EL GIGANTE DESAFÍO DE LA CRISIS SIRIA
El presidente Donald Trump celebró el ataque en Siria diciendo: “¡Misión Cumplida!”. La expresión muestra una pequeña visión a un desafío gigante.
Es de esperar que Trump aproveche para celebrar con efusividad un éxito propio o de su gobierno. Incluso, utilizando una frase que trae el mal recuerdo de que en Irak se celebró por adelantado un triunfo cuando en realidad recién comenzaba el problema.
Hasta no sorprende que el Presidente tenga la frivolidad de considerar que este es “un gran término militar” que tiene que ser usado con más frecuencia. Las palabras en boca de Trump tienen un ruido vacío de historia, contexto y contenido.
El ataque coordinado con Francia y Gran Bretaña respondió al uso de armas químicas por el gobierno de Bashar al-Assad contra los rebeldes que lo quieren derrocar. No es la primera vez que hombres, mujeres y niños caen víctimas de una de las peores armas creadas por el hombre.
La reacción estadounidense fue mesurada. Es una buena señal de un proceso de deliberación en una administración guiada por el impulso presidencial del momento. A esto se atribuye la influencia del secretario de Defensa, James Mattis.
El bombardeo es el equivalente a una llamada de atención a al-Assad y nada más. La compleja coyuntura regional requiere una estrategia mayor que lanzar misiles a predeterminadas instalaciones y laboratorios químicos.
Trump heredó la crisis en Siria de la administración pasada. El optimismo del expresidente Barack Obama lo llevó a respaldar una primavera árabe democrática que desembocó en el caos de Libia y una guerra civil en Siria.
Los titubeos de Washington ayudaron a que se afianzara la influencia de Rusia y de Irán que respaldan al gobierno sirio. La llegada de Trump eliminó la ayuda a los rebeldes y se centró en combatir a ISIS. Ya derrotados los extremistas, el estadounidense se apresta a retirar las tropas estadounidenses que combatieron el Califato.
La retracción de Trump deja completamente en manos de Rusia, Irán y Turquía el futuro sirio, a cargo del sangriento gobierno de al-Assad. Cede espacio a la agresiva política exterior de Vladimir Putin. Además, refuerza la presencia iraní en Líbano e Irak, e inquieta a Israel, a Arabia Saudita y Egipto.
Es un equilibrio de fuerzas en medio de un polvorín. Un mal cálculo y una reacción impulsiva puede encender una guerra.
Esa es la realidad del Medio Oriente. Se espera que Estados Unidos esté presente como superpotencia que es. Luego de los misiles se necesita una estrategia diplomática para la estabilización regional.
Lo trágico es que el pueblo sirio paga con sus muertos, sufrimiento y destrucción los cálculos geopolíticos y la ambición de los dictadores.l