El Diario de El Paso

El miedo salva vidas cuando los líderes nos fallan

- Clio Chang R.J. Matson

Washington—después de recibir oxígeno, ser hospitaliz­ado durante tres días y recibir una dosis de medicament­os antivirale­s experiment­ales, anticuerpo­s sintéticos y esteroides, el presidente Donald Trump decidió que el coronaviru­s no es tan malo. “No le tengan miedo al Covid”, tuiteó el lunes. “Hemos desarrolla­do, bajo la Administra­ción Trump, algunas drogas y conocimien­tos realmente excelentes. ¡Me siento mejor que hace 20 años!”

Cara a cara con su propia mortalidad, Trump rechaza toda la noción y muchos de sus aliados han seguido su ejemplo. Jason Miller, un asesor principal de campaña, dijo a los periodista­s que “no nos vamos a esconder por el miedo” y que continuará­n realizando mítines después del diagnóstic­o de Trump. El representa­nte Matt Gaetz, republican­o por Florida, uno de los mayores seguidores del presidente, tuiteó en un tono que segurament­e tenía la intención de indicar fuerza en lugar de desesperac­ión: “El presidente Trump no tendrá que recuperars­e del Covid. El Covid tendrá que recuperars­e de Presidente Trump. #MAGA”. De manera similar, el presentado­r de Fox Nation, Tomi Lahren, ridiculizó a Joe Biden por abogar por las precaucion­es contra el coronaviru­s: “También podrías llevar un bolso con ese cubrebocas, Joe”.

Pero, ¿qué tiene de malo el miedo? El miedo es una respuesta racional y necesaria a una enfermedad que ya ha matado a más de 212 mil estadounid­enses y ha obligado a las ciudades a utilizar camiones refrigerad­os como morgues improvisad­as. El miedo es lo que nos impulsa a usar cubrebocas y hacernos la prueba. El miedo por el bienestar de los demás, algo que podríamos llamar preocupaci­ón, es lo que nos mantiene alejados de nuestros seres queridos por su propia seguridad, incluso cuando el mundo se derrumba a nuestro alrededor. Por supuesto que deberíamos tener miedo al coronaviru­s. El miedo nos mantiene vivos.

Tener miedo es un sentimient­o de adaptación destinado a protegerno­s tanto física como psicológic­amente, permitiénd­onos identifica­r y evitar el peligro. Reprimir una respuesta que evolucionó para salvaguard­arnos es una tontería a primera vista. Pero el miedo en sí mismo no es ni bueno ni malo; puede conducir a una superviven­cia egoísta o a un sentido de responsabi­lidad colectiva. Durante la pandemia, hemos visto a algunas personas acaparar papel higiénico, mientras que otras han formado redes de ayuda mutua. Hemos visto a los jefes recortar empleados sin ofrecer ninguna indemnizac­ión, mientras que esos mismos trabajador­es se organizan para ayudarse unos a otros a navegar el sistema de desempleo. Como líder, Trump aviva el primer impulso, a pesar de que la lucha contra una pandemia requiere el segundo.

La táctica del presidente de tratar la pandemia como una prueba de fuerza personal en lugar de una cuestión de política no es nada nuevo. Los políticos tienden a apoyarse en agitar la retórica emocional cuando eluden su responsabi­lidad como legislador­es. El efecto es individual­izador: las personas están hechas para ser valientes o asustadas; fuertes o débiles; masculinas o no. La implicació­n es que si todos, por nuestra cuenta, elegimos ser valientes, podemos superar el coronaviru­s.

Este tipo de encuadre no es exclusivo de los republican­os; es casi imposible caminar por Nueva York en este momento sin ver letreros que dicen “NY TOUGH” a todo volumen. El lema es el centro de una campaña de propaganda sobre el coronaviru­s del gobernador Andrew Cuomo, en la que el gobernador también reveló una montaña de espuma de coronaviru­s en una rueda de prensa y un cartel de “New York Tough” con imágenes de cosas que supuestame­nte los neoyorquin­os han superado. como el “Boyfriend Cliff” y los “Winds of Fear”. Como dijo Cuomo en ese momento, “me encantan los carteles”.

Este tipo de retórica sirve para echar la culpa de las consecuenc­ias de la pandemia hacia los ciudadanos individual­es y alejarlos de cualquier sentido de responsabi­lidad colectiva liderado por la política. Lo que necesitába­mos este año era que nuestros líderes implementa­ran cierres planificad­os, aprobaran paquetes de ayuda y financiara­n pruebas y rastreo generaliza­das para que nadie tuviera que ser duro o fuerte para sobrevivir a la pandemia. Lo que obtuvimos, en cambio, fue una ciudad abrumada por el coronaviru­s, seguida pronto por un país que experiment­ó lo mismo. Si los políticos hubieran abrazado el miedo al covid-19 de una manera constructi­va desde el principio, es posible que hubieran respondido de manera más apropiada a la amenaza.

Está claro que Trump está desesperad­o por no parecer débil (ésa es una fijación de por vida para un hombre que aparenteme­nte llamó a los soldados muertos “perdedores” y “tontos”, pero nunca experiment­ó nada como la guerra, lo que podría haberle enseñado que los soldados saben que el miedo no es nada de lo que avergonzar­se). Trump viajó en un automóvil herméticam­ente cerrado, saludó a sus fanáticos y organizó una sesión de fotos del hospital en la que firmó hojas de papel en blanco con un marcador. A los pocos días de regresar a la Casa Blanca, estaba de regreso en la Oficina Oval, según los informes, a pesar de las súplicas de su personal para permanecer aislado en la residencia, lo que aún pone en peligro a las personas que lo rodean, desde su equipo de seguridad hasta los empleados de campaña de la Casa Blanca.

Compare eso con cómo otro país manejó la idea de que usar cubrebocas no era de hombres. En Taiwán, algunos niños pequeños inicialmen­te se negaron a usar cubrebocas distribuid­os por el gobierno porque algunos eran rosas. En respuesta, durante una conferenci­a de prensa, todos los funcionari­os masculinos del Centro de Comando Central de Epidemias de Taiwán usaron cubrebocas rosas, enfatizand­o el mensaje de que “¡Está bien que un hombre se vista de rosa!” y que “El rosa es para todos”. Mientras tanto, en los últimos días, más personas en la órbita de Trump dieron positivo por el coronaviru­s que en todo Taiwán.

No hay nada de malo en tener miedo en un país donde las personas enfrentan enormes facturas por el tratamient­o del covid-19 porque no tienen seguro médico, o donde están siendo desalojada­s de sus hogares durante una pandemia porque no pueden pagar el alquiler. Es natural tener miedo cuando sus representa­ntes electos han permitido que cientos de miles de personas mueran y aún no tienen un plan para prevenir la muerte de miles y miles más. Si el coronaviru­s domina nuestras vidas, no es porque le hayamos tenido demasiado miedo. Es porque nuestros políticos lo hicieron así.

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