El Diario

Hablan los sicarios

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previament­e sufrió agresiones por parte de las fuerzas de seguridad, recibió alrededor de 30 amenazas de muerte y pasó una noche en la cárcel por acusacione­s falsas.

Cáceres invitó a Castro a su casa para tener así un lugar de trabajo más tranquilo. Llegaron alrededor de las 10:30 p. m., luego de conducir 2.5 km por un camino de terracería desde el centro de La Esperanza. “¿Cómo puedes vivir aquí sola?”, le preguntó a Cáceres cuando llegaron a la casa.

Era ya casi la medianoche cuando unos hombres armados forzaron la entrada de la casa y Castro oyó los gritos de Cáceres. “Y es cuando yo caí en la cuenta de que estábamos muertos.”, dijo Castro.

El instante anterior a que le dispararan, Castro miró a su agresor a los ojos. “Cuando veo en sus ojos la decisión de asesinarme, yo instintiva­mente moví así el brazo y la cabeza.”, me contó Castro, mientras me mostraba la cicatriz que tiene en el dorso de la mano y se corría el cabello dejando ver que la bala le había arrancado parte de la oreja. “Para el [asesino] f ue una ilusión óptica que me había pegado aquí. Porque en el momento en que dispara, pues yo estaba inmóvil. Pero una millonésim­a de seg undo antes, yo hice esto [moviendo la mano y la cabeza]. Si yo me hubiera movido una millonésim­a de segundo después no estaríamos aquí.”.

Castro se tiró al piso y se quedó allí, inmóvil, haciéndose el muerto. Le sangraba la oreja, que estaba cubierta por su cabello grueso y ondulado. El asesino dio media vuelta y se fue de la casa.

“Segundos después —continuó Castro — Berta gritó, ‘¡Gustavo! ¡Gustavo!’ Y me fui a su cuarto a su auxilio. Y ya no tardó más de un minuto en morir Berta. Me despedí de ella y agarré el teléfono y me regresé a mi habitación a llamarle a mucha gente a que me rescataran. Era un asesinato bien planeado. Pero lo que no se esperaban es que yo iba a estar ahí”.

Si bie n Jav ie r Her ná ndez—uno de los ocho acusados—dice que estuvo im-

«Sólo dijeron que era un trabajo que había comenzado y que tenían que terminar».

plicado en el asesinato bajo coerción y que no l levaba consigo un arma la noche del homicidio, su testimonio of rece nuevos detalles del hecho. En primer lugar, dice que el asesinato fue planeado con mucha anticipaci­ón y admitió tener experienci­a en este tipo de actos políticos violentos: de hecho, la Policía tiene audios en los que alardea sobre otros homici # = sobrenombr­es, la identidad de los hombres que irrumpiero­n en la casa de Cáceres y le dispararon a ella y a Castro: Heriberto Rápalo y Oscar Torres. Sin embargo, ni las pruebas materiales ni las declaracio­nes logran revelar quién ordenó el asesinato de Berta. Cuando le preguntaro­n a Hernández sobre este punto, respondió: “Sólo dijeron que era un tra- bajo que había comenzado y que tenían que terminar”.

Un año después del homicidio, visité la residencia de Cáceres con su hija y a medida que recorríamo­s la propiedad, Berta Cáceres Zúñiga me contaba su interpreta­ción de lo que pasó la noche del homicidio y varias veces mostró su frustració­n por que el recuerdo de Berta Cáceres se haya reducido a una simple “ambientali­sta” o “ganadora del Premio Goldman”, cuando, en realidad, era mucho más que eso. Todos los que conocían y querían a Cáceres se quejaron de lo mismo, incluyendo Miriam Miran- da, amiga íntima de Cáceres tras 25 años de lucha conjunta. “Ber ta era feminista, una luchadora indígena que, sin duda, peleó por los recursos naturales, pero que, en esencia, era feminista. Siento que arrancaron una parte de mí”, dijo.

Durante las manifestac­iones y vigilias por el primer aniversari­o de su muerte, la gente repetía una y otra vez: “Berta no murió, se convirtió en millones”.

Para honrar a los caídos y a su lucha, uno no sólo debe seguir adelante sino además pelear con más fuerza y convertirs­e en uno de los millones en los que perduran personas como Cáceres.

“Ella se dedicaba a la insurrecci­ón.”, dijo Melissa Cardoza, organizado­ra feminista y escritora.

“Un día la detuvieron y estaban llenando los datos y yo estaba ahí con ella. Y le ! ^_ / - cio?’ Y dijo, ‘Yo soy agitadora #` = & { ‘Yo no le puedo poner eso.’Y ella: ‘¿Por qué?’ Contestó, ‘Porque eso no existe.’ Entonces ella me ve y me dice, ‘Dígale usted, yo me dedico a agitar.’ Y le digo, ‘sí, es cierto, a eso se dedica.’” “Esa era nuestra Bertita”.

JOHNGIBLER­esperiodis­taresident­eenMéxico yautordeMé­xicoRebeld­e: Crónicasde­PodereInsu­rrección,MorirenMéx­ico, Tzompaxtle:lafugadeun guerriller­o,yUnahistor­ia oraldelain­famia.

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Para honrar a los caídos y a su lucha, uno no sólo debe seguir adelante sino además pelear con más fuerza.

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