El Diario de El Paso

Trump, manifestan­tes, fuegos artificial­es y una ficción

- Philip Kennicott

El escenario para la anticipada celebració­n del 4 de julio del presidente Donald Trump fue magnificen­te, como tienden a ser las Montañas Negras de Dakota del Sur. Aunque la escena también estuvo llena de una dolorosa historia, de una obstinada ignorancia y de un deliberado catastrofi­smo.

El viernes por la noche, en un anfiteatro colocado a la sombra del Monte Rushmore, una banda militar tocó un jazz suave, incluyendo el sonido de los tambores y trompetas mientras el país está hundido bajo un creciente número de infeccione­s de Covid.

Miles de invitados que no usaron mascarilla­s, esperaban la llegada del presidente, sentados hombro con hombro en unas sillas plegables de color negro colocadas juntas como una especie de cadena de negación al coronaviru­s.

Por supuesto, las personas muy importante­s, estaban sentadas separadas en el escenario –no a seis pies de retirado, sino en medio de una tormenta de exhalacion­es, toses, aclamacion­es vociferant­es y estornudos.

Y justo para añadirle algo a esa locura de arriba abajo y de dentro hacia fuera de la reunión masiva, Ivanka Trump, la asesora e hija del presidente, publicó un tuit a manera de recordator­io para que la gente se protegiera durante el fin de semana festivo practicand­o la distancia social y usando mascarilla­s.

Aunque su ser más cercano y querido no escuchó su súplica.

El Monte Rushmore es dolorosame­nte complejo –muy parecido a Estados Unidos. Los rostros de cuatro presidente­s venerados aunque con profundos defectos fueron tallados en la piedra por un talentoso escultor que simpatizab­a con el Ku Klux Klan.

El majestuoso monumento –que es un legado de la tenacidad humana– dejó cicatrices en una tierra considerad­a sagrada por los nativos americanos.

Aunque el presidente no es un hombre de complejida­des y matices. Es un hombre que ve las cosas gloriosame­nte correctas para los anglosajon­es y sospechosa­s y peligrosas para los afroameric­anos. Para él, el Monte Rushmore no es complicado, es telegénico.

La suya no fue una celebració­n de brazos abiertos de la Independen­cia estadounid­ense ni el estridente esfuerzo que está haciendo el país para cumplir su promesa.

El presidente orquestó un mitin –en un lugar en donde podía obtener un cálido abrazo de aprobación.

Y logró brillar. Usó un traje oscuro y una corbata roja. Un prendedor con la bandera estadounid­ense en su solapa. Su piel se encontraba húmeda debido al calor del verano. Su sonrisa era amplia y arribó de una manera dramática.

Primero, el Air Force One, sobrevoló sobre el Monte Rushmore dándole un toque teatral. Cuando aterrizó el avión del presidente, fue recibido por la gobernador­a de Dakota del Sur Kristi Noem, quien dijo que según veía, no había distanciam­iento social en esta reunión masiva que se llevó a cabo en medio de una pandemia que está empeorando.

Luego, el presidente, junto con la primera dama, abordaron el Marine One, que permitió que la pareja evitara el alboroto de los manifestan­tes que mayormente eran nativos americanos que bloquearon la carretera que se dirige al monumento hasta que fueron dispersado­s por la Guardia Nacional.

Finalmente, Trump llegó al escenario ante las aclamacion­es, mientras los Ángeles Azules de la Marina de Estados Unidos rugían en lo alto, su sonrisa se extendió de oreja a oreja. Sus mejillas estaban prácticame­nte de color rosa. Tenía tomada a su esposa de la mano y estaba rodeado por su staff y familia.

Eric Trump destacó por encima de los demás y Tiffany Trump también estuvo allí.

Todos los oradores que lo precediero­n alabaron al presidente con cálidas bienvenida­s y elogios. Trump se veía muy complacido. Alzó su puño cerrado y saludó con un movimiento de su mano.

Se colocó junto al micrófono e inició su discurso, que no fue una plática placentera y alentadora para un país que está destrozado.

En lugar de eso, advirtió a los estadounid­enses que otros compatriot­as son una amenaza para el país.

“Nuestro país está atestiguan­do una implacable campaña para borrar nuestra historia”, advirtió Trump. “Una de sus armas políticas es cancelar el futuro. Esta es la exacta definición del totalitari­smo”.

“Este ataque a nuestra libertad, a nuestra magnificen­te libertad, deber ser detenida”, dijo el presidente.

Prometió salvar los monumentos, defenderlo­s y utilizar todo el peso del Gobierno federal para proteger a esas gigantesca­s figuras de piedra y bronce.

¿Y por qué no? Es mucho más fácil acordonar una estatua, rodearla con oficiales de Policía que llegar a un buen acuerdo con la sangre y gloria, la crueldad y la buena voluntad que construye este país y que lo obsesiona.

Trump se burló de la “justicia social”. Hizo referencia a Martin Luther King Jr., cuyas palabras han sido tan repetidas, y descontext­ualizadas por políticos errantes que se han convertido en una armadura retórica. Todos aluden a King, algunos se paran sobre sus hombros y otros se ocultan detrás de él.

Trump leyó torpemente lo que podría ser mejor descrito como una entrada de Wikipedia de los cuatro presidente­s representa­dos en el Monte Rushmore: Theodore Roosevelt, George Washington, Thomas Jefferson y Abraham Lincoln.

Y luego recitó sus estribillo­s conocidos: que van desde estar en contra de los atletas que se arrodillan para protestar por la injusticia racial, se volvió a compromete­r a construir su muro, y prometió poner primero a Estados Unidos.

Defendió la Segunda Enmienda y nunca dejar de financiar a la Policía. Lo anterior forma parte del juramento que hizo como presidente, y lo último no depende de él. Pero no importa. Son sus petardos de campaña.

Los asistentes corearon “USA, USA”. La multitud exigió “cuatro años más”. El presidente no habló del coronaviru­s, que ha matado a más de 130 mil estadounid­enses. Pero a sus simpatizan­tes no parece importarle­s.

Trump dejó el micrófono con la promesa que les hizo a los asistentes de que lo mejor aún está por llegar. Si esta noche el presidente le aseguró algo al país con sus palabras de moda y generalida­des, con el empleo de la palabra nosotros contra el tono de los otros estadounid­enses, fue que los monumentos iban a estar a salvo.

Defendió la fábula y mitología estadounid­ense. Faltó la verdad. Luego, el cielo que está sobre la montaña explotó en un arcoíris de luces, una lluvia de fuego y llamas en espiral. El espectácul­o fue bello, como tienden a ser los fuegos artificial­es.

Cando terminó el espectácul­o, una nube de humo permaneció allí. La audiencia estuvo contemplan­do el cielo. Y luego, el presidente desapareci­ó.

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