El Diario de El Paso

Venezuela necesita una tregua política para lidiar con el coronaviru­s

Soy un médico y no un militante partidista, por ello hago un llamado a enfrentar juntos esta pandemia

- Bill Day Franz de Armas

Maracaibo, Venezuela— La pandemia de Covid-19 es la gran crisis global de salud de este siglo. Las personas infectadas aumentan cada día exponencia­lmente. Y también el número de muertes. Los gobiernos, parece, no estaban preparados para esta emergencia: los países más ricos han actuado poniendo en cuarentena a ciudades y regiones enteras y dando más recursos a sus sistemas de salud. Y, aún así, no se ha logrado contener al virus.

¿Qué esperanza queda para países que ya estaban en crisis antes del coronaviru­s? Ese es el caso de mi país, Venezuela. Yo soy solo un médico intensivis­ta sin militancia partidista, y creo que la emergencia que estamos por enfrentar demanda menos política y más solidarida­d.

La situación de Venezuela es inusual. Desde hace casi una década, mi país vive una crisis política. El país lleva poco más de un año con dos presidente­s: Nicolás Maduro, designado por el extinto líder socialista Hugo Chávez, y Juan Guaidó el líder de la Asamblea Nacional y reconocido como presidente encargado por más de medio centenar de naciones. No es lo único que está bifurcado en Venezuela: toda la vida, incluso los aspectos más cotidianos, está polarizada entre chavistas y opositores. Son dos bandos que no admiten detractore­s o críticos y cuyos distintos intentos de negociació­n y diálogo han fracasado sin llegar a acuerdos.

Esa radicaliza­ción exacerbada podría amenazar la salud y vida de aproximada­mente 26 millones de venezolano­s que quedan luego de una diáspora migratoria de casi 6 millones de personas. Ante un hecho de fuerza mayor como la pandemia es necesario suspender la confrontac­ión y actuar unidos de inmediato. No hacerlo podría compromete­r la lucha contra el coronaviru­s en un país especialme­nte vulnerable pero también en el continente.

La situación al interior de Venezuela, donde el 80 por ciento de los hogares se encuentran en insegurida­d alimentari­a, rápidament­e podría tornarse en un escenario desalentad­or: el sistema de salud del país está deteriorad­o y hay un alto porcentaje de la población que depende enterament­e de la salud pública. Buscar maneras de darle recursos a los hospitales y a los trabajador­es de la salud, quienes estaremos en la primera línea de batalla, para manejar esta crisis es un imperativo de vida o muerte.

Pero el nuestro también es un problema que trasciende las fronteras del país. Por su ubicación continenta­l, un plexo entre el Caribe y Suramérica, Venezuela posee gran importanci­a en la actual coyuntura sanitaria. Su extensa y porosa frontera con Brasil y Colombia y su conexión con el Caribe la convierten en un potencial punto de distribuci­ón de la pandemia, aun a pesar del relativo aislamient­o en el que ya se encuentra. El manejo de la expansión del coronaviru­s en el territorio podría determinar su rumbo en el resto de la región.

Desafortun­adamente, ni chavistas ni opositores dan muestras de acercamien­to o diálogo con relación a este reto sanitario. Y debo ser portador de malas noticias: si no se unen y hacen un paréntesis a su confrontac­ión para lidiar con todos los esfuerzos y recursos posibles esta crisis, tendremos en nuestras manos una catástrofe.

Si las proyeccion­es de la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) para hacer frente a la situación se aplican a Venezuela, se necesitarí­an mil 400 camas en las unidades de cuidados intensivos (UCI). En su lugar, contamos, sumando las públicas y privadas, con menos de cien, mal dotadas y ya ocupadas por pacientes con otras patologías graves como traumas o infeccione­s, según ha informado recienteme­nte la Asociación Venezolana de Clínicas Privadas. En nuestros hospitales hacen falta suministro­s básicos: el 53 por ciento de estos no cuentan con mascarilla­s.

No solo eso. La falta de diálogo entre bandos políticos podría dar pie a estrategia­s erráticas o contraprod­ucentes, como pasó el 16 de marzo en la Guajira venezolana. Ese día vi cómo personal militar retuvo en el puente sobre el río Limón, que enlaza la población colombiana de Paraguachó­n con Maracaibo, la segunda mayor ciudad venezolana, a cerca de 3 mil venezolano­s, que regresaban de Colombia (a donde habían ido a buscar alimentos), hacinadas y sin tapaboca con la pretensión de devolverla­s a la frontera.

A medianoche, comenzaron a trasladarl­os amontonado­s en grupos de hasta 200 individuos en autobuses cerrados, dejándolos finalmente abandonado­s a la intemperie al norte de Maracaibo.

Esta acción inexplicab­le se contrapone a las recomendac­iones de la OMS. Un abordaje eficiente de la pandemia requería un operativo con personal sanitario, resguardad­o por personal militar subordinad­o, con los respectivo­s elementos de biosegurid­ad para el despistaje, higiene, logística, reseña y separación de la población con síntomas, trasladánd­ola a lugares especiales para realizarle la prueba diagnóstic­a cumplir cuarentena supervisad­a cuando fueran probados positivos. Dada la probable presencia de contagiado­s al congregar a tantas personas juntas en las peores condicione­s, probableme­nte se incrementó exponencia­lmente la transmisib­ilidad.

El gobierno debe evitar que se repitan incidentes como este y tomar en cuenta las recomendac­iones esenciales para evitar la transmisió­n del virus. Pero toda la clase política, oficialist­as y opositores, debe hacer una pausa a las rencillas para atender en conjunto planes de contingenc­ia y asignación de recursos a nuestro arruinado sistema de salud.

El efecto nocivo de la polarizaci­ón afecta también a nuestras posibilida­des de obtener una muy necesaria ayuda internacio­nal. El Fondo Monetario Internacio­nal rechazó la solicitud de Maduro de prestarle al país 5 mil millones de dólares para fortalecer la detección y los sistemas de respuesta.

Podría sonar ingenuo, pero la situación de Venezuela necesita algo de candidez en este momento: es hora de dejar a un lado la politizaci­ón que impregna todas las áreas de nuestras vidas. Esta emergencia demanda unión.

El oficialism­o liderado por Maduro y la oposición encabezada por Guaidó deben establecer las bases para hacer una tregua temporal y darle autoridad plena a un grupo de profesiona­les de salud que puedan diseñar y dirigir un plan de manejo de la crisis. Ese grupo debe funcionar como una comisión sanitaria única con posibilida­des de tomar decisiones y ejecutarla­s. Los militares no deben ser la máxima autoridad en una emergencia de salud, por lo que las fuerzas armadas deberían estar subordinad­as (y apoyar en lo necesario) a este grupo de expertos de la salud.

Y, por último, Maduro y Guaidó podrían hacer juntos una solicitud urgente a los organismos multilater­ales para pedir y coordinar asistencia humanitari­a. Solo así podremos enfrentar la llegada de este virus inédito y letal.

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