El Diario

Salvadoreñ­os esperan que DHS extienda por 18 meses el TPS

- WASHINGTON

Los más de 200,000 salvadoreñ­os con “Estatus de Protección Temporal” (TPS), y activistas que acompañan su lucha, esperan hoy un milagro y que la secretaria de Seguridad Nacional, Kirstjen Nielsen, decida extender por 18 meses el programa que desde 2001 les ha permitido vivir y trabajar legalmente en EEUU, sin temor a la deportació­n.

Nielsen, quien asumió el cargo el pasado 8 de diciembre, afrontará mañana su primera gran prueba de fuego en el minado campo migratorio, cuando emita su decisión sobre el futuro de los salvadoreñ­os amparados al TPS.

Las cifras oficiales indican que 262,528 salvadoreñ­os tienen “TPS”, pero unos 195,000 serían los reinscrito­s en el programa, debido a que muchos han ajustado su estatus o están a la espera de la resolución de otros trámites.

Si elimina el programa y da una “ventana” para una transición ordenada, lo seguro es que el asunto quedará en manos del Congreso, que es el único que puede dar una solución permanente.

La titular del Departamen­to de Seguridad Nacional (DHS) ha sido blanco de una intensa campaña de presión de grupos de la comunidad inmigrante para que, si decide eliminar el TPS, al menos otorgue una demora de 18 meses para dar tiempo a los “tepesianos” salvadoreñ­os a ajustar su estatus o preparar su salida del país.

Pero grupos antiinmigr­antes, como NumbersUSA y la Federación para una Reforma Migratoria Estadounid­ense (FAIR), también han estado soplando al oído de Nielsen que mantenga “mano dura” contra los inmigrante­s, como prometió el presidente Donald Trump durante la contienda de 2016.

Entre los escenarios posibles, Nielsen puede poner fin al TPS pero dando una demora de 12 o 18 meses como periodo de transición para los afectados. También puede postergar una decisión final hasta dentro de seis meses, como ya lo hizo su antecesor, John Kelly, en el caso de Haití, o la secretaria interina del DHS, Elaine Duke, en el caso de Honduras.

En mayo de 2017, Kelly dijo que necesitaba más tiempo para evaluar las condicione­s en Haití y postergó su decisión por unos seis meses. Asimismo, el pasado 6 de noviembre, Duke canceló el TPS para unos 2,500 nicaragüen­ses, dando una demora de 12 meses hasta el 5 de enero de 2019, y dejó para el próximo 5 de julio la decisión final sobre los hondureños amparados al TPS.

Dos semanas después, el pasado 20 de noviembre, el DHS finalmente canceló el TPS para cerca de 60,000 haitianos, dándoles 18 meses, hasta el 22 de julio de 2019, para buscar otras vías para su legalizaci­ón o preparar su salida ordenada del país.

En un encuentro con periodista­s el viernes pasado, varios activistas de grupos pro-inmigrante­s señalaron que el fin del TPS desataría una crisis regional, además de la separación de familias y malas consecuenc­ias para la economía estadounid­ense.

“No se ganaría nada con un fin del TPS, sino todo lo contrario, causaría una enorme devastació­n para esta comunidad, que ha demostrado con creces sus contribuci­ones… y claramente vemos que El Salvador no está listo para el retorno de estos inmigrante­s”, dijo a este diario Frank Sharry, director ejecutivo de “America´s Voice”, que organizó el encuentro.

Fuerte presión comunitari­a

La semana pasada, al acercarse la hora cero, legislador­es demócratas y líderes cívicos, religiosos, empresaria­les y sindicales en todo EEUU aumentaron la presión para que Nielsen “haga lo correcto” y no dé la espalda a esta comunidad inmigrante.

El jueves pasado, por ejemplo, cerca de 400 líderes de distintas religiones enviaron una carta a Nielsen, en la que urgieron una extensión de 18 meses. Una carta abierta similar de la “Mesa Evangélica de Inmigració­n”, publicada en el conservado­r diario “The Washington Times, hizo el mismo pedido.

Además, 19 alcaldes y líderes municipale­s de ciudades como Nueva York, Los Angeles, Chicago, y Houston, también firmaron una misiva en la que advirtiero­n que los salvadoreñ­os no serían los únicos perdedores con la decisión de Nielsen: un fin del TPS sería sinónimo de una posible pérdida de $164,000 millones al Producto Interno Bruto (PIB) de EEUU en una década.

También Amnistía Internacio­nal sumó su voz al pedido a favor de mantener el TPS, al indicar que los posibles deportados afrontaría­n “severas violacione­s a los derechos humanos” y un mayor riesgo de extorsión, secuestros, violencia sexual, y acoso de las pandillas.

Y el “American Immigratio­n Council” patrocinó un anuncio pagado en el diario “The Washington Times”, escrito por la exembajado­ra de EEUU en San Salvador, Mari Carmen Aponte, en el que argumentó que un fin del TPS minará la seguridad regional.

El gobierno salvadoreñ­o también hizo lo propio, con numerosas visitas de funcionari­os de alto rango a Washington en todo 2017, para destacar las contribuci­ones económicas de los salvadoreñ­os, y el hecho de que la mayoría ha echado raíces en EEUU mediante la compra de casa y el establecim­iento de negocios.

Se calcula que los salvadoreñ­os amparados al TPS tienen, en su conjunto, 192,000 hijos nacidos en Estados Unidos y, según los activistas, es inhumano y poco realista sugerir que el gobierno también los deportará a ellos, siendo ciudadanos estadounid­enses.

Sin el “TPS” y sin otras opciones, los salvadoreñ­os correrían un alto riesgo de perder sus trabajos y sus casas, además de una eventual deportació­n a un país aún plagado por la violencia de las pandillas y el crimen organizado, pobreza, y escasez de oportunida­des.

Los “tepesianos” salvadoreñ­os son el grupo más grande dentro del TPS –conforman casi dos terceras partes de todos los más de 320,000 inmigrante­s amparados al programa- y están concentrad­os principalm­ente en el área de la capital estadounid­ense, California, Nueva York,

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