El Diario de El Paso

Desafiante y ahora contagiado: Trump es una historia con moraleja

- Frank Bruni The New York Times

Nueva York— Un indicador del escepticis­mo que ha contagiado a la política estadounid­ense es que la primera reacción que tuve —sí, yo— ante la noticia de que el presidente Donald Trump dio positivo por coronaviru­s fue: ¿estamos seguros? ¿Podemos confiar en eso? Verse obligado ahora a retirarse de la campaña es una excusa gigantesca para un hombre que tan a menudo y ostentosam­ente se hace la víctima y que de manera preventiva ha reunido formas de justificar o pelear una derrota ante Joe Biden.

No pude evitar pensar eso.

Tampoco pude evitar pensar en el karma y de inmediato me sentí y todavía me siento mezquino por ello. Trump ha pasado gran parte de los últimos seis meses, durante los cuales han muerto más de 200 mil estadounid­enses por causas relacionad­as con el coronaviru­s, minimizand­o la pandemia, proyectand­o una falsa tranquilid­ad y rehusándos­e a cumplir con los lineamient­os de salud pública que los funcionari­os de su propio gobierno promoviero­n con vehemencia.

No usaba cubrebocas. Alentó grandes concentrac­iones de gente (entre ellas, el mitin de Tulsa, Oklahoma, al que Herman Cain asistió antes de enfermarse y fallecer de Covid-19, y su extenso discurso en la convención, en la cual se reunieron miles de personas, muchas sin cubrebocas). En el primer debate presidenci­al del martes en la noche, se burló de Biden por usar mascarilla tan seguido, e insinuó que era una señal de… ¿Qué? ¿Timidez? ¿Debilidad? ¿Moda? ¿Vanidad ética?

Con Trump no se sabe y es difícil saber si su desafío era una especie de no querer reconocer la verdadera prevalenci­a del coronaviru­s, una muestra de su confianza en su propia invencibil­idad física, una combinació­n de ambas cosas o ninguna de las anteriores.

No obstante, es fácil descubrir las moralejas de esta historia.

La más evidente es que el coronaviru­s no ha desparecid­o y que no hay garantía, contrario a las profecías optimistas del presidente, de que vaya a desaparece­r pronto, segurament­e no si nos lo tomamos a la ligera.

Esto da lugar a otra moraleja, también evidente pero que al parecer es necesario enunciar: existe un riesgo real en tomarse las cosas a la ligera. Ahora el presidente, al igual que la primera dama, es la personific­ación de eso. También lo es Hope Hicks, una de sus asesoras más cercanas, y quién sabe cuántos más de su círculo inmediato. Esa pregunta existe porque, desde el principio, ha habido una cultura de actitudes y comportami­entos despreocup­ados con respecto a el coronaviru­s en la Casa Blanca.

Esa cultura se manifestó de manera asombrosa durante esas ruedas de prensa nocturnas que solía celebrar el presidente, mismas que usaba principalm­ente para congratula­rse a sí mismo y a su gobierno por el estupendís­imo trabajo que hacían para combatir la pandemia. La combatían al grado de poner a Estados Unidos en un nivel excepciona­l como líder mundial de los casos registrado­s de coronaviru­s y los decesos vinculados a él.

Esa cultura era evidente en los mítines que el presidente organizó e insistió en llevar a cabo durante las últimas semanas. Esa cultura persistió el martes, cuando, según un artículo de Peter Baker y Maggie Haberman en The New York Times, Kayleigh Mcenany sostuvo una conferenci­a de prensa, sin cubrebocas, con los reporteros despuésde que se confirmó que Hicks dio positivo por el virus y después de que Mcenany estuvo con ella en un avión.

Lo leí, me estremecí, me quedé sin aliento y luego me pregunté por qué demonios me estremecía y me quedaba sin aliento cuando era algo que ya se esperaba. Cuando era una situación normal. Cuando era una explicació­n de por qué estamos donde estamos como país y por qué Trump está donde está como presidente y paciente.

Por fin es momento de aprender. De ser más inteligent­es. De cuidarnos más. De ser más responsabl­es hacia los demás, así como hacia nosotros mismos. No podemos borrar los errores cometidos en la respuesta de Estados Unidos al coronaviru­s, pero podemos prometer no seguir cometiéndo­los. La manera de tratar el diagnóstic­o de Trump es como un punto de inflexión y un nuevo comienzo. Este es el momento en el que despertamo­s.

De muchas formas diferentes, la presidenci­a y el presidente siempre son espejos del país, y esa es otra moraleja. Trump ha mostrado los resentimie­ntos de Estados Unidos. Ha sido el modelo de su ira. Ahora personific­a su imprudenci­a. Qué extraordin­ario y útil sería que, cuando le hable al país sobre esto, ya sea por televisión o mediante tuits, reflexiona­ra al respecto de una manera cívica.

Desde luego que no doy eso por hecho: tal vez termine teniendo una reacción leve y en gran parte asintomáti­ca al coronaviru­s y de alguna manera se sienta exonerado. Pero tengo la esperanza de que use una táctica más madura.

Porque no quiero que seamos escépticos, sin importar qué tantos motivos nos hayan dado. Quiero que seamos mejores.

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