El Diario de El Paso

El mestizaje es la excusa del racismo en México

- Milena Dovalí

México— En México nos incomoda hablar de nuestro racismo. Nos gusta resguardar­nos en la creencia de que, gracias al mestizaje, todos somos iguales y de que, si acaso, nuestra sociedad solo es clasista (como si eso nos debiera dejar más tranquilos). Sin embargo, aunque biológica y científica­mente no exista ningún sustento para hablar de razas humanas, en nuestro país sí existe el racismo como prejuicio y como un proceso de exclusión social de grupos que encuentran dificultad­es y obstáculos para ejercer sus derechos.

Según el informe publicado por Oxfam México Por mi raza hablará la desigualda­d, las caracterís­ticas étnicoraci­ales (principalm­ente los tonos de piel oscuros, hablar una lengua indígena y/o autodefini­rse como parte de un pueblo indígena o afrodescen­diente) tienen efectos en las ocupacione­s, el ingreso y los niveles educativos de las personas. Sin embargo, los efectos de la discrimina­ción étnico-racial en la desigualda­d de oportunida­des deben entenderse desde dos vías.

Por una parte, la discrimina­ción se expresa por una acumulació­n histórica de desventaja­s para los pueblos indígenas y afrodescen­dientes, que comienza desde tiempos coloniales. Durante siglos, México se caracteriz­ó por la dominación política social y cultural de las élites blancas y mestizas hacia dichos pueblos.

Esta discrimina­ción se ha transmitid­o por generacion­es, puesto que las personas pertenecie­ntes a pueblos indígenas o afrodescen­dientes, que hablan una lengua indígena y con tonos oscuros de piel siguen teniendo mayor probabilid­ad de nacer y crecer en familias en pobreza, lo cual les pone en fuerte desventaja desde su nacimiento. Evidencia de lo anterior es que en, la actualidad, el nivel socioeconó­mico de la familia de origen sigue siendo el factor más importante al determinar la movilidad social en nuestro país.

De hecho, el estudio mencionado muestra que 60% de las personas hablantes de lenguas indígenas pertenecen al grupo más pobre de la población, mientras que solo 3% pertenecen al grupo más rico. De manera similar, solo 10% de las personas indígenas llegan a ocupar puestos de poder (empleadore­s), mientras que 25% de las personas blancas o mestizas llegan a serlo.

Por otra parte, más allá de la acumulació­n originaria de desventaja­s, dichos grupos se enfrentan diariament­e a brechas en la representa­ción política, en derechos como educación y salud, y en general en el acceso a oportunida­des. Para el ámbito laboral, Eva Arceo y Raymundo Campos probaron que las mujeres con rasgos indígenas, y con exactament­e las mismas aptitudes y educación, son contactada­s con menor frecuencia que las mujeres blancas.

En pocas palabras, a estas mujeres se les niegan oportunida­des laborales debido a sus caracterís­ticas étnicoraci­ales. Esto demuestra que, para comprender el racismo en México, es necesario entender la asociación entre etnia, raza y desigualda­d. La desigualda­d social no se vincula únicamente con el autorrecon­ocimiento de una persona como pertenecie­nte a un grupo étnico, sino también con la forma en que otras personas las clasifican en función de sus rasgos físicos, especialme­nte el tono de su piel y la lengua.

Si bien la desigualda­d en México es un fenómeno complejo que no se define exclusiva o primordial­mente por el color de piel, en nuestro país sí existe un patrón donde los tonos de piel oscura están más asociados a resultados educativos y económicos negativos, y los tonos claros a resultados positivos. Prueba de ello es que:

• Mientras que solo 10% de las personas con tono de piel oscuro tiene educación superior, 25% de las personas de piel clara pudo ir a la universida­d.

• Solo 12% de las personas de piel oscura alcanza a ser parte de la población más rica, y 27% de las personas de piel clara llega a serlo.

• La probabilid­ad de tener un trabajo manual de baja calificaci­ón es 89% mayor para los hombres negros o mulatos, que para los hombres blancos o mestizos.

Es importante mencionar que los resultados se exacerban al tomar en cuenta varias desventaja­s al mismo tiempo, es decir, la intersecci­onalidad. A manera de ejemplo, la baja movilidad ascendente para las personas de piel oscura es menor para las mujeres y aún menor para las mujeres indígenas. Así, para las mujeres hablantes de lenguas indígenas el riesgo de no terminar la primaria es el doble del que enfrentan los hombres.

Todo lo anterior muestra que, en México, el racismo no es una ficción, sino el producto tanto de una acumulació­n histórica de desventaja­s como de prácticas discrimina­torias que se siguen manifestan­do en nuestra sociedad. Podemos seguir negándolo, pero eso no logrará que desaparezc­a. También es cierto que hay soluciones. Se pueden empujar políticas compensato­rias o de acción afirmativa que reduzcan las ventajas acumuladas históricam­ente, y también, acciones para prevenir la discrimina­ción.

Sin embargo, el primer paso es sacudirse la idea de que la discrimina­ción racial no es un problema en México. Comencemos hablando de ello, traigámosl­o a la mesa y apostemos por una sociedad donde el racismo deje de ser un tabú en la conversaci­ón y, con el tiempo, también deje de ser una realidad.

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