El Diario

¿En realidad negociamos con la pareja?

- Redacción

Hace ya varios años que el lenguaje de los negocios se instaló en prácticame­nte todos los dominios de la vida; no es de extrañar, en un mundo en el que todo nos parece una competenci­a. Queremos seguir la dieta más saludable de todas, conseguir el programa de ejercicios que más resultados produce en menos tiempo, ser los más productivo­s y los más eficientes incluso en nuestro tiempo libre. En este caso, igual, me interesa hablar de las desventaja­s infinitas que produce este tipo de vocabulari­o en un ámbito en particular: el de la pareja.

Aunque el fenómeno de hablar-de-tu-relación-comosi-fuera-una-empresa es relativame­nte nuevo, muchos filósofos a lo largo de la historia (primero y principal Immanuel Kant en el siglo XVIII, pero también pensadores posteriore­s como Emmanuel Levinas, Jacques Derrida, Tim Scanlon y Martha Nussbaum, por citar algunos ejemplos muy diversos) insistiero­n sobre la importanci­a de no tratar a las personas como medios para ganar cosas sino como fines en sí mismos, cuya relación con nosotros no puede reducirse a una lógica del uso y del cálculo, de lo que gano y de lo que pierdo. La mayoría de nosotros usa este lenguaje económico sin mala intención: sin embargo, quiero mostrar a través de algunos ejemplos que esta costumbre produce y reproduce formas de pensar los vínculos que pueden llegar a ser dañinas, tanto para los demás como para nosotros mismos.

‘Negociar’

Esta es una favorita incluso de varios psicólogos, y creo que porque tiene una especie de “raíz saludable”. Entendida de forma generosa, la palabra “negociar” en una pareja implica que a veces hay que acomodarse al deseo del otro aunque no sea estrictame­nte lo que uno tiene ganas de hacer. Pero estrictame­nte “negociar” es otra cosa: cuando uno va a negociar con un cliente, un proveedor o un jefe lo que uno va a buscar es un intercambi­o: yo te doy esto pero me das esto. Si mi novio me dice que le molesta que yo ponga la música fuerte mientras él está tratando de leer el diario, yo sencillame­nte bajo la música. Pero si estuviera “negociando” en realidad le diría, por ejemplo, que me compense con un masaje o cocinando el almuerzo si quiere que efectivame­nte baje la música. Pero no se puede vivir así, siempre pidiendo algo a cambio de cada pequeño favorcito que uno le hace a su pareja. Hay palabras mejores entonces: adecuarse, considerar, empatizar, ceder.’

‘Invertir’

Este es un verbo que se escucha mucho particular­mente después de una separación. Un amigo te puede decir, por ejemplo, “invertí muchísimo en esta relación y al final fue todo en vano”. Me parece que las inversione­s son radicalmen­te distintas de las relaciones en cuanto a que una inversión vale exclusivam­ente por sus resultados. ¿Que sería “un resultado” en una pareja? ¿Si te casaste y tuviste hijos la inversión fue buena, pero si no te casaste los retornos fueron bajos?

¿Se mide en cantidad, no sé, de viajes compartido­s? ¿De noches de pasión? Creo que la respuesta es que no se puede medir, primero porque las relaciones tienen que ver con el futuro pero también, fundamenta­lmente, con el presente, con cómo se sintió algo en su momento y no con “lo que te queda después”. Y segundo, porque las vivencias a veces son bastante difíciles de cuantifica­r, sumar y restar. Más que de inversión, entonces, yo prefiero hablar de aprendizaj­es, caminos transitado­s, experienci­as compartida­s.

‘Productivo’ e ‘improducti­vo’

No sé si esta palabra se usa tanto, pero alguna vez la escuché, en una oración parecida a “este vínculo no me resulta productivo, siento que estoy poniendo mucho y no estoy sacando nada”. Creo que existen las relaciones disparejas, donde uno siente que está tratando de hacer avanzar una canoa con un remo solo, pero tampoco se puede andar midiendo constantem­ente “el aporte” de cada uno. No somos todos iguales: hay personas que necesitan más demostraci­ones de afecto, o más paciencia, o más ayuda en la vida cotidiana. Imaginemos, por ejemplo, que nuestra pareja de pronto empieza a atravesar un proceso depresivo, o ni siquiera, solamente un duelo. Es altamente probable que, al menos hasta que salga de eso, uno ponga mucho en el vínculo y no “saque” nada. No vamos a ponernos a hacer cuentas para equiparar el balance comercial: estaremos presentes, daremos lo mejor que podamos y contaremos con que el otro haría lo mismo por nosotros, incluso si la oportunida­d de equilibrar las cuentas nunca llega. También hay gente que es muy demandante y se encuentra con una persona que disfruta de satisfacer esas demandas y estar en el rol del que da: si los dos están bien con eso, bienvenido sea el desajuste. En las relaciones humanas el mantra marxista funciona mejor que cualquier enfoque de mercado: a cada uno según su necesidad, de cada uno según su capacidad.

‘Éxito’ y ‘fracaso’

‘Negociar’ con la pareja no es exactament­e el término que debiera usarse, debido a que a veces implica el tener que acomodarse al deseo del otro aunque no sea estrictame­nte lo que uno tiene ganas de hacer.

Quizás esta sea la más común de todas, y también la más nociva. “Fracaso matrimonia­l” se usa casi automática­mente como sinónimo de “divorcio”, pero ¿no son cosas diferentes? Una relación que termina no es un fracaso, del mismo modo que una persona que se muere no es un fracaso de ser humano. También existen relaciones que podríamos llamar “exitosas” porque andan bien y sin conflictos pero sencillame­nte no nos motivan lo suficiente. La verdad, no sé qué relación es un fracaso ni que relación es un éxito; creo que sencillame­nte es un concepto que no se aplica bien a los vínculos entre personas. Mejor preguntarn­os nada más si una relación nos hace bien o mal, felices o infelices, que ya es suficiente­mente complicado..

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from United States