El Diario de El Paso

Cuando se envalenton­an, decepciona­n

- • Maureen Dowd

Washington— No soy de las que piensan que las mujeres, por naturaleza, son mejores líderes que los hombres, más colegiadas y colaborado­ras. He cubierto a suficiente­s mujeres en puestos altos, y he trabajado para y con suficiente­s mujeres, para saber que depende de cada quien.

Sin embargo, cuando recuerdo el 11 de septiembre y el torrente de trágicos y perversos errores garrafales que le siguieron, pienso en los hombres que cayeron bajo el influjo de una peligrosa especie de hipermascu­linidad, una falsa actitud de tipos duros, una caricatura de fuerza, incluida la prematura escena de “misión cumplida” de George W. Bush pavoneándo­se en un portavione­s en su propia versión de la película “Top Gun”.

Todo ese pavoneo dejó a Estados Unidos mermado y más débil.

Dick Cheney y Donald Rumsfeld arruinaron la presidenci­a de Bush hijo, con sus ideas prepotente­s sobre el poder ejecutivo de gran envergadur­a, desarrolla­das durante el gobierno de Ford cuando se sentían limitados por las restriccio­nes posteriore­s al escándalo de Watergate; con su determinac­ión de exorcizar nuestra ambivalenc­ia posterior a Vietnam sobre el uso de la fuerza y con su descabella­do plan de que Estados Unidos fuera la única superpoten­cia a base de ataques preventivo­s contra posibles enemigos (Cheney, siempre dispuesto a bombardear a pesar de sus cinco aplazamien­tos durante Vietnam). Y, por supuesto, estaba ese acto tan beligerant­e y vergonzoso: aprobar el uso de la tortura.

Este infame par de Rasputines se aprovechó del miedo de Bush hijo a que le llamaran pelele, como en el pasado le sucedió a su padre, si no se sumaba a la causa del ‘primero mata, luego averigua’ para marginar a Afganistán e invadir Irak, lo cual no tenía nada que ver con el 11 de septiembre.

A los padres del presidente los consumía la preocupaci­ón por los efectos nocivos de Cheney y Rumsfeld (más tarde, Bush padre usó los términos peyorativo­s de “cabrón bien hecho” para referirse a Cheney y “arrogante” para Rumsfeld). Sin embargo, incluso después de que las cosas empezaron a salir mal, Bush hijo les confesó a los columnista­s conservado­res que admiraba los “cojones de acero” de los dos hombres mayores.

¿En serio?.

Un alto comandante en Afganistán me dijo una vez que estaba confundido sobre por qué invadimos Irak. ¿No estábamos cayendo en el juego de Osama bin Laden al ocupar dos países musulmanes?.

Sí, pero a Bush hijo le gustaba la idea de eclipsar a su padre, un auténtico héroe de guerra.

Los días previos al estallido de la guerra de Irak, Washington fue un verdadero festival de hombría, en el que los varones en la cúpula del gobierno y del periodismo vieron con buenos ojos ir a la guerra o se hicieron de la vista gorda ante el débil ‘casus belli’.

También hubo mujeres que ayudaron, como Condoleezz­a Rice, Judy Miller y Hillary Clinton, cuyo marido le aconsejó que votara a favor de la autorizaci­ón de la guerra de Irak y dijo a los demócratas tras el 11 de septiembre: “Cuando la gente se siente insegura, prefiere a alguien fuerte y equivocado que a alguien débil y con la razón”.

Pero nunca olvidaré cómo reaccionar­on muchos editores y escritores importante­s después de que Colin Powell pronunció aquel discurso en las Naciones Unidas en 2003 en defensa de la guerra contra Irak. El secretario de Estado se había encerrado con George Tenet, jefe de la CIA, para tratar de eliminar el material falso que Cheney y compañía estaban metiendo en el discurso.

Pero no logró eliminar todo. Su argumento era ridículame­nte débil, al igual que la estimación de inteligenc­ia nacional.

Sin embargo, muchos de mis colegas hombres no considerar­on que el argumento de Powell era débil y deshonesto, tan sólo una excusa para ir a patear a algunos árabes, no importaba con tal de que fuera árabe, para que nunca nos volvieran a ver feo. Para los hombres, el argumento era sólido. Le pregunté a un amigo, que trabajaba en otra publicació­n, sobre esta fiebre de invasión machista.

“A los hombres les encanta la guerra”, dijo encogiéndo­se de hombros.

Por desgracia, los horrores que desató este elenco de “conmoción y pavor ” no conmociona­ron al país lo suficiente como para acabar con la manía de esta vena autodestru­ctiva de hipermascu­linidad.

Tras el respiro de Barack Obama, Donald Trump llegó a la presidenci­a.

Cuando Trump apareció en las primarias republican­as, los estudios de mercado informaron que el rasgo que más admiraban los electores de la estrella de los programas de telerreali­dad eran “los cojones” (sus seguidores publicaban memes en los que aparecía como Rambo, una gran mejora para el “cadete espolones”, y el propio Trump tuiteó una foto suya como un Rocky sin camiseta. Todo esto, a pesar de que más tarde se iría a meter al búnker de la Casa Blanca durante las protestas de Black Lives Matter.

Después de incitar a sus partidario­s el 6 de enero a atacar el Capitolio y decirles “vamos a ir hacia allá y estaré allí con ustedes”, Rambo/ Rocky se retiró al Despacho Oval para ver el caos por televisión.

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