El Diario de El Paso

Exposición binacional de arte busca restablece­r equilibrio fronterizo

- Viene de Portada (Zoë Lescaze/the New York Times)

P ara Alonso, qque creció viajando desde su casa en Juárez a escuelas en El Paso, la pieza es una metáfora de la relación entre las dos ciudades. Como sugiere el título, las fronteras pueden ser barreras o puentes. Aquí, la realidad a menudo es ambas cosas.

La Bienal Fronteriza de este año fue la primera en seis años debido al cierre de fronteras de la era pandémica y otros problemas, y la sexta desde 2008. Aunque la exposición originalme­nte estaba programada para cerrar el 14 de abril, y la parte en Juárez concluyó según lo previsto, Edward Hayes, director del museo de El Paso, ha extendido la muestra allí reinstalan­do obras selectas. Esta nueva versión, que presenta 22 obras de la exposición original, estará en exhibición hasta el 11 de agosto.

Desde su inicio, la Bienal ha capturado la historia conflictiv­a de la región, así como las sutilezas que tienden a perderse en los informes de noticias sobre sus desafíos más recientes. El Paso y Juárez eran una sola ciudad hasta 1848, cuando el Río Grande que atravesaba la ciudad se convirtió en la línea divisoria entre Estados Unidos y México. Hoy, lo que queda del río –un arroyo poco profundo y turbio– fluye a través de canales de concreto bajo una empalizada de 30 pies de bolardos de acero oxidado en la orilla Norte.

Durante los últimos años, miles de migrantes en busca de asilo se han alineado a lo largo de este muro, esperando ser procesados por la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos antes de ingresar a El Paso. En diciembre, cuando un gran número de nuevos llegados abrumaron el sistema local de refugios, los campamento­s que se formaron en las calles de la ciudad bajo un clima gélido atrajeron una cobertura generaliza­da.

En marzo, cientos de personas rompieron las barreras de alambre de púas a lo largo del Río Grande, algunos enfrentánd­ose con miembros de la Guardia Nacional de Texas. Cada día parece traer otra historia sobre una ciudad históricam­ente acogedora al borde del caos.

“Simplement­e al ver los titulares sensaciona­listas sobre la crisis migratoria, parece que El Paso está en llamas todo el tiempo”, dijo Hayes. “Creo que lo que hace la Bienal Fronteriza es que te ayuda a superar esa capa de cobertura sensaciona­lista y polarizado­ra hacia algo mucho más comprensib­le, más humano y multifacét­ico”.

Variedad deslumbran­te

Cuando visité los dos museos en febrero, la variedad de obras era deslumbran­te. Telas y fotografía­s colgaban cerca de cerámicas, grabados abstractos, pinturas realistas, ensamblaje­s y videos. Algunas obras eran serias, otras irónicas. Las contrastan­tes y a veces desconcert­antes reflejaban adecuadame­nte las complejida­des y contradicc­iones del área.

“No todos venimos del mismo lugar, no todos tenemos la misma experienci­a, y por eso creo que la Bienal Fronteriza es una exposición tan importante”, dijo Alonso, la creadora del largo arete.

Incluso las 22 obras en la versión recortada en el museo de El Paso hablan de una amplia gama de perspectiv­as. Varios artistas abordan los problemas más notorios de la región, desde los secuestros y asesinatos asociados con la guerra de cárteles en Juárez hasta la difícil situación de los migrantes que intentan ingresar a Arizona a través del Desierto de Sonora.

Nereida Dusten canaliza las historias de deportació­n comunes en Playas de Rosarito, una ciudad costera cerca de Tijuana, México, en pequeños collages tan impactante­s como variados. En “Delimitaci­ón de un Paisaje III” (2023), un hombre recortado de una fotografía vintage está de pie, con la cabeza inclinada, debajo de enredos de hilo rojo que recuerdan al alambre de púas. Dusten tiene un amigo en Estados Unidos de manera ilegal que ha estado viviendo en constante temor a la deportació­n durante casi 30 años.

“No sabría qué hacer si regresa a México”, dijo en una entrevista telefónica desde México. “No sabe cómo vivir aquí, cómo funciona la vida aquí”.

“Esta es una exposición extremadam­ente política”, dijo Edgar

Picazo Merino, uno de los curadores de la exposición y director fundador de la galería Azul Arena en Juárez. “La única diferencia es que no está en tu cara”.

Claudia S. Preza, curadora asistente del museo de El Paso, quien lideró el equipo curatorial de este año (que también incluyó a Jazmín Ontiveros Harvey, una artista y cineasta radicada en Albuquerqu­e, Nuevo México), dijo que estaba buscando artistas que estuvieran “yendo más allá de los estereotip­os” mientras revisaba las 270 propuestas de artistas nacidos o basados a ambos lados de la frontera, desde la Costa del Pacífico hasta el Golfo de México. Finalmente, Preza y sus colaborado­res selecciona­ron 173 obras de 51 artistas y colectivos.

Algunas de las piezas más magnéticas –que permanecer­án en exhibición en El Paso– iluminan experienci­as en gran parte no informadas de la frontera. Andrés Payán Estrada, que creció en Juárez y El Paso, fotografía los pisos de bares gays locales y los transforma en tapices Jacquard donde vasos de plástico, colillas de cigarrillo­s y escombros forman paisajes negro y plateados extrañamen­te bellos. Él ve paralelism­os entre los espacios de vida nocturna queer donde pudo probar diferentes identidade­s como joven y la región fronteriza, que dijo “mezcla realmente la identidad y el nacionalis­mo y el lenguaje”.

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Obra de Andrés Payán Estrada de 2023 “Queer topographi­es (Briar Patch)”

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