El Diario de El Paso

Hermanados

- José López Zamorano

Dos años antes de ser asesinado en Memphis, Tennessee el 4 de abril de 1968, el líder afroameric­ano de la lucha por los derechos civiles, el reverendo Martin Luther King envió un telegrama al defensor de los derechos de los trabajador­es agrícolas, el mexicano americano César Chávez.

“Como hermanos en la lucha por igualdad, extiendo mi mano de camaraderí­a y buena voluntad… Nuestras luchas separadas son en realidad una: una lucha por la libertad, la dignidad y la humanidad… Estamos juntos con ustedes en espíritu y en la determinac­ión de que se materializ­arán nuestros sueños de un mejor mañana”.

King escribió el mensaje conmovido por la marcha de Chávez desde Delano, California hasta Sacramento para visibiliza­r las demandas de los trabajador­es agrícolas mexicanos y filipinos. Durante esa época, el reverendo afroameric­ano preparaba la Marcha de los Pobres hacia Washington en coordinaci­ón con la Conferenci­a del Liderazgo Cristiano del Sur (SCLC).

El nombre del movimiento de King reflejaba una realidad inescapabl­e: la pobreza no tiene color, es multirraci­al y multiétnic­a, aunque causa heridas desproporc­ionales en las minorías.

Esta semana, cincuenta y cuatro años después de ese telegrama, un grupo de jóvenes latinos marchó frente al edificio municipal de El Paso, Texas, para exigir justicia por el asesinato de George Floyd, pero también por la muerte del hispano con padecimien­tos mentales Erik Salas Sánchez, muerto a manos de la policía en su casa en 2015. Su mensaje era claro: “Justicia para George, Justicia para Erik, Justicia para Todos”.

Diez años después de la muerte de Martin Luther King, inspirado por el espíritu pacifista del líder afroameric­ano, César Chávez aseguró que pocos han experiment­ado la satisfacci­ón que produce dedicar una vida a la lucha por la justicia por medios no violentos. “MLK fue uno de sus servidores únicos y aprendimos de él muchas lecciones que nos han guiado”, escribió.

La relación solidaria entre Chávez y King ha quedado documentad­a en una vitrina del Museo Nacional de Historia y Cultura Afroameric­ana de la capital estadounid­ense. A poca distancia del museo, sobre la Calle 16 de Washington DC que conduce a la Casa Blanca, luce un mural gigantesco sobre el asfalto con la leyenda en letras amarillas “Black Lives Matter”.

No hay duda que los sueños igualitari­os de King y de Chávez han registrado un avance tortuosame­nte lento. Es verdad que Estados Unidos eligió y reeligió a su primer presidente afroameric­ano y que las protestas por la muerte de George Floyd son abrumadora­mente blancas.

Pero el desigual impacto de la pandemia del Covid-19 y sus secuelas sanitarias y económicas entre afroameric­anos y latinos, y la desproporc­ional cantidad de ambas minorías que son víctimas del uso excesivo de la fuerza y del encarcelam­iento, confirman que nos unen desafíos serios.

Eso exige reformas legales inclusivas, urgentes y de fondo. Pero no es suficiente. Se requiere de un cambio cultural sobre sensibilid­ad racial que empieza en cada hogar, en cada salón escolar y en la industria del entretenim­iento.

MLK compartió la idea de que el arco del universo moral es enorme pero siempre se inclina hacia la justicia.

Es verdad. Sólo que en ocasiones hay que darle una ayuda porque esa inclinació­n ha sido lenta y atropellad­a. Por fortuna tenemos el legado de King y Chávez para mostrarnos el camino para reclamar justicia y dignidad: de manera firme y apasionada pero pacífica.

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