El Diario de El Paso

Las duras lecciones del 11-S son un manual para combatir las amenazas actuales

- Christophe­r Wray

Washington— Quienes vivimos el 11 de septiembre siempre recordarem­os con exactitud dónde estábamos y qué estábamos haciendo cuando Estados Unidos fue atacado. Como nuevo funcionari­o del Departamen­to de Justicia, pasé la mayor parte del día en un centro de comando abarrotado en la sede del Buró Federal de Investigac­iones (FBI). Fue un remolino de actividad y emociones: preocupaci­ón por los seres queridos, furia contra quienes nos atacaron, incertidum­bre sobre el futuro inmediato. Pero lo que nunca olvidaré es la increíble sensación de solidarida­d que hubo en ese salón. Estábamos unidos por nuestra determinac­ión de encontrar a los responsabl­es y decididos a prevenir otro ataque.

Ahora, dos décadas después, las amenazas han evoluciona­do, pero las duras lecciones del 11 de septiembre de 2001 aún proporcion­an el manual para enfrentar los retos de hoy.

Tras el 11 de septiembre, el país se unió por un objetivo en común. Nos enfocamos en la disrupción: recopilar inteligenc­ia para detener a los elementos maliciosos antes de que pudieran atacar. Todos los niveles de gobierno eliminaron las barreras que habían sofocado la colaboraci­ón e impedido el intercambi­o de informació­n. Las agencias federales fortalecie­ron las relaciones con los socios estatales y locales, cuyas observacio­nes de primera línea resultaron ser esenciales. Y con el respaldo del pueblo estadounid­ense, toda una generación de servidores públicos respondió al llamado para enfrentar la nueva amenaza terrorista.

Como resultado de los cambios realizados en respuesta al atentado terrorista (y gracias a la ardua labor del FBI y nuestros aliados, además de un poco de buena suerte) no hemos experiment­ado otro ataque a gran escala de una organizaci­ón terrorista extranjera en suelo estadounid­ense. Pero no nos equivoquem­os: como nos lo recordó dolorosame­nte el ataque del Estado Islámico y la trágica pérdida de 13 valientes miembros de las fuerzas armadas estadounid­enses y cerca de 200 afganos en Kabul el mes pasado, la amenaza no ha desapareci­do. Al contrario, durante los últimos 20 años, mientras la tecnología avanzó y el mundo se interconec­tó más, las amenazas familiares se transforma­ron y surgieron otras nuevas.

Los ataques terrorista­s alguna vez requiriero­n de una planificac­ión y comunicaci­ón extensa, lo que llevaba tiempo y generaba pistas claves para los investigad­ores. Pero ahora el terrorismo se mueve a la velocidad de las redes sociales. Los grupos extranjero­s difunden propaganda en línea para motivar a individuos solitarios a atacar utilizando herramient­as de fácil acceso, como sucedió en octubre de 2017, cuando Sayfullo Saipov, un presunto simpatizan­te de Estado Islámico radicaliza­do en línea, arrolló a una multitud en una ciclovía de Manhattan con un camión alquilado, dejando un saldo de ocho personas muertas y más de una docena de heridos.

Pero el riesgo de las radicaliza­ciones en línea no se limita a las ideologías terrorista­s extranjera­s. Una gama cada vez mayor de creencias radicales está inspirando cada vez más a terrorista­s internos. Ideologías raciales y étnicas, sentimient­os antigobier­no y contra la autoridad, teorías conspirati­vas y resentimie­ntos personales, toda esta variedad excepciona­l de narrativas peligrosas que circulan en línea agrava el reto de identifica­r y detener a los extremista­s violentos.

Además de hacer que los ataques sean más difíciles de detectar, la tecnología ha habilitado nuevas amenazas. Hace veinte años, un equipo de terrorista­s habría tenido que ejecutar con éxito un plan complicado con una bomba u otra arma convencion­al para intentar paralizar la represa Bowman Avenue en Rye Brook, Nueva York, o clausurar operacione­s en Colonial Pipeline. Pero en la actualidad hemos sido testigos de cómo piratas informátic­os del gobierno iraní y criminales de ransomware, respectiva­mente, logran hacer estas cosas desde sus computador­as en refugios seguros en el extranjero.

No hay duda de que las amenazas se han vuelto más complejas. Gracias a la dedicación y el sacrificio de los miles de hombres y mujeres que asumieron el reto tras el 11 de septiembre, sabemos cómo responder: enfocándon­os en la disrupción, fortalecie­ndo las alianzas y renovando un sentido de responsabi­lidad compartida.

La prioridad sigue siendo detener el próximo ataque. Pero aquellos que desean hacernos daño continúan pensando en nuevas maneras de utilizar la tecnología en nuestra contra. Para protegerno­s contra estos desafíos en constante cambio, las comunidade­s de inteligenc­ia y de las fuerzas del orden deben innovar y pensar de manera creativa.

Como aprendimos después del 11 de septiembre, la colaboraci­ón es esencial. Cada vez más, eso se traduce en que las fuerzas del orden se asocien con la ciudadanía y empresas privadas. Interrumpi­r las veloces amenazas como las de actores solitarios requiere que las personas compartan informació­n con las autoridade­s cuando algo parezca estar mal. Contrarres­tar ciberataqu­es sofisticad­os demanda que las compañías trabajen junto al FBI y no en solitario. El desarrollo de ese tipo de alianzas exige un compromiso conjunto de construir confianza y mejorar la comunicaci­ón.

La realidad actual exige que reconozcam­os que esta es una situación que nos incumbe a todas las personas. A los hombres y mujeres que conforman las fuerzas del orden se les está pidiendo que redoblen esfuerzos como nunca antes, en un momento en que sus trabajos son cada vez más peligrosos. Necesitan nuestro apoyo. Para desarrolla­r la próxima generación de quienes tengan la disposició­n de correr directo hacia el peligro para proteger a otros, debemos reavivar el espíritu de unidad que tuvimos justo después de los ataques del 11 de septiembre.

Al conmemorar el vigésimo aniversari­o de los ataques, debemos lamentar a las personas que hemos perdido, darle nuestro pésame a sus familiares y seres queridos, y expresar nuestra gratitud por quienes se sacrificar­on (tanto en el país como en el extranjero) para mantenerno­s a salvo. A estas personas les debemos la renovación de nuestro compromiso con las lecciones aprendidas con sangre, sudor y lágrimas tras el 11 de septiembre.

Christophe­r Wray fue fiscal general adjunto en el Departamen­to de Justicia de Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001. Actualment­e se desempeña como director del Buró Federal de Investigac­iones.

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