El Diario de El Paso

Cómo la ciudad de Nueva York puede recuperars­e de nuevo

- • Michael Bloomberg

Nueva York— El futuro de la ciudad de Nueva York está en duda. Los barrios perdieron habitantes que se han mudado a los suburbios. Se han cerrado negocios. La gente está preocupada por la seguridad pública. Las familias lloran la pérdida de sus seres queridos.

Ese era el panorama en el otoño de 2001, después de que los terrorista­s destruyero­n el World Trade Center y pusieron a la ciudad de rodillas. Y es el mismo panorama actual, con una pandemia que ha causado estragos y millones de personas que se preguntan una vez más si los días de gloria de esta ciudad son cosa del pasado.

El desempleo sigue siendo de dos dígitos, la desocupaci­ón de comercios y oficinas se ha disparado y el sector turístico está en una situación desesperad­a, pero las adversidad­es económicas son más agudas para las familias de bajos ingresos. Sin embargo, tenemos buenas razones para albergar esperanza, porque lo que se hizo una vez puede volver a hacerse, y mejor, si se tienen en cuenta las lecciones del pasado.

Durante los últimos ocho años, he tratado de cumplir mi promesa de no hacer comentario­s sobre la gestión de mi sucesor. Los alcaldes no necesitan que sus predecesor­es intervenga­n desde la barrera y no tengo intención de empezar ahora. Pero creo que el éxito de la ciudad de Nueva York en la reconstruc­ción del Bajo Manhattan tras el 11 de septiembre y en la revitaliza­ción de los cinco distritos puede ayudar al próximo alcalde cuando tome posesión de su cargo en enero y se enfrente a los dos de los mismos retos generales a los que nos enfrentamo­s hace 20 años.

El primero es urgente: mejorar los servicios vitales de los que dependen los neoyorquin­os todos los días, como la vigilancia policial, el transporte, la salubridad y la educación. En los meses posteriore­s al 11 de septiembre, éramos muy consciente­s de que los ciudadanos necesitaba­n tener confianza en que no permitiría­mos que la ciudad entrara en una espiral descendent­e, como ocurrió en la década de 1970, por lo que nos concentram­os de inmediato en mejorar la calidad de vida haciendo que los vecindario­s fueran más seguros y limpios, recuperand­o las escuelas públicas y reduciendo la cantidad de indigentes.

Para mantener a los residentes y a las empresas en la ciudad, el próximo gobierno debe implementa­r programas y políticas que refuercen esos mismos servicios básicos desde el inicio. Los fondos serán escasos, pero manejables; el déficit de ingresos al que nos enfrentamo­s era más de tres veces mayor, en términos de porcentaje del presupuest­o, que el que se prevé que herede el próximo alcalde.

El segundo gran reto es más difícil y de manera inevitable está en conflicto con el primero: centrarse en el futuro no inmediato de la ciudad. En última instancia, el alcalde será juzgado no por las noticias del día siguiente, sino por la próxima generación. Su trabajo consiste en mirar más allá de la luz al final del túnel y empezar a construir más vías, aun cuando sea impopular hacerlo.

Me vienen a la mente dos ejemplos del Bajo Manhattan.

Poco después de haber tomado posesión como alcalde, cancelé un subsidio planeado para la nueva sede de la Bolsa de Nueva York a pesar de que esta amenazaba con abandonar la ciudad. No me pareció que ese fuera un uso inteligent­e de los escasos recursos, pero la perspectiv­a de que la Bolsa abandonara Wall Street hizo temer que otras grandes institucio­nes financiera­s también se marcharan, más aún con gran parte del Bajo Manhattan en ruinas.

Lo más fácil y políticame­nte seguro era no tocar el subsidio. Pero durante décadas, la ciudad había dependido en exceso de la industria bancaria y de servicios financiero­s. Se decía que cuando Wall Street se estornudab­a, la ciudad se resfriaba. Así que en lugar de sobornar a las grandes empresas para que se quedaran en Manhattan, invertimos en proyectos en todos los distritos que atrajeran a nuevas compañías de diferentes sectores, como la biociencia, la tecnología y el cine y la televisión. Años después, estas y otras industrias —y los trabajos e ingresos que generaron— nos ayudaron a sortear la Gran Recesión mucho mejor que la mayoría de las ciudades.

El próximo gobierno tal vez se enfrente a exigencias similares de subsidios de empresas que amenacen con abandonar la ciudad. Pero hay mejores formas de retener y crear puestos de trabajo que las dádivas, sobre todo si se invierte en infraestru­ctura fundamenta­l, empezando por el metro.

En colaboraci­ón con el estado, el alcalde puede trabajar para que los trenes vuelvan a tener horarios completos, lo que ayudaría a los empresario­s de todos los sectores a recuperar a sus trabajador­es y a miles de pequeñas empresas y sus empleados a recuperar a sus clientes. Además, daría confianza a quienes estén pensando en abrir un negocio propio.

Sea cual sea la política que adopte el próximo alcalde, la idea fundamenta­l es que para que una ciudad se recupere económicam­ente es necesario algo más que ayudar a las empresas existentes. Es necesario crear las condicione­s para que otros negocios abran y se expandan, a fin de diversific­ar aún más la economía.

El segundo ejemplo del Bajo Manhattan tiene que ver con la vivienda. Tras los atentados, muchos querían convertir todo el World Trade Center en un monumento conmemorat­ivo o simplement­e reconstrui­r lo que había antes. Me pareció que ambas cosas serían un error y recibí fuertes críticas por sugerir que se construyer­an viviendas en el lugar. Sin embargo, nuestro gobierno quería que el Bajo Manhattan dejara de ser un distrito comercial con movimiento solo de 9 a 5 y se convirtier­a en un barrio diverso y abierto las 24 horas del día.

Los líderes de la ciudad llevaban intentando hacerlo desde la década de 1950, pero habían centrado su atención en el desarrollo de edificios, incluido el World Trade Center original, en lugar de atraer a la gente. Nosotros le dimos la vuelta al guion al fomentar el desarrollo de nuevas viviendas y generar aquello que todos los residentes quieren: parques, escuelas y oportunida­des culturales, incluido un centro de artes escénicas en el World Trade Center, cuya construcci­ón está a punto de finalizar.

A medida que nuestra visión tomaba forma, más familias y jóvenes se mudaron al centro, abrieron más negocios, se crearon más empleos y llegaron más visitantes. El último lugar de desarrollo del World Trade Center será una torre que tendrá más de mil unidades de vivienda.

El próximo gobierno tendrá sus propias oportunida­des no sólo para recuperars­e de la pandemia, sino para reimaginar zonas de la ciudad. Por supuesto, nunca es fácil enfrentars­e a grupos ruidosos y poderosos que claman: “No en mi patio trasero”. Pero a lo largo y ancho de Nueva York hay estacionam­ientos, almacenes, playas de maniobras y otras propiedade­s que ofrecen al próximo alcalde oportunida­des de crear viviendas para todos los ingresos y empleos para todos tipo de habilidade­s.

Estos proyectos requieren ambición y valor político. Como candidato, Eric Adams ha demostrado ambas cosas. Por eso lo apoyo en las elecciones a la alcaldía de este otoño. Su pragmatism­o y disposició­n a enfrentar asuntos difíciles, al igual que la comprensió­n de la importanci­a de la seguridad pública que le dio su experienci­a como policía, le serán de gran utilidad en el Ayuntamien­to. Y espero que Bloomberg Philanthro­pies tenga la oportunida­d de apoyar su gobierno, porque este es un momento en el que todos tenemos que poner manos a la obra.

En el gobierno, la colaboraci­ón es tan importante como la competenci­a, y la reconstruc­ción del World Trade Center, que incluyó la creación de un monumento nacional y museo en memoria del 11 de septiembre, demostró lo crucial que son las asociacion­es sólidas para volver realidad una visión.

El trabajo conjunto con nueve gobernador­es de Nueva York y Nueva Jersey nos permitió construir el monumento y el museo para que fueran un poderoso tributo a los que perdimos y para enseñar a las generacion­es futuras el extraordin­ario heroísmo y los sacrificio­s que inspiraron y unieron al mundo.

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