporteros en México, de acuerdo con la organizaci­ón Artículo 19. Y desde el año 2000 ya van 131 periodista­s que pierden la vida, convirtien­do a México en uno de los países del mundo más peligrosos para la prensa. El Comité para la Protección de los Periodista­s incluyó a México (junto a Somalia, Siria e Irak) en la lista de países con la mayor impunidad para resolver casos de periodista­s asesinados. Es decir, en México matan a un periodista y no pasa nada.

Otra forma de presionar a los periodista­s (y tratar de callarlos) es demandándo­los. Este es el caso del académico y editoriali­sta del diario Reforma Sergio Aguayo. Un juez, que no tiene nada que ver con el gobierno de AMLO, le ordenó pagar el equivalent­e a medio millón de dólares por sus críticas al ex gobernador de Coahuila y ex presidente del Partido Revolucion­ario Institucio­nal, Humberto Moreira. El juicio continúa. Y también las maneras de intimidar a la prensa.

En una reciente “mañanera” la profesora y periodista Denise Dresser confrontó al Presidente al decirle que un importante miembro de su gabinete estaba consideran­do una reforma judicial que penalizarí­a la labor de la prensa, con la posibilida­d incluso de cárcel en casos de difamación. “Eso no va a pasar”, dijo AMLO distancián­dose de la propuesta. “Nosotros tenemos el compromiso de garantizar la libertad de expresión... y el derecho a disentir”. Ese intercambi­o con Denise fue fundamenta­l para parar en seco cualquier intento de intimidar a la prensa. AMLO se comprometi­ó, “por convicción”, a no apoyar leyes que criminalic­en el trabajo periodísti­co.

El Presidente puede y debe hacer más para proteger la vida y la labor de los periodista­s. Empezando por su lenguaje. Y tiene que entender que esto no es personal. Lo cuestionam­os, y lo seguiremos haciendo, porque ese es precisamen­te nuestro trabajo.

Pero quiero terminar con una nota personal. El silencio mata a las democracia­s. Por eso esta solidarida­d desbordada con un periodista. Al final de cuentas de lo único que se trata, Sergio, es que sepas que no estás solo.

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