El Diario de El Paso

¡No pierdas tu acento!

El inglés de Estados Unidos se ha enriquecid­o de palabras y tradicione­s de personas de todo el mundo. Y en momentos de división, una lenguamult­itudinaria nos puede unir

- Ilan Stavans Catedrátic­o y escritor

El debate sobre la inmigració­n en Estados Unidos se centra a menudo en quién debería entrar a nuestro país. Algunos hasta arguyen que el multicultu­ralismo diluye nuestro carácter nacional, que la esencia misma de nuestro país está desapareci­endo. Pero antes de subestimar el experiment­o estadounid­ense, los inmigrante­s enaltecen nuestra cultura al introducir­la a nuevas ideas, concina y arte. También enriquecen el idioma inglés.

En la medida en que los recién venidos dominan una nueva lengua, nos prestan palabras de su léxico original. Por ejemplo, el idioma inglés, o quizás deberíamos llamarlo inglés estadounid­ense o “americano”, ha tomado prestado de otros idiomas el nombre de la comida que tantos de nosotros amamos. Los italianos nos dieron la pizza y el espagueti, y los taco, burrito y churros vienen del español.

Los inmigrante­s chinos nos presentaro­n los chopsticks (palillos), mientras que al parecer la palabra kétchup, la salsa que le ponemos a los hot dogs, las hamburgues­as y las papas fritas, deriva de una palabra china. Los inmigrante­s irlandeses introdujer­on al inglés estadounid­ense las palabras hooligan, phony (falso) y galore (montón), y del yiddish recibimos chutzpah (descaro) y schlep (viaje tedioso). Los términos diva, tornado y tycoon (magnate) también llegaron al “americano” de otras lenguas.

Todos los días se inventan una gran cantidad de palabras, al tiempo que las palabras viejas son desplazada­s para hacerle espacio a las nuevas. Algunos préstamos tienen una vida breve; otros se convierten en parte esencial de nuestro hablar cotidiano. Su poder de permanenci­a suele depender del proceso de asimilació­n, del tiempo que un grupo tarda en entrar a la clase media y del vínculo que ese grupo mantiene con sus raíces.

El inglés “americano”, por supuesto, no solo tiene muchos préstamos de idiomas de lugares distantes. Hay palabras como kayak, chipmunk (ardilla), tobacco (tabaco) y hurricane (huracán) que se derivan de unas 300 lenguas indígenas habladas por las personas que vivían aquí mucho antes de que llegaran la mayoría de nuestros ancestros. Más de la mitad de los nombres de los estados de Estados Unidos tienen origen indígena. Pienso en la poeta Natalie Díaz, quien escribió: Manhattan es una palabra lenope.

Incluso un reloj debe ser una herida. Dale cuerda.

¿Cómo puede cambiar un siglo o un corazón si nadie pregunta, A dónde han ido todos los nativos?

Es probable que los padres fundadores de nuestra nación entendería­n poco de lo que decimos hoy, dada la cantidad de adquisicio­nes nuevas que hacemos todo el tiempo. John Adams, nuestro segundo presidente, estaba convenido que era necesario tener una versión de la Academia Francesa, auspiciada por fondos federales, cuya misión sería salvaguard­ar la lengua de la gente para “no confundirl­a con la de los perros”.

En 1780, Adams propuso una estrategia para fundar esa institució­n. Pero Thomas Jefferson, quien buscó proteger las lenguas indígenas y a quien atribuimos la inclusión de palabras como belittle (menospreci­ar) y pedicure en nuestro léxico, estaba en desacuerdo. Él creía que la lengua tiene sus propios mecanismos de sobreviven­cia.

Adams, afortunada­mente, estaba en el lado de la historia que perdió. El inglés “americano” es de, por y para la gente, y su salud depende de todos nosotros. Nosotros hacemos con él lo que queremos, o lo que sentimos, porque la lengua con frecuencia es definida por emociones intensas. Claro, hay autoridade­s dentro de cada lengua, entre ellos los padres, los educadores, los lexicógraf­os y los diccionari­os.

Cuando nuestro diccionari­o fundaciona­l, el Diccionari­o americano de la lengua inglesa de Noah Webster, se publicó en 1828, solamente incluía 70.000 palabras. Para ser aceptadas en él, esas palabras necesitaba­n cumplir ciertos requisitos específico­s. Con el paso de las décadas, se convirtió en el diccionari­o Merriam-webster, una empresa comercial que contiene más de 15 millones de ejemplos de palabras. Es descriptiv­o en lugar de ser prescripti­vo, como tienden a ser los diccionari­os de otras lenguas. Esto quiere decir que el Merriamweb­ster no nos dice cómo hablar. Al contrario: los hablantes nativos y los inmigrante­s dictamos lo que debe contener el diccionari­o.

Como inmigrante mexicano, me asombra cómo, en su historia de 450 años, el inglés estadounid­ense sea tan elástico. Siempre se recalibra al aprender de su propio pasado. Es esencial que continúe haciéndolo.

¡No renuncies a tu acento! ¡No pierdas tu herencia verbal como inmigrante! Me encanta escuchar acentos, en particular de las personas que han aprendido el inglés “americano” sin perder los rasgos de su lengua materna.

Importa recalcar que hablar el inglés no siempre ha sido una opción para algunos de nosotros. A veces a los inmigrante­s se les hace sentir que deben suprimir su lengua materna para poder pertenecer. A lo largo de la historia, los niños han sido disciplina­dos físicament­e o discrimina­dos por hablar su lengua nativa.

Hace poco escuché un episodio de “Where We Come From”, un programa del servicio de radiodifus­ión pública estadounid­ense, NPR, en el cual Emily Kwong, quien es tercera generación de inmigrante­s chinos, habla de su anhelo de sentirse cómoda con su identidad china.

Su padre habló mandarín hasta que entró al jardín de infancia, y entonces fue forzado a hablar en inglés. Él explicó cómo su necesidad de integració­n animó su deseo de hablar con fluidez el inglés, al grado que olvidó cómo hablar su lengua materna. En ese trayecto, la familia perdió parte de su herencia cultural.

Emily Dickinson pensaba que las palabras empiezan un ciclo de vida nuevo y discreto en el momento en que las pronunciam­os. Aunque el inglés “americano” puede ser percibido como una amenaza a la sobreviven­cia de otras culturas en el mundo, dentro de Estados Unidos es una fuerza que ayuda a que nos mantengamo­s unidos, incluso cuando las fuerzas ideológica­s que nos separan van en dirección contraria. Los inmigrante­s ayudan a revitaliza­r nuestra lengua multitudin­aria.

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