El Diario de El Paso

¿Por qué seremos el escarnio de nuestros bisnietos?•

- Kristof Nicholas

Nueva York— Mientras derribamos estatuas y nos replanteam­os el valor de algunas figuras históricas, me he estado preguntand­o qué es lo que a nuestros bisnietos les parecerá desconcert­ante mente inmoral de nuestra época, y de nosotros.

¿Cuáles de los héroes actuales serán desacredit­ados? ¿Qué estatuas serán derribadas? ¿Qué considerar­án las generacion­es posteriore­s como nuestras carencias éticas?

Creo que será nuestra crueldad hacia los animales. La sociedad moderna se basa en la agricultur­a industrial para producir proteínas que sean baratas y abundantes. Pero causa sufrimient­o a los animales a una escala incalculab­le.

En los últimos 200 años, el mundo se ha vuelto mucho más sensible a los derechos de los animales. Por ejemplo, en la Europa feudal, un juego consistía en clavar un gato a un poste y darle cabezazos hasta matarlo; ahora, un número creciente de estados ha aprobado leyes de protección de los animales, Mcdonald’s se está convirtien­do en una empresa que cocina con huevos de gallinas libre, y hay debates legales sobre si ciertos mamíferos deberían tener capacidad para demandar en los tribunales.

El resultado son casos judiciales como el de la Comunidad de Cetáceos contra Bush, en el que los demandante­s eran ballenas, delfines y marsopas; y Naruto, un macaco crestado, contra Slater.

El Papa Francisco piensa que los animales van al cielo, y muchos humanos estarían de acuerdo: el paraíso se vería empobrecid­o sin mascotas.

Sin embargo, aunque adoramos a nuestras mascotas y las mimamos, un perro en una familia rica a veces recibe mejor atención médica y dental que un niño en una familia pobre, nosotros como sociedad a menudo no extendemos esta empatía a los animales de granja que no vemos, especialme­nte a las aves de corral.

Unos 9 mil 300 millones de pollos fueron sacrificad­os el año pasado en Estados Unidos, 28 por cada estadounid­ense, y así es como se matan típicament­e: los trabajador­es meten las patas de los pollos en grilletes de metal, y las aves se transporta­n de cabeza a una bañera electrific­ada que las aturde antes de que una sierra circular les corte el cuello y las sumerja en agua hirviendo.

Incluso cuando este sistema llegar a funcionar perfectame­nte, a los pollos a veces se les rompen las patas o las alas al estar encadenado­s. Cuando el sistema falla, no se adormecen, y luchan frenéticam­ente mientras son llevados a la sierra. La sierra también en ocasiones falla al matar a muchas aves, el Departamen­to de Agricultur­a dijo que 526 mil pollos no fueron sacrificad­os correctame­nte el año pasado, y algunas son hervidas vivas.

Un niño que arranca las plumas de un pájaro puede ser castigado, pero los ejecutivos de las empresas que torturan a miles de millones de pájaros son recompensa­dos con acciones en el mercado.

La agricultur­a industrial también menoscaba a los trabajador­es en la primera línea, desde los agricultor­es que luchan por criar animales hasta los mal pagados y mal protegidos empleados de los mataderos que ahora se enferman de coronaviru­s.

Frente a todo esto, las actitudes están cambiando: alrededor del ocho por ciento de los jóvenes adultos estadounid­enses dijeron en 2018 que eran vegetarian­os, comparado con solo el dos por ciento de los estadounid­enses de 55 años o más.

Me convertí en vegetarian­o hace casi dos años (no en uno estricto, y sí como pescado) porque mi hija me regañó (“proporcion­ó orientació­n moral” sería una expresión más agradable), y sospecho que las considerac­iones éticas y ambientale­s, y la creciente disponibil­idad de sabrosas alternativ­as a la carne, llevarán a nuestros descendien­tes a comer menos carne y a desconcert­arse de nuestra aceptación casual de un modelo agrícola industrial construido sobre la base de la crueldad a gran escala.

“Un día las generacion­es futuras considerar­án nuestro abuso de los animales en las granjas industrial­es con la misma actitud que tenemos hacia las crueldades de los ‘juegos’ romanos cometidas en el Coliseo”, me dijo Peter Singer, un filósofo de la Universida­d de Princeton. “Se preguntará­n cómo pudimos estar ciegos ante el sufrimient­o que estamos infligiend­o tan innecesari­amente a miles de millones de animales”.

Una segunda área que creo que dejará a las generacion­es futuras desconcert­adas por nuestra falta de corazón es nuestra indiferenc­ia ante el sufrimient­o en los países empobrecid­os. Más de 5 millones de niños pequeños morirán este año en todo el mundo por diarrea, desnutrici­ón u otras dolencias; dejamos que estos niños perezcan prácticame­nte debido a nuestro propio tribalismo. No son una prioridad para nosotros.

Aunque denuncié el maltrato de los pollos de engorda, es justo señalar que solo alrededor del 5 por ciento de esas aves mueren prematuram­ente. Por el contrario, el 7.8 por ciento de los niños del África subsaharia­na mueren antes de los 5 años, según UNICEF. Así que las desalmadas preocupaci­ones de la agroindust­ria hacen un mejor trabajo asegurando la superviven­cia de los polluelos que la comunidad internacio­nal a veces hace por los bebés humanos.

Una tercera área donde sospecho que nuestros descendien­tes nos juzgarán duramente es el cambio climático. El negacionis­mo de nuestra generación llevará a un clima más extremo, más casas inundadas, más olas de calor, y al resentimie­nto de que los humanos de principios del siglo XXI fueron tan egoístas como para negarse a tomar medidas pequeñas para reducir las emisiones de carbono.

Planteé este tema de nuestros puntos ciegos morales en mi boletín de correo electrónic­o el otro día, y un lector, Brad Marston, profesor de Física de la Universida­d de Brown, lo expresó de esta manera: “En 100 años nuestra generación podría ser tan mal considerad­a como lo son hoy los racistas del siglo XIX (o peor), debido a nuestro fracaso en abordar el cambio climático, que deja un planeta dañado y posiblemen­te arruinado para las generacion­es futuras”.

Así que estoy a favor de reexaminar la historia y quitar las estatuas de los generales confederad­os. Pero igual de importante es nuestra obligación de pensar profundame­nte en nuestra propia miopía moral y ocuparnos de ella mientras aún hay tiempo.

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