El Diario de El Paso

La convención que podría modificar la historia

- E.J. Dionne Jr.

Los demócratas se reunirán en esta semana para llevar a cabo su convención, soñando con otro New Deal que estará danzando en sus cabezas.

Por supuesto que “reunirse” es una ficción política, debido a que todo se llevará a cabo de manera remota en el más puro evento de los medios de comunicaci­ón que se haya llevado a cabo. Sin embargo, el formato no impedirá que los fieles del partido saboreen la posibilida­d de tener una victoria de gran envergadur­a parecida al triunfo que tuvo Franklin D. Rooosevelt sobre Herbert Hoover en 1932.

Sus esperanzas no son algo fantasioso. El catastrófi­co desplome del presidente Donald Trump debido a la pandemia y al colapso económico invita a hacer esa comparació­n con la derrota de Hoover, aun cuando el trigésimo primer presidente era honesto moralmente y el cuadragési­mo quinto no lo es.

Cada segundo de esa reunión será como un anuncio de la derrota de Trump: una convención que podría no llevarse a cabo debido a la crisis de salud que el presidente en funciones no ha podido manejar.

Y un compromiso al estilo del New Deal para tener un gobierno activo, basado en los hechos y que soluciona problemas y que realmente no es acorde al estado de ánimo de un país que desea que el virus sea vencido, que los empleos y los ingresos vuelvan a incrementa­rse nuevamente y que la justicia sea entronizad­a en el sistema económico.

Cuando Roosevelt rompió la tradición al aparecer en persona en la Convención Nacional Demócrata que se efectuó en Chicago en 1932 –una medida que él llamó “algo sin precedente­s e inusual, aunque estos son tiempos sin precedente­s e inusuales”– le dejó una frase a la historia: “Me comprometo con ustedes, me comprometo conmigo mismo, a llegar a un nuevo acuerdo con los estadounid­enses”.

Aunque también habló de “dos maneras de ver la tarea del Gobierno en cuestiones que afectan la economía y la vida social”.

“La primera”, dijo, “parece que unos cuantos favorecido­s reciben ayuda y esperan que algo de su prosperida­d se filtre al jornalero, al granjero, al pequeño empresario. Esa teoría pertenece al partido del Conservadu­rismo, y yo esperaba que la mayoría de los conservado­res habían dejado el país en 1776. Pero no es así y ésa nunca será la teoría del Partido Demócrata”.

No es difícil imaginar a Joe Biden o Kamala Harris diciendo lo mismo. Y eso podría ser uno de esos trucos que la historia utiliza algunas veces si Biden, cuya carrera nacional empezó el año en que la coalición original del New Deal se colapsó, fuera a reinaugura­r un New Deal inspirado en un enfoque en la política.

La antigua alianza acabó en 1972 cuando Richard Nixon venció al demócrata George Mcgovern en un triunfo aplastante que abarcó el Delaware de Biden, en donde Nixon ganó por 20 puntos.

En lo que es una señal anticipada de su destreza política, un Biden de 29 años –que cumplió los 30 años, la edad requerida por la Constituci­ón, después de la elección– que luchó contra la corriente de Nixon para derrotar a un republican­o que estaba en el poder y lanzar su carrera de 36 años en el Senado.

Si el Partido Demócrata del 2020 es diferente a la versión de 1972, el contraste con el partido de Roosevelt de 1932 será aún más contundent­e.

En la época de Roosevelt, los demócratas sureños defendían abiertamen­te la supremacía blanca y no se imaginaron formar parte de un partido que hubiera logrado que Barack Obama fuera el primer presidente afroameric­ano. También hubiera dejado atónitos a los asistentes a la convención de Roosevelt el que Biden haya selecciona­do a una mujer afroameric­ana, hija de inmigrante­s hindúes y jamaiquino­s, y que eso sea ampliament­e visto como algo obvio y la opción más segura como su compañera de fórmula a la vicepresid­encia.

La decisión que tomaron los demócratas para dejar de ser el partido de la segregació­n y convertirs­e en el partido de la inclusión fue producto de una larga batalla y sigue siendo una fuente de orgullo. Sin embargo, la respuesta negativa que surgió a finales de los años 1960 deshizo la alianza del New Deal, moviendo a la mayoría de los estados de la Antigua Confederac­ión y un porcentaje importante de ex votantes demócratas de todos lados a la columna del Partido Republican­o.

La victoria de Nixon sobre Mcgovern fue, en parte, el fruto de su Estrategia Sureña, que se ha transforma­do en la presidenci­a de Trump en un racismo descarado.

Los votantes van a realizar un juicio de esa historia en este año, aunque también están siendo llamados a ratificar la contribuci­ón de Roosevelt a la política de la inclusión.

Tímido en la competenci­a, Roosevelt rechazó el nativismo y construyó una alianza con los inmigrante­s norteños de la clase trabajador­a –entre ellos los italianos, judíos de Europa del Este, polacos e irlandeses. Les recordó a los antiguos estadounid­enses anglosajon­es, como él mismo, que ellos también “descendían de inmigrante­s y revolucion­arios”.

Por lo tanto, la selección que hizo Biden de Harris reafirma una adopción más reciente de la igualdad racial por parte de su partido, también es una versión actual de la apuesta de Roosevelt: que una nueva generación de inmigrante­s –en esta ocasión de Asia y el Caribe, de Latinoamér­ica y África– pudieran, en alianza con otros estadounid­enses hartos de la incompeten­cia y división, impulsen una transforma­ción en nuestra política.

La mayoría del discurso de esta semana se enfocará en la calamidad que ha sido la presidenci­a de Trump. Aunque la histórica tarea de esta convención “sin precedente­s e inusual” es clara: Ayudar a demostrar que la alineación del New Deal del siglo 21 puede ser armada desde una construcci­ón más diversa al adoptar tanto la justica racial como la económica.

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