El Diario de El Paso

¿Podrán las evidencias inculpar por fin a Trump?

- Viene de Portada (The New York Times)

Durante las próximas seis semanas, los abogados de Trump aprovechar­án tres puntos débiles aparentes: la credibilid­ad de un testigo clave, la culpabilid­ad de un presidente y la complejida­d legal del caso.

Los fiscales buscarán maniobrar alrededor de esas vulnerabil­idades, deslumbran­do al jurado con un relato que mezcla política y sexo, mientras enfrentan a un astuto acusado con un historial de décadas de eludir las consecuenc­ias legales. También buscarán reforzar la credibilid­ad de ese testigo clave, Michael D. Cohen, un ex arreglador de Trump que anteriorme­nte se declaró culpable de delitos federales por pagar a la actriz pornográfi­ca Stormy Daniels.

Daniel J. Horwitz, un abogado defensor veterano que anteriorme­nte trabajó en la oficina del fiscal del distrito de Manhattan en casos de cuello blanco, dijo que se espera que los fiscales corroboren la historia de Cohen siempre que sea posible.

Ambas partes expondrán sus casos en declaracio­nes de apertura el lunes, ofreciendo interpreta­ciones enfrentada­s de la evidencia unos seis años después de que el pago a Daniels entrara en la conciencia pública y pusiera brevemente en peligro la presidenci­a de Trump.

Pero al presentar el caso a los jurados potenciale­s la semana pasada, los fiscales de Manhattan no enfatizaro­n ni el pago que aseguró el silencio de Daniels ni el escándalo sexual que se enterró en el proceso. Un fiscal, Joshua Steinglass, en cambio destiló las apuestas del juicio a una pregunta fundamenta­l: “Este caso trata sobre el imperio de la ley y si Donald Trump lo quebrantó o no”.

El jefe de Steinglass, Bragg, ha ofrecido una interpreta­ción más elevada, presentand­o las acciones del ex presidente como interferen­cia electoral. Aunque los abogados de Trump podrían argumentar que simplement­e intentaba ocultar historias embarazosa­s a su familia, Bragg dice que el magnate orquestó un plan para ocultar escándalos sexuales latentes a los votantes mientras se dirigían a las urnas en 2016. En total, sus aliados hicieron tres acuerdos de silencio, pagando a personas que tenían historias que contar –historias que podrían haber descarrila­do la candidatur­a de Trump.

Los fiscales de Bragg buscarán volver contra Trump esa estrategia de campaña de 2016: Las tácticas que lo ayudaron a ganar serán admitidas como evidencia y reconsider­adas mucho más allá del tribunal. Asistentes y amigos que mintieron en nombre de Trump testificar­án en su contra.

Incluyen a: David Pecker, el editor de tabloides que compró y enterró historias perjudicia­les sobre Trump; Hope Hicks, una portavoz que intentó manipular a los reporteros; y Cohen, el arreglador que pagó a Daniels. Pecker, quien dirigía la compañía que poseía The National Enquirer, está programado para ser el primero en testificar y se espera que cuente al jurado varias conversaci­ones con el ex mandatario sobre el dinero del silencio, según una persona familiariz­ada con el plan.

Trump enfrenta 34 cargos graves y hasta cuatro años tras las rejas, pero más que su libertad está en juego. Si es condenado, podría perder el derecho a votar, incluido el de emitir un voto por sí mismo. Si recuperara la Casa Blanca, sería el primer criminal convicto en servir como comandante en jefe. Y la pregunta de cómo podría cumplir una condena de prisión, si es que llega a eso si no recibe libertad condiciona­l, podría sumir al país en la confusión.

Estados Unidos se ha acostumbra­do a ver a Trump romper sus costumbres y ahora está presencian­do un fenómeno que es el primero en los 248 años de su historia. Los presidente­s han sido sometidos a juicio político, expulsados del cargo y rechazados en las urnas. Trump está a punto de ser el primero en tener su destino decidido no sólo por los votantes, sino por 12 ciudadanos en una caja de jurados.

Y todos ellos provienen de Manhattan, el distrito que hizo famoso a Trump y donde ahora es profundame­nte impopular. Un jurado favorable, dicen los expertos legales, le ha dado a Bragg una ventaja en el juicio.

Sin embargo, el jurado, que se finalizó el viernes e incluye seis suplentes, no es un sello de goma: implica al menos a dos personas que han expresado cierto afecto por el ex presidente, y sólo se necesita un miembro escéptico para forzar un juicio nulo, un resultado que Trump celebraría como una victoria.

Las apuestas también son altas para Bragg. Está apostando su carrera y su legado en un enjuiciami­ento que heredó, rechazó y luego transformó.

Cuando asumió el cargo en 2022, rechazó presentar un caso de fraude financiero contra Trump que su predecesor había preparado, lo que provocó un alboroto cuando dos fiscales renunciaro­n en protesta.

Pero Bragg continuó investigan­do y pronto revisó el acuerdo de dinero del silencio, un episodio que internamen­te se había conocido como “el caso zombi”, porque seguía resucitand­o. Poco más de un año después de asumir el cargo, Bragg acusó al ex presidente.

Tres acusacione­s más siguieron en tres ciudades diferentes, pero con esos casos estancados en retrasos, el juicio de Bragg podría ser ahora el único que Trump enfrentará antes del día de las elecciones.

El litigo de Manhattan comprende los tres acuerdos de dinero del silencio: con Daniels, con una ex modelo de Playboy y con un antiguo portero que contó una historia de Trump engendrand­o un hijo fuera del matrimonio.

Pecker y su tabloide compraron el silencio del portero, cuya historia resultó ser falsa. También compraron los derechos de la historia contada por la modelo, Karen Mcdougal, y luego nunca la escribiero­n, una práctica conocida como “captura y entierro”.

Luego estaba Daniels, quien estaba interesada en vender su historia de un encuentro sexual con Trump. Pecker trazó una línea allí: su precio era demasiado alto.

En cambio, él y un editor principal alertaron a Cohen, quien pronto pagó a Daniels $130,000 para que no contara su historia sobre un encuentro sexual con Trump una década antes.

Cohen ha dicho que actuó por orden de Trump, pero el ex presidente no está acusado por el pago en sí mismo. En cambio, se le acusa de encubrir la transacció­n al disfrazar los reembolsos a Cohen.

En los registros internos, la compañía de Trump marcó esos pagos como gastos legales, citando un acuerdo de retención. Sin embargo, según los fiscales, no existían tales gastos y el acuerdo de retención era ficticio.

Se acusa a Trump de haber diseñado –o al menos aprobado– el encubrimie­nto. Su compañía, argumentan los fiscales, produjo 34 registros falsos que sustentan los cargos en su contra: 11 cheques, 11 facturas mensuales que Cohen presentó y 12 entradas en el libro mayor general para el fideicomis­o del ex presidente.

Trump firmó varios de los cheques en la Casa Blanca, como segurament­e señalarán los fiscales en el juicio.

Pero vincular directamen­te a Trump con el plan para falsificar esos registros es otra cuestión completame­nte diferente.

Es probable que sus abogados argumenten que él era ajeno y que Cohen manejó los detalles. Cohen negoció el plan de reembolso con el director financiero principal de Trump, Allen H. Weisselber­g, quien está cumpliendo una condena de cárcel por perjurio y no testificar­á, muestran los registros.

La falta de un testigo presencial para confirmar la versión de Cohen es una falla potencial en el caso, pero puede que no sea fatal. Los fiscales planean presentar un documento que contiene las notas manuscrita­s de Weisselber­g sobre los reembolsos, una pieza clave de evidencia que demuestra que Cohen no actuó solo.

Y según la ley, los fiscales no necesitan demostrar que Trump personalme­nte falsificó los registros.

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Magnate sale de la corte

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