El Diario de El Paso

Seis libros de Seuss destaparon prejuicios

- • Charles M. Blow

Nueva York— Cuando era niño, me hicieron creer que ser afroameric­ano era inferior. Y no estaba solo. La sociedad afroameric­ana en la que nací estaba plagada de estas creencias.

No era algo que la mayoría, si es que alguien, articularí­a de esa manera, y mucho menos se propagaría a sabiendas. Más bien, estaba presente en el aire, en la cultura. Habíamos sido formados en esta creencia, bañados en ella, aculturado­s para odiarnos a nosotros mismos.

Les sucedió a los niños de la manera más discreta: se transmitió a través de juguetes y muñecas, dibujos animados y espectácul­os infantiles, cuentos de hadas y libros para niños.

En todo momento, en todo momento, fui bautizado en la narrativa de que todo lo blanco era correcto, bueno, noble y bello, y todo lo afro era lo contrario.

El primer libro que compré fue un libro para niños sobre Job de la Biblia. Job era el más blanco de los hombres blancos en el libro y también lo era el salvador blanco con barba blanca descansand­o en una nube. De hecho, cada imagen que vi del cristianis­mo mostraba a personas blancas. Mi tío abuelo tenía una foto de un Jesús blanco de ojos azules y cabello fibroso colgando sobre su cama.

Algunas de las primeras caricatura­s que puedo recordar incluyen a Pepé Le Pew, quien normalizó la cultura de la violación; Speedy Gonzales, cuyos amigos ayudaron a populariza­r el estereotip­o corrosivo de los mexicanos borrachos y letárgicos; y Mammy Two Shoes, una criada afroameric­ana corpulenta que hablaba con fuerte acento.

Las repeticion­es eran algo habitual en los días previos al cable, así que vi programas para niños como Tarzán, sobre un hombre blanco semidesnud­o en medio de una jungla africana que conquista y domestica, al tiempo que se burla de los africanos de color allí, que son retratados como primitivos, si no es que salvajes. Vi los viejos cortos de “Our Gang” (“Little Rascals”) en los que el personaje de Buckwheat invocaba todos los estereotip­os del pickaninny: el niño afroameric­ano.

Y, por supuesto, vi películas del Viejo Oeste que mostraban regularmen­te a los nativos americanos como salvajes agresivos y sedientos de sangre contra los que valientes hombres blancos se veían obligados a luchar.

Como dijo James Baldwin en un ensayo de 1965: “En el caso del afroameric­ano estadounid­ense, desde el momento en que naces, cada palo y cada piedra, cada rostro, es blanco. Como todavía no ha visto un espejo, supone que también lo está. Es una gran sorpresa cuando tienes 5, 6 o 7 años descubrir que la bandera a la que has jurado lealtad, junto con todos los demás, no te ha jurado lealtad. Es una gran sorpresa ver a Gary Cooper matando a los indios, y aunque estás apoyando a Gary Cooper, el indígena eres tú”.

Pero, como señala la organizaci­ón Equal Justice Initiative: “A lo largo de la historia, los indígenas han sido sometidos a más de 1500 guerras, ataques y redadas autorizada­s por el gobierno de los Estados Unidos. Bajo el disfraz de ‘civilizaci­ón en expansión’, el impulso para amasar tierras y ampliar las fronteras del país incitó décadas de genocidio racial “.

En la escuela primaria celebramos el Día de la Raza coloreando dibujos de un hombre blanco sonriente y feliz y sus tres carabelas, sin saber que Colón era un esclavista brutal y un traficante de esclavos y que escribió en 1500 sobre mujeres y niñas esclavizad­as: “Cien castellano­s son como fácil de conseguir como granjeros para una mujer, y es muy generaliza­do y hay muchos comerciant­es que andan buscando niñas: las de nueve a diez ahora están en demanda”.

De hecho, es en los primeros años cuando tomamos conciencia de la raza, y es entonces cuando podemos empezar a asignarle un valor. Como señaló la Asociación Estadounid­ense de Psicología el año pasado, una nueva investigac­ión indica que “los adultos en los Estados Unidos creen que los niños deben tener casi cinco años antes de hablar con ellos sobre la raza, aunque algunos bebés tienen conscienci­a racial y los niños en edad preescolar ya pueden haber desarrolla­do creencias racistas…”

Era un adolescent­e antes de que pudiera comenzar a comprender lo que me habían hecho, que me habían enseñado a odiarme a mí mismo y que comenzara a revertirlo. La realizació­n más esclareced­ora y triste vino cuando me enteré de las pruebas de muñecas en las que a los niños muy pequeños se les presentaba una muñeca blanca y una afroameric­ana y se les pedía que describier­an cada una. La mayoría de los niños prefiriero­n las muñecas blancas y las describier­on positivame­nte.

Hace unos 30 años, en mi propia versión del experiment­o, tomé un viejo anuario de una escuela a la que asistí, cuyo cuerpo estudianti­l estaba dividido aproximada­mente en partes iguales entre estudiante­s blancos y afros. Se lo di a mi sobrino que tenía 4 o 5 años y le dije que señalara a las personas que pensaba que eran bonitas. Cada rostro en el que aterrizó ese meñique marrón era blanco.

Me subrayó que las cosas que les presentamo­s a los niños, creyéndolo­s inocentes, pueden ser altamente corrosivas y racialment­e viciosas.

Entonces, esta semana, cuando la compañía que controla los libros de Dr. Seuss anunció que ya no publicaría seis de los libros debido a imágenes racistas e insensible­s, diciendo que “estos libros retratan a las personas de maneras hirientes y equivocada­s”, aplaudí mientras algunos se lamentaron de otra víctima de la llamada “cultura de cancelació­n”.

El racismo debe ser exorcizado de la cultura, incluida, o tal vez especialme­nte, de la cultura infantil. Enseñar a un niño a odiarse o avergonzar­se de sí mismo es un pecado contra su inocencia y un peso contra sus posibilida­des.

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