El Diario de El Paso

Esto no es una invasión

- Jorge Ramos Ávalos Periodista

El Paso, Texas— Las cámaras y las luces estaban listas. Nos encontrába­mos a punto de iniciar el noticiero de televisión cuando, de pronto, a mis espaldas, dos inmigrante­s se saltaron el muro metálico que separa a Estados Unidos de México. Subieron y bajaron de la barrera de unos cinco metros de altura en menos de un minuto.

Se deslizaron a territorio estadounid­ense suavemente, por uno de los postes que sostienen el muro, y al tocar tierra se echaron a correr. Minutos después, otros dos hicieron lo mismo. Y luego dos más para un total de seis.

Una camioneta de la Patrulla Fronteriza, que estaba a unos 200 metros del lugar, ni siquiera se movió para intentar detenerlos. Así es un día normal en la frontera.

En el último año fiscal casi 2.4 millones de personas entraron ilegalment­e a Estados Unidos por la frontera sur, según cifras oficiales. Eso es un récord. Y aunque las nuevas restriccio­nes migratoria­s del gobierno de Biden redujeron en enero un 97 por ciento el cruce de cubanos, venezolano­s, nicaragüen­ses y haitianos, los inmigrante­s siguen llegando. Como siempre.

Por algo esta región que comparten México y Estados Unidos se ha conocido durante siglos como “el paso del norte”. Ahí, frente al albergue del Sagrado Corazón, conocí a Jennifer, una salvadoreñ­a de 25 años de edad, madre soltera con tres hijos. ¿Cuándo llegaste?, le pregunté. “Hace como una hora”, me contestó, un poquito desorienta­da. “Me vine en tren desde la Ciudad de México” hasta Ciudad Juárez y luego cruzó la frontera “por una montaña”.

El cruce a Estados Unidos de Daliana –una sonriente cocinera venezolana de Maracay, de 39 años– fue mucho menos dramático.

Pasó caminando el puente, legalmente, junto a su madre y a su hijo. Aprovechan­do las nuevas reglas migratoria­s para venezolano­s, bajó una aplicación en su celular, llenó una solicitud, consiguió un patrocinad­or y, un mes después, pudo entrar a Estados Unidos. “Me dieron cita para dentro de dos años”, me dijo, abrazando una bolsa azul donde guardaba su petición de asilo. “Usted no sabe cuánto me costó esto”. Culminaba así un trayecto de seis meses, desde Perú, y pasando por la temida selva del Darién en Panamá. Lo más increíble es que Daliana hizo todo ese trayecto con cuatro perritos blancos. (Ellos se quedaron en Ciudad Juárez hasta que alguien se los pueda pasar).

Reality check. Es absurdo pensar que la frontera entre México y Estados Unidos se puede sellar totalmente. La división –y a veces el muro– que separa a ambos países fue impuesta arbitraria­mente tras la guerra en 1848. Así que, por geografía, historia y diseño, la frontera es porosa e imperfecta.

Aquí cruzan, de un lado a otro, personas, productos e ideas. Y es frecuente escuchar las referencia­s a “mis hermanos del otro lado”.

¿Es posible cerrar la frontera al paso de indocument­ados?, le pregunté al juez Ricardo Samaniego, la máxima autoridad política en el condado de El Paso, y cuya familia está esparcida en ambos lados del río Grande. “Para mí eso es algo ridículo”, me dijo. “Yo aquí tengo toda la vida. Y toda la vida la gente ha buscado la manera de cruzar... Esto no es una invasión”.

Tenemos que ver la situación en la frontera de otra manera. Lo normal, lo que hemos visto durante décadas, es que los más pobres y vulnerable­s se van a los países más ricos, estables y seguros. Y con la violencia y la desigualda­d que prevalece en América Latina, con las dictaduras en Cuba, Nicaragua y Venezuela, y con las secuelas económicas por la pandemia del Covid, el trayecto migratorio de sur a norte está más vivo que nunca.

El gobierno de López Obrador solo ha entorpecid­o –con guardias nacionales y negociacio­nes secretas con Estados Unidos para que los migrantes se queden en México– el pacífico, necesario e histórico paso hacia el norte. El gobierno de México puede hacer su parte y eso es quitarse del camino. Bastante difícil ya es dejar tu país como para que te compliquen más al cruzar México.

Ya estamos advertidos: los inmigrante­s seguirán llegando y en números mucho más grandes cuando se levante el Título 42 (que ha permitido las deportacio­nes exprés). Así que es preciso estar preparados. Hay que oír al juez Samaniego. Al final de cuentas saltarse el muro, como lo acabo de presenciar, es lo más fácil de todo.

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