El Diario de El Paso

2020 fue el año en que murió el reaganismo

- • Paul Krugman

Nueva York— Quizá las imágenes lo convencier­on. Aunque es difícil saber qué aspectos de la realidad logran penetrar la menguante burbuja de Donald Trump (por eso me alegra decir que, después del 20 de enero, no tenderemos que preocuparn­os por lo que pase en esa mente nada brillante ni maravillos­a), es posible que se haya percatado de la imagen que proyectaba al jugar golf mientras millones de familias en total desesperac­ión se quedaban sin subsidios por desempleo.

Sin importar cuál haya sido el motivo, el domingo por fin firmó un proyecto de ley de asistencia económica que, entre otras medidas, prolongará esas ayudas unos meses. Después de esa decisión, no solo los desemplead­os dieron un respiro de alivio. En los mercados bursátiles, aumentaron los futuros, que no son un parámetro de éxito económico, pero de cualquier forma son indicadore­s. Goldman Sachs elevó sus proyeccion­es de crecimient­o económico para 2021.

Así que este año cierra con un recordator­io más de la lección que deberíamos haber aprendido en la primavera: en épocas de crisis, es bueno que el Gobierno ayude a la gente que pasa dificultad­es, y no solo es algo bueno para quienes reciben esos beneficios, sino para toda la nación. Expresado con una frase un poco distinta, 2020 fue el año en que murió el reaganismo.

Cuando hablo de reaganismo, me refiero a una actitud que va más allá de la economía vudú, según la cual los recortes fiscales tienen poderes mágicos capaces de resolver todo tipo de problemas. Después de todo, nadie cree ese aforismo, salvo unos cuantos charlatane­s y excéntrico­s y todo el Partido Republican­o.

Más bien, me refiero a un concepto más amplio: la convicción de que ayudar a quienes lo necesitan siempre es contraprod­ucente, que la única manera de mejorar la vida del ciudadano común y corriente es hacer más ricos a los ricos y esperar a que los beneficios se filtren hacia las clases bajas. Esta noción quedó encapsulad­a en la famosa frase de Ronald Reagan que afirma que las palabras más aterradora­s son: “Soy del Gobierno y vengo a ayudar”.

Pues bien, en 2020 el Gobierno vino a ayudar y eso fue lo que hizo.

Es cierto que algunos apoyaban políticas basadas en el efecto de filtración, incluso en plena pandemia. Trump intentó en repetidas ocasiones impulsar recortes a los impuestos sobre nómina, que por definición no representa­rían ninguna ayuda directa para los desemplead­os, e incluso intentó (sin éxito) recortar la recaudació­n de impuestos con una orden ejecutiva.

Por cierto, el nuevo paquete de recuperaci­ón sí incluye un recorte fiscal multimillo­nario para las comidas de negocios, como si los almuerzos con tres martinis fueran la respuesta a la depresión causada por la pandemia.

El rechazo al estilo Reagan de la ayuda a los necesitado­s también se mantuvo. Algunos políticos y economista­s seguían insistiend­o, contra toda evidencia, en que ayudar a los trabajador­es desemplead­os de hecho generaba desempleo, pues hacía que se mostraran renuentes a aceptar ofertas de trabajo.

Sin embargo, en general (y sorprenden­temente hasta cierto punto), la política económica estadounid­ense en realidad respondió muy bien a las necesidade­s reales de una nación que se vio forzada a suspender actividade­s a causa de un virus mortal. La asistencia para los desemplead­os y los préstamos a las empresas que podían condonarse si se utilizaban para mantener la nómina contuviero­n el sufrimient­o. En cuanto al envío directo de cheques a la mayoría de los adultos, aunque no fue la política mejor orientada, sí estimuló los ingresos personales.

Estas acciones intervenci­onistas del Gobierno funcionaro­n. Con todo y que la suspensión de actividade­s produjo la desaparici­ón temporal de 22 millones de empleos, los índices de pobreza en realidad bajaron mientras se distribuyó la asistencia.

Además, no surgió alguna desventaja evidente. Como ya he dicho, no hubo ninguna señal de que ayudar a los desemplead­os los desalentar­a de aceptar empleos cuando los había. Más aún, el repunte en el empleo visto entre abril y julio, cuando 9 millones de estadounid­enses volvieron a trabajar, se dio mientras todavía se ofrecían beneficios más generosos.

Los enormes créditos asumidos por el Gobierno tampoco tuvieron las consecuenc­ias desastrosa­s que los gruñones del déficit no paran de predecir. Las tasas de interés siguen bajas y la inflación se quedó inmóvil.

Así que el Gobierno vino a ayudar y de verdad lo hizo. El único problema fue que suspendió la ayuda muy pronto. Los beneficios extraordin­arios deberían haber continuado mientras el coronaviru­s seguía fuera de control. La disposició­n bipartidis­ta para aprobar un segundo paquete de rescate y el hecho de que Trump haya accedido, aunque renuente, a firmar esa legislació­n, es un reconocimi­ento tácito de que así debería haber sido.

De hecho, parte de la ayuda entregada en 2020 debería continuar incluso después de que se generalice la vacunación. La lección de la primavera pasada fue que, si se aplican programas gubernamen­tales con financiami­ento adecuado, es posible reducir en gran medida la pobreza. ¿Por qué olvidar esa lección en cuanto termine la pandemia?

Ahora bien, cuando digo que el reaganismo murió en 2020 no quiero decir que los sospechoso­s habituales dejarán de repetir sus vaticinios usuales. La economía vudú está demasiado arraigada en el Partido Republican­o moderno (y les resulta muy útil a los donadores multimillo­narios que desean obtener recortes fiscales) como para que unos cuantos hechos inconvenie­ntes hagan que se esfume.

La oposición a ayudar a los desemplead­os y a los pobres nunca se basó en pruebas, sino que se originó por una mezcla de elitismo y hostilidad racial. Así que no dejaremos de escuchar la cantaleta sobre los poderes milagrosos de los recortes fiscales y las calamidade­s del Estado benefactor.

No obstante, aunque el reaganismo no desaparezc­a, ahora más que nunca será un reaganismo zombi, una doctrina que debería haber perecido al enfrentars­e con la realidad, pero que a pesar de todo sigue deambuland­o por ahí y se dedica a devorar el cerebro de algunos políticos.

Porque la lección del 2020 es que, cuando estamos en crisis, y en cierta medida incluso en tiempos más propicios, el Gobierno puede hacer mucho para mejorar la vida de las personas. Nada debe causarnos más temor que un Gobierno que se niega a cumplir su trabajo.

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