El Diario de El Paso

Proteger a la Policía no debería ser complicado ni controvert­ido

- • Ruben Navarrete Jr.

San Diego— No es una buena noticia cuando tienes un problema que es tan explosivo que divide a las personas que normalment­e podrían ser considerad­as simpáticas y de ideas afines.

Y las noticias empeoran cuando el tema que causa tanta división es algo que no debería ser controvert­ido en absoluto, a saber, en este caso, el intento de asesinato de agentes del orden y la responsabi­lidad de las personas decentes de condenarlo enérgicame­nte y sin vacilar.

Sin duda, hay mucha gente decente en el movimiento para reformar la Policía. Eso significa eliminar el perfil racial, frenar el uso excesivo de la fuerza y averiguar por qué muchos encuentros entre la Policía y personas afroameric­anas o hispanas terminan con civiles que van al hospital o la morgue.

Espere. Entiendo que hay, cada año, millones de interaccio­nes casuales y no tan casuales entre la Policía y el público y que solo un pequeño porcentaje sale mal.

Sin embargo, no es como si tuviéramos una epidemia de amas de casa blancas de los suburbios que se encuentran en el suelo con la rodilla de un oficial presionada contra su cuello hasta que mueran.

No hace falta ser un detective experto para darse cuenta de que algo está sucediendo en la dinámica que existe entre los agentes del orden y las personas afroameric­anos, y es malo.

Así que busqué un par de fuentes bien informadas sobre el tema de las relaciones policiales y comunitari­as: un oficial de Policía retirado que ha sido jefe de Policía en tres municipios separados y un profesor de Sociología que se especializ­a en Policía, pobreza urbana y violencia armada.

Unos días antes, dos agentes novatos del alguacil, del condado de Los Ángeles, casi fueron asesinados a tiros en su patrulla. Después de horas de cirugías, sobrevivie­ron. Pero sus vidas nunca volverán a ser las mismas y sus carreras probableme­nte hayan terminado.

El sospechoso sigue prófugo. Soy buen amigo tanto del jefe de Policía retirado como del profesor de Sociología con el que me acerqué para aclararlo, y son amistosos entre sí. Esperaba un acuerdo, al menos en los temas básicos, como el deber de quienes están en el movimiento de protesta de condenar la violencia contra los agentes de Policía. Por desgracia, incluso entre amigos, era difícil llegar a un acuerdo.

Bob Harrison, el ex jefe de Policía que ahora consulta con la Policía, notó un “retraso” en la condena del intento de asesinato de los ayudantes del alguacil.

“No necesitamo­s que todos expresen sus puntos de vista”, dijo. “Pero los líderes clave, especialme­nte los funcionari­os electos, no solo deben condenar la violencia, sino también a los grupos que celebraron y dijeron que esperaban que los oficiales murieran”.

Harrison piensa que una forma de reconstrui­r la confianza que la Policía tiene en el público es que la Policía amplíe su papel en la comunidad.

“La Policía puede cambiar la narrativa al estar más presente en formas que van más allá de la aplicación de la ley”, dijo. “Quieren ser parte de la estructura de la comunidad y construir puentes con aquellos a quienes sirven. Por supuesto, la gente tiene que decidir si cruzará ese puente. Si no lo hace, es tan culpable como la Policía.”

Para Cid Martínez, profesor asociado de Sociología en la Universida­d de San Diego, es un error que la gente siempre exija que los manifestan­tes, o el público en general, condenen la violencia contra la Policía.

“No es responsabi­lidad de los manifestan­tes condenar los actos violentos contra la Policía”, dijo. “El objetivo es lograr la justicia racial, y la Policía tiene la responsabi­lidad de reparar su institució­n porque tiene todo el poder”.

A Martínez le preocupa que las protestas legítimas, la mayoría de las cuales no son violentas, estén siendo “criminaliz­adas” como una forma de desacredit­ar a todo el movimiento reformista.

Martínez también cree que debemos dedicar nuestro tiempo a erradicar la corrupción, el racismo y la violencia que son sistémicos para las fuerzas del orden. De la forma en que él lo ve, esas son las cosas que envenenaro­n la relación entre el público y la Policía.

“Claro, hay mucha ira hacia la Policía”, dijo. “Pero se debe a su mala conducta y a que los superiores no hicieron nada al respecto”.

La mala conducta no se limita a la Policía. Los padres, incluidos entre otros, hispanos y afroameric­anos, deben criar a sus hijos para que sean adultos responsabl­es que hagan lo que los oficiales de Policía les dicen, y nunca pensarían en agredir, y mucho menos matar, a cualquiera que lleve una placa.

Nuestra sociedad no mejorará hasta que dejemos de intentar engañarnos unos a otros. No siempre necesitamo­s retratar a nuestro equipo como completame­nteinocent­eyalotroco­mo inequívoca­mente culpable.

Como hijo de un Policía que ha visto muchos rescates policiales, así como brutalidad, sé que la vida es más complicada. No hay santos ni pecadores en este drama, solo personas que intentan hacer todo lo posible para sobrevivir a sus interaccio­nes entre sí y llegar a casa a salvo con sus familias.

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