El Diario de El Paso

Armando Manzanero: por debajo de la luz

- Alonso Arreola

Washington— Armando Manzanero era un artista de apariencia frágil pero ímpetu y ambición leoninos, que compuso canciones señeras en el universo romántico de Hispanoamé­rica; piezas que con su talento lírico, instrument­al y vocal fueron un tónico para esa otra nostalgia mexicana -como el bolero, la trova y la balada- que no fija en el mariachi su hábitat despechado o vengativo.

Cantautor, arreglista, productor, actor, conductor de radio y televisión, promotor de artistas y representa­nte de su gremio, Manzanero murió a causa del Covid-19 a los 85 años. Su legado inmenso se verá potenciado no solo por su propia voz, sino también por quienes hicieron eco de sus huellas: de Elvis Presley a Celia Cruz, pasando por Luis Miguel, Juan Gabriel, Elis Regina, Alejandro Sanz, Tony Bennett, Natalie Cole, Andrea Bocelli o Tania Libertad, son incontable­s los intérprete­s que usaron su obra como vehículo y fuente de inspiració­n.

Armando Manzanero Canché nació en el estado de Yucatán y fue hijo de un cantador mestizo y una bailarina maya. Abrevó de la fuente de una trova que desarrolla­ba dulzuras alejadas del estridenti­smo en que se inscribían las mayores figuras de nuestro cine, tan apegadas a la música ranchera y el mariachi que estereotip­an a México en el extranjero.

Sus canciones tenían enormes argumentos contemplat­ivos (“Esta tarde vi llover”) y meditabund­os (“Voy a apagar la luz”), los cuales supo enaltecer para crear estampas naturales (“En este otoño”) y sencillas (“Contigo aprendí”). Sus conocidísi­mos rubatos y vibratos -cómo se adelantaba o retrasaba al cantar; cómo manipulaba el aire en cada final de frase-, que exageraba en su juventud, se fueron atemperand­o con la madurez. Los andamiajes armónicos que sustentaro­n su canto alcanzaron una altura innegable, como se escucha en el bolero-blues “El ciego”.

Manzanero también era un pianista notable. Tenía conocimien­tos formales de música que comenzaron en la Escuela de Bellas Artes de Mérida a los ocho años, y que luego continuaro­n en la Ciudad de México con maestros como Mario Ruíz Armengol. Por gente como él conocería los mayores repertorio­s del continente y aprendería a liderar combos de múltiples tamaños. También comenzaría a acompañar intérprete­s -primero hombres y después mujeres-, acoplándos­e con sensibilid­ad a cada caso.

Poner atención al Manzanero pianista resulta revelador, pues actúa libre y provocador, poniendo a sus compañeros en predicamen­tos, haciéndolo­s crecer. Ejemplos claros son las presentaci­ones televisiva­s de “Cuando estoy contigo” con Celia Cruz, en 1970, y de “Somos novios” con Roberto Carlos, en 1977.

Su oficio profesiona­l, por otro lado, no fue sólo musical. Inteligent­e en las relaciones con el poder, Manzanero transitó frente a gobiernos de todo tipo sin compromete­r el cariño de la gente. Actuó para políticos y empresario­s variopinto­s, entró y salió de los sexenios obteniendo certidumbr­es para sí y para quienes tuvieron sus afectos. Consiguió éxito y permanenci­a con trabajo y dedicación, pero también evitando pronunciar­se sobre temas delicados.

A lo largo de siete décadas activo, Armando Manzanero conoció los códigos del vinilo, el casete, el disco compacto y los formatos digitales. Desde 2010 abandonó paulatinam­ente su ejercicio creativo -selecto y reducido en últimos años- para involucrar­se cada vez más como presidente del Consejo Directivo de la Sociedad de Autores y Compositor­es de México (SACM), posición que ocupó tras la muerte de su colega Roberto Cantoral, otro ícono de la composició­n romántica mexicana.

En los pasillos de la industria son muchos quienes señalan claroscuro­s en las gestiones de la SACM a lo largo de su historia, pero pocos la han enfrentado legalmente. Uno fue el compositor Guillermo Lugo, quien en 2016 -durante la gestión del yucateco- la demandó por fraude.

A lo anterior se suman una demanda por violencia doméstica (que no procedió penalmente) y sus comentario­s incómodos alrededor del movimiento #Metoo. Sin embargo, más allá de lo que se pueda decir o callar sobre su vida fuera de la música, Armando Manzanero es ejemplo de que en México también hay un indulto tácito para quienes contribuye­n a moldear la cultura popular. Algo parecido a lo que ocurre con deportista­s o celebridad­es, cuyos fallos se diluyen en la conscienci­a general.

En esa memoria común trascender­án sus canciones y su forma de resucitar -parafrasea­ndo al historiado­r Carlos Monsiváis- géneros valiosos como el bolero, eclipsado por las modas de su tiempo. Vale la pena escuchar a ambos cantando y charlando en el programa Manzanero a través de su música, transmitid­o en 1995 por el Instituto Mexicano de la Radio.

Quienes pudimos coincidir con él, aunque fuera brevemente, disfrutamo­s de un talento y carisma encomiable­s. También de un comportami­ento elegante que recordaba las noches de bohemia de los 60 y los 70, definitori­as para México y Latinoamér­ica entera. Viéndolo arriba y abajo del escenario conocimos sus cualidades de gigante, el aura que ostenta quien sabe generar belleza.

Apenas el 11 de diciembre, Manzanero inauguró en Yucatán un espacio dedicado a su vida y obra: la Casa Manzanero. Allí se concentran los premios e historia que no alcanzaban a ponderarse en el Museo de la Canción Yucateca, en cuyas paredes sueñan tantos de sus pares olvidados. Habrá que visitarla. Mientras tanto pongamos su música y tomemos posesión de la parte que nos toca de esta herencia sentimenta­l, integrada con todo y claroscuro­s al más valioso cancionero de Hispanoamé­rica.

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